(406) La muerte cristiana, 3. –doctrina católica, y II

Mont-Saint-Michel

–Copiar y pegar. Así, fácil…

–La ley del mínimo esfuerzo, bien entendida y prudentemente aplicada, es una buena ley.

Continúo recordando y afirmando las verdades fundamentales de la Revelación divina y de la fe cristiana en torno a la muerte.

 –Creo en la vida eterna

Enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: «El cristiano que une su propia muerte a la de Jesús ve la muerte como una ida hacia El y la entrada en la vida eterna». Tres sacramentos vienen en su ayuda «Cuando la Iglesia dice por última vez las palabras de perdón de la absolución de Cristo sobre el cristiano moribundo, lo sella por última vez con una unción fortificante y le da a Cristo en el viático como alimento para el viaje. Le habla entonces con una dulce seguridad:

«Alma cristiana, al salir de este mundo, marcha en el nombre de Dios Padre Todopoderoso, que te creó; en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que murió por ti; en el nombre del Espíritu Santo, que sobre ti descendió. Entra en el lugar de la paz y que tu morada esté junto a Dios en Sión, la ciudad santa, con Santa María Virgen, Madre de Dios, con San José y todos los ángeles y santos. … Te entrego a Dios, y, como criatura suya, te pongo en sus manos, pues es tu Hacedor, que te formó del polvo de la tierra. Y al dejar esta vida, salgan a tu encuentro la Virgen María y todos los ángeles y santos. … Que puedas contemplar cara a cara a tu Redentor… (Commendatio animae). [1020]

Creo en el juicio particular            

«La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o al rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2Tm 1,9-10). El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida. Pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro (Lc 16,22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (Lc 23, 43), así como otros textos del Nuevo Testamento (cf. 2Co 5,8; Flp 1,23; Hb 9,27; 12,23) hablan de un último destino del alma (cf. Mt 16, 26) que puede ser diferente para unos y para otros [1021].

«Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación (cf. 1274, concilio Lyon: Dz 857-858; 1445, Florencia: Dz 1304 1306; 1563, Trento: Dz 1820), bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo (cf. 1336, Benedicto XII: Dz 1000-1001; 1334, retractación de Juan XXII: Dz 990), bien para condenarse inmediatamente para siempre (cf. Benedicto XII: Dz 1002).

«A la tarde te examinarán en el amor (San Juan de la Cruz, Dichos  64). [1022].

Creo en purgatorio, cielo e infierno

Purgatorio. «Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de la muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en el cielo» [1030].  Son benditas las almas del purgatorio.

«La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al purgatorio sobre todo en los concilios de Florencia (1445: Dz 1304) y de Trento (1563: Dz 1820). «Manda el santo Concilio [de Trento] a los obispos que diligentemente se esfuercen para que la sana doctrina sobre el purgatorio, enseñada por los santos Padres y los sagrados Concilios  [y negada por los luteranos] sea creída, mantenida, enseñada y en todas partes predicada por los fieles de Cristo» (ib.).

Cielo. «Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven “tal cual es” [visión beatífica] (1Jn 3,2), cara a cara (1Cor 13,12)» [1023].

Infierno. «Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la unión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra infierno» [1033]. «La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, “el fuego eterno”» [1035].

Concilio Vaticano II, 1964: «Y como no sabemos el día ni la hora, es necesario, según la amonestación del Señor, que velemos constantemente, para que, terminado el único plazo de nuestra vida terrena (cf. Hebr 9,27), merezcamos entrar con Él a las bodas y ser contados entre los elegidos (cf. Mt 25,31-46), y no se nos mande, como a siervos malos y perezosos (cf. Mt 25,26), ir al fuego eterno (cf.  Mt 25,41), a las tinieblas exteriores, donde habrá  llanto y rechinar de dientes (Mt 22, 13 y 25,30)» (LG 48).

Creo en la resurrección de la carne

«Si es verdad que Cristo nos resucitará en “el último día”, también lo es, en cierto modo, que nosotros ya hemos resucitado con Cristo. En efecto, gracias al Espíritu Santo, la vida cristiana en la tierra es, desde ahora, una participación en la muerte y en la Resurrección de Cristo:

«Sepultados con él en el bautismo, con él también habéis resucitado por la fe en la acción de Dios, que le resucitó de entre los muertos… Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios (Col 2,12; 3,1) [1002]. «Unidos a Cristo por el Bautismo, los creyentes participan ya realmente en la vida celestial de Cristo resucitado (cf. Flp 3,20), pero esta vida permanece “escondida con Cristo en Dios” (Col 3,3). “Con El nos ha resucitado y hecho sentar en los cielos con Cristo Jesús” (Ef 2,6). Alimentados en la Eucaristía con su Cuerpo, nosotros pertenecemos ya al Cuerpo de Cristo. Cuando resucitemos en el último día también nos “manifestaremos con El llenos de gloria” (Col 3,4)» [1003].

Resucitaremos «en los mismos cuerpos» en que temporalmente vivimos, y que en la muerte conocen la corrupción. La fe católica siempre ha creído que la salvación de Cristo, primero por la gracia y finalmente en la gloria, salva y transforma a todo el hombre: alma-cuerpo.

Así se confiesa en la Fides Damasi (fin del s. V: Dz 72): «Limpios nosotros por Su muerte y sangre, creemos que hemos de resucitar en el último día en esta carne en que ahora vivimos». Fe que ha sido reafirmada en muchos Concilios y documentos del Magisterio apostólico: «en los mismos cuerpos» (Dz 76, 325, 485, 684, 797, 801, 854), no en cualquier otra carne (Dz 540, 574, 797).

Respice finem

Caminamos en este mundo como «peregrinos y forasteros» (1Pe 2,11), y si no tenemos bien presente la meta a la que nos dirigimos, es fácil que nos extra-viemos en nuestra peregrinación. Respice finem, para que poniendo los medios necesarios, puedas llegar al fin que pretendes.

El papa Francisco, en esta última semana del Año litúrgico, que evoca con fuerza el fin de nuestra vida y el final del mundo, ha predicado en la Misa de Santa Marta: «Nos hará bien pensar: “¿cómo será el día en el que estaré ante Jesús?” Cuando Él me pregunte sobre los talentos que me ha dado, qué he hecho con ellos; cuando Él me pregunte cómo ha sido mi corazón cuando ha caído en él la semilla, como un camino o como las espinas: esas parábolas del Reino de Dios. ¿Cómo he recibido la Palabra? ¿Con corazón abierto? ¿La he hecho germinar por el bien de todos o la he escondido?».

El Papa subrayó que cada uno estará delante de Jesús en el día del juicio y pidió a los fieles que no se dejen «engañar». Es un engaño que tiene que ver con la «alienación», con el engaño de «vivir como si nunca tuviéramos que morir». «Cuando venga el Señor, ¿cómo me encontrará? ¿Esperando o en medio de tantas alienaciones de la vida?». «Me acuerdo que de niño, cuando iba al catecismo, nos enseñaban cuatro cosas: muerte, juicio, infierno o gloria. Después del juicio hay esta posibilidad».

–«Pero Padre, esto es para asustarse». –«No, ¡es la verdad! Porque si tú no curas el corazón para que el Señor esté contigo y tú vives alejado siempre del Señor, quizás existe el peligro, el peligro de continuar así alejado para la eternidad del Señor»… Francisco recordó las palabras de la Escritura: «sean fieles hasta la muerte y les daré la corona de la vida» (Ap 2,10). «La fidelidad del Señor: esto no desilusiona. Si cada uno de nosotros es fiel al Señor, cuando venga la muerte, diremos como San Francisco de Asís: “hermana muerte, ven”; no se asusta»… «En nuestro final no tendremos miedo del día del juicio».

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

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