El Papado, el Papa, el Papanatismo.

Viene a cuento, el título, del protagonismo que, para bien o para mal -cada uno lo señala como cree más oportuno, con razón o sin ella-, ha conseguido este Papa, Francisco; lo haya pretendido o no, que no conozco sus intenciones: solo veo lo que hace, solo leo lo que escribe, y solo oigo lo que dice.

Y, sinceramente, en cada uno de los tres apartados se ha ganado a pulso ese protagonismo; también para bien o para mal de su misma persona, de lo que representa y de la misma Iglesia, de la que es Cabeza visible. Pero que “muy” visible. No creo exagerar ni pizca diciéndolo: constato un hecho evidente, sin juzgar intenciones de nadie; y menos de las suyas.

Son múltiples las críticas que recibe por ello. Y también los aplausos que recibe por lo mismo y a “sensu contrario". No hay término medio, la verdad. Ha conseguido -queriéndolo o no: sigo sin juzgar unas intenciones que no conozco- exactamente esto: que, o se le aplauda, o se le rechace. “A rabiar", si se me permite la expresión.

Las dos cosas son perfectamente constatables, pues no deja indiferente a nadie que le interese la Iglesia Católica, para bien o para mal, que las dos posturas coexisten; pero, además, se han enconado, precisamente por lo que el Papa, hace, dice y escribe…, o calla, que también: un día y otro, sí o sí. En esto hay que reconocerle que no para, y que prácticamente hace casi imposible estar al día con él.

Por esto -y por alguna razón más, que también las hay-, creo que se hace necesario clarificar un poco las cosas, saber dónde estamos, qué terreno pisamos, tener doctrina para tener criterio; no nos pase que pretendamos “ser más papistas que el Papa", o que nos convirtamos en unos “papanatas", o que, simplemente, hagamos daño a la vez que nos hacemos daño a nosotros mismos, con buena o mala intención, que de todo hay en la viña del Señor; y no hay que escandalizarse por ello.

Vamos primero con el “Papado". El Papado es la Institución, es la Dignidad, es lo que encarna en sí mismo la “cualidad” de Papa, es la Misión, es el Oficio, es la Cabeza, es el “Vice-Cristo en la tierra” -como lo llamaba santa Catalina de Siena-, es la Primacía o el Primado… Todo ello dentro de la Iglesia y para servir a la Iglesia, independientemente de la persona concreta que encarne o ejerza tal potestad. El Papado es lo permanente, siendo transitoria la persona que lo encarna en cada momento histórico.

Lo instituye Jesús mismo -de institución “divina”, por tanto, y nunca “invento humano"-, en la persona de Pedro y para todos sus Sucesores: después de la primera pesca milagrosa, cuando Pedro, reconociéndose pecador, se echa a sus pies, Jesús entonces le dice: Tú eres Pedro y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16, 18).

La RAE lo define, con acierto, como “dignidad de Papa"; también como “tiempo que dura el mandato de un Papa". Esta segunda acepción es muy secundaria, en mi opinión, y no aporta prácticamente nada al tema. La primera sí; y es la que acabo de explicar.

Esto significa, en primerísimo lugar, que es el Papado lo que “da” u “otorga” dignidad al Papa, y no al revés, porque es imposible. Ciertamente, la santidad personal de los     Papas -ha habido muchos santos entre ellos; y los que tenemos ya una cierta edad hemos conocido a varios- “demuestra” y “confirma” la insititución divina del Papado; pero un Papa “malo” -si se me permite la “licencia” o la “hipótesis"- ni le quita ni le puede quitar nada al Papado.

Del mismo modo que los muchos pecados de los hijos de la Iglesia no “consiguen” que la Iglesia Católica no sea Santa. O como los cismas tampoco logran que la Iglesia no sea Una: son ellos los que no son iglesia -por mucho que se empeñen en decirlo, o por mucho que desde fuera se les quiera conceder tal condición-, porque se han ido: son los sarmientos que se han desgajado de la Vid, y se secan; y no sirven más que para ser echados al fuego, o para arrear a las bestias (cf. Jn 15, 1-8)..

Vamos ahora con el “Papa". El Papa es la Persona que, cada vez que es históricamente necesario, sucede a Pedro: permanece la “Piedra” -siempre la misma-, siendo sucesivamente cambiante en el devenir histórico la “Persona” -el Papa- que la encarna o que la asume, como tarea y como misión: como “servicio”. Es lo que cambia, la Persona; nunca la Institución.

De ahí una consecuencia inmediata e importantísima: que las “iglesias” que quieran presentarse como tales, como “verdaderas", pero no están en comunión con el Papa, porque no asumen la Primacía ni la Función del Papado, no pueden ser la Iglesia de Cristo, no son “la” Iglesia divinamente fundada, plantada y metida en el devenir histórico de la humanidad: no son la Iglesia que “salva", no son el “Cuerpo de Cristo” porque no tienen a Jesús como Cabeza. Un cuerpo descabezado es un cadáver, un cuerpo muerto…, enterrado o a la intemperie, da lo mismo.

Pero no hay que confundir el “Papa” con el “Papado". El Papa -cada Papa- “ejerce” el Papado, lo asume, pero “no lo es". Es más: la Iglesia “sigue” incluso con “sede vacante"; precisamente para elegir al nuevo. Si Papa y Papado no se “distinguiesen", al morir el Papa “moriría” la Iglesia, cosa que evidentemente no es así. 

Por lo mismo, tampoco todo lo que hace el Papa “dice relación” con el Papado. No es lo mismo, por ejemplo, que el Papa diga que un tema -el que sea- es “un tema cerrado en la Iglesia", o que diga que tal cosa es un tema “abierto", o que diga que, en tal escrito, solo pretende dar su opinión y no definir ninguna doctrina; como no es lo mismo que hable “ex cathedra” y lo declare solemnemente así, a que no lo haga. En unos casos, el asentimiento -la obediencia- que hemos de poner por nuestra parte, Jerarquía y fieles, religiosos y laicos, es total y absoluto; en los demás casos no es así, y el Papa mismo respeta nuestra libertad de hijos de Dios en su Iglesia, que Cristo mismo nos ha ganado.

Libertad de hijos de Dios, incluso para opinar en su contra si hiciese falta. Es la libertad santa de Pablo frente a Pedro, en Antioquía (cf. Ga 2, 11-16) al que resistió en su misma cara porque se había hecho reprobable. Es la libertad santa de Catalina de Siena recordándoles a los Papas la dignidad del Papado, la dignidad de la Iglesia, y su deber de fidelidad a Cristo y de servicio a las almas. Es la misma libertad de Cardenales y obispos para entrarle a lo que ha dicho o escrito el Papa si creen en conciencia -una conciencia en la que pesa lógicamente que el Papa es el Papa- que deben elevar una consulta, como se ha hecho siempre, ante puntos que lo exigen. Es la misma libertad de los fieles laicos -caso reciente de Spaemann, padre e hijo- ante algunas cuestiones de la “Amoris laetitia” que ha levantado tantísima polvareda, y no por gusto de levantar polvo, o de tirar contra el Papa, sino porque el tema lo ha exigido. Yo mismo escribí hace meses que habrá en la Iglesia Católica un antes y un después de la Amoris laetitia. Y lo está habiendo, y mucho antes de lo que yo pensaba.

Como composición y criterio, vienen perfectamente a cuento unas líneas de una carta que Léon Bloy escribió al matrimonio Maritain, Jacques y Raïssa: “Sean cuales sean las circunstancias, poned siempre lo invisible [el Papado, en el caso que nos ocupa] por delante de lo visible [el Papa], lo Sobrenatural [el Papado] por delante de lo natural [el Papa]; si aplicáis esta regla a todos vuestros actos, estamos seguros de que estaréis investidos de fuerza e impregnados de una profunda alegría” (tomado de Card. Robert Sarah en Dios o nada, p. 321. Ediciones Palabra, Madrid 2015).

Todo esto hay que tenerlo muy claro porque, en caso contrario, aplaudir por aplaudir -aplaudir hasta con los piés- aunque no se sepa bien o no se entienda bien lo que ha dicho o escrito el Papa, sin más criterio que “es que lo ha dicho -hecho, escrito- el Papa", exactamente eso es, en mi opinión, un descriterio; y no le hace ningún servicio al Papa, ni a la Iglesia, ni a las almas, porque se antepone el Papa al Papado. Tout court. Y es una aberración.

Como no le hace ningún bien, al mismo Papa en primer lugar, que se diga, por ejemplo, que un texto “es magisterial” cuando él mismo ha escrito exactamente lo contrario: que ni lo es ni lo ha pretendido. Como tampoco le hace ningún servicio dar, por ejemplo, unas clases sobre la “Amoris laetitia", ocultando a la gente los puntos conflictivos -que los tiene-, y presentar esas clases como “lo que es” y da de sí esa Exhortación apostólica: tal postura ni siquiera es honrada intelectualmente hablando. Tampoco moralmente.

Esa postura es lo que llamo el “Papanatismo", tercer punto del título. Papanatismo que el Diccionario de la Lengua Española define como: “actitud que consiste en admirar algo o a alguien de manera excesiva, simple o poco crítica”

El “Papanatismo” es renunciar a la racionalidad y, por tanto, a la libertad, Y en el tema que nos ocupa -tema de una trascendencia que fácilmente se nos puede escapar- es moralmente insano.

Y “que cada palo aguante su vela”, como dice la sabiduría popular, que se engaña muy pocas veces.

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