Crónica de la primera misa ad orientem en la parroquia

El día en que anuncié que comenzábamos una misa semanal ad orientem en la parroquia, no faltaron comentaristas que me pidieron que hiciera el favor de contar cómo había ido. Pues encantadísimo de hacerles llegar noticias del evento.

A mi modo de ver hubo una asistencia más que notable de fieles. Tengamos en cuenta que se trataba de la primera misa del domingo, la de las 9:30 h., a la que suelen asistir entre treinta y cuarenta personas. Ayer no exagero si digo que andaríamos rondando los cien asistentes, si no más. Es decir, que había expectación y ganas. En las fotos se ven huecos. Normal. Sentados caben en la iglesia más de trescientos fieles.

Al acabar la celebración, fueron numerosos los fieles que se acercaron a dar las gracias por la celebración y a dar rienda suelta a sus emociones. Al menos los que se acercaron a dar su parecer, muy contentos con la experiencia, sin más pega que la hora, que las 9:30 de un domingo para mucha gente resulta temprano.

Copio dos WhatsApp que me llegaron ayer mismo:

“Muchas gracias por la Eucaristía tan profunda. Se Ha vivido con una gran intensidad. Se siente que Cristo es el dentro de la misa”,

“Me ha gustado mucho. Efectivamente, como decías, te centra más en lo único importante. Me ha transmitido mucha emoción desde que hemos rezado todos juntos el credo mirando al altar. No creo que nadie pueda poner pegas. Y no supone un cambio que pueda incomodar a nadie. Al revés, resulta más auténtica. Mi opinión, que deberías mantenerla después del adviento”.

¿Y el celebrante cómo lo ha vivido?  Con mucha emoción, tanta que hasta he de confesar que dormí mal la noche anterior. Para mí ha sido una misa como nueva. Especialmente ofertorio y consagración.

Mi sensación ha sido sobre todo la de sentirme cara a cara ante el misterio de Dios. Como cuando Moisés se encontró con Dios cara a cara y el pueblo estaba expectante. Todos ante Dios y yo, el sacerdote, el primero, con el corazón encogido mientras me atrevía a pronunciar las palabras de la consagración. Como en una nube envolvente de misterio. Solo ante Dios, pero con una soledad asentada en la presencia y participación de los fieles que se han sentido contagiados por esa aura de misterio y profundidad y con su oración y su estar apuntalaban y sostenían mis súplicas.

Ayer en la misa creo que me di cuenta muy especialmente de que dejaba de ser Jorge para ser un sacerdote. Solo eso, sacerdote de Cristo. Impresionante.

Rezar en nombre de todos. Ofrecer lo de todos. Estar en Dios. He sentido, porque se percibe, aunque uno no lo vea, o quizá precisamente por eso, un silencio profundo, lleno de fe, participativo, porque la gran participación ayer en la eucaristía no fue hacer cositas, inventar gestos o soltar una gracia. Participar es entrar en la celebración. Ayer nadie estaba fuera. Y eso se percibe en las respuestas, se nota, no me digan exactamente cómo, pero se nota.

¿Mi valoración final? Que fue una gracia de Dios la misa de ayer. Hubo adultos y también algunos jóvenes. A nadie dejó indiferente. Seguiremos, con la gracia de Dios. 

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