Al principio del cristianismo los discípulos de Cristo veían con espanto, dolor y amor el signo de la Cruz. Pero Jesús, como lo vemos en las catacumbas, por ejemplo, era representado más bien bajo otras imágenes, como la del Buen Pastor. La veneración de la Santa Cruz comienza en tiempo del emperador Constantino –«in hoc signo vinces»–, y ha de ser relacionada también con el hallazgo de la Cruz y la construcción de la basílica de la Resurrección, edificada sobre el sepulcro de Cristo (335). Es una fiesta litúrgica muy entrañada hasta hoy en la devoción del pueblo cristiano.
Pronto la teología y la espiritualidad de la Cruz, que ya en el Nuevo Testamento –sobre todo en San Juan y en San Pablo– tenían fundamentos tan profundos y tan altos, halla en los Padres de la Iglesia desarrollos preciosos. La Cruz, finalmente, vino a ser el signo fundamental del cristianismo: en lo más alto de las iglesias cristianas, junto al altar, en el ábside, en el pectoral de los Obispos, abades y muchas congregaciones religiosas, en la pared de los hogares cristianos, en los cruceros de caminos de toda la cristiandad…
En la Liturgia de las Horas hoy la Iglesia nos ofrece un maravilloso texto de
San Andrés de Creta, obispo (650-712), nacido en Damasco (Siria), monje en el monasterio del Santo Sepulcro, en Jerusalén, compositor de excelentes himnos litúrgicos y de escritos muy valiosos, Obispo finalmente de Gortina, sede metropolitana de Creta. Reproduzco un fragmento de su Sermón 10, Sobre la Exaltación de la Santa Crruz.
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Por la cruz, cuya fiesta celebramos, fueron expulsadas las tinieblas y devuelta la luz. Celebramos hoy la fiesta de la cruz y, junto con el Crucificado, nos elevamos hacia lo alto, para, dejando abajo la tierra y el pecado, gozar de los bienes celestiales; tal y tan grande es la posesión de la cruz. Quien posee la cruz posee un tesoro. Y, al decir un tesoro, quiero significar con esta expresión a aquel que es, de nombre y de hecho, el más excelente de todos los bienes, en el cual, por el cual y para el cual culmina nuestra salvación y se nos restituye a nuestro estado de justicia original.
Porque, sin la cruz, Cristo no hubiera sido crucificado. Sin la cruz, aquel que es la vida no hubiera sido clavado en el leño. Si no hubiese sido clavado, las fuentes de la inmortalidad no hubiesen manado de su costado la sangre y el agua que purifican el mundo, no hubiese sido rasgado el documento en que constaba la deuda contraída por nuestros pecados, no hubiéramos sido declarados libres, no disfrutaríamos del árbol de la vida, el paraíso continuaría cerrado. Sin la cruz, no hubiera sido derrotada la muerte, ni despojado el lugar de los muertos.
Por esto, la cruz es cosa grande y preciosa. Grande, porque ella es el origen de innumerables bienes, tanto más numerosos, cuanto que los milagros y sufrimientos de Cristo juegan un papel decisivo en su obra de salvación. Preciosa, porque la cruz significa a la vez el sufrimiento y el trofeo del mismo Dios: el sufrimiento, porque en ella sufrió una muerte voluntaria; el trofeo, porque en ella quedó herido de muerte el demonio y, con él, fue vencida la muerte. En la cruz fueron demolidas las puertas de la región de los muertos, y la cruz se convirtió en salvación universal para todo el mundo.
La cruz es llamada también gloria y exaltación de Cristo. Ella es el cáliz rebosante, de que nos habla el salmo, y la culminación de todos los tormentos que padeció Cristo por nosotros. El mismo Cristo nos enseña que la cruz es su gloria, cuando dice: Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él, y pronto lo glorificará. Y también: Padre, glorifícame con la gloria que yo tenía cerca de ti, antes que el mundo existiese. Y asimismo dice: «Padre, glorifica tu nombre». Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo», palabras que se referían a la gloria que había de conseguir en la cruz.
También nos enseña Cristo que la cruz es su exaltación, cuando dice: Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. Sí, ciertamente, la cruz es la gloria y exaltación de Cristo.
Oración
Señor, Dios nuestro, que has querido realizar la salvación de todos los hombres por medio de tu Hijo, muerto en la Cruz, concédenos, te rogamos, a quienes hemos conocido en la tierra este misterio, alcanzar en el cielo los premios de la redención. Por nuestro Señor Jesucristo.
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El P. Hugo Rahner, S. J. –a quien se atribuye la frase: «no querría morirme sin traducir antes al alemán los escritos de mi hermano Karl»– fue un gran patrólogo e historiador de la Iglesia antigua y del desarrollo de los dogmas católicos. En su obra L’ecclesiologia dei Padri (edizioni Paoline, Roma 1971, 989 pgs.), dedica una amplia parte al significado de la Cruz como mástil de la nave de la Iglesia en los escritos de los Padres (397-966). Es una antología formidable de escritos patrísticos. Partiendo del símbolo homérico de Ulises, que se abraza y se ata al mástil de su barca para no ser arrastrado en la tormenta por las olas furiosas del mar, enseñan los Padres que el cristiano ha de hacer la navegación de su vida en la barca de Pedro, la Iglesia, bien sujeto siempre a su mástil fundamental, la sagrada Cruz de Cristo.
«Si alguno quiere ser mi discípulo, tome su cruz cada día, y sígame». Padre nuestro celestial, danos hoy la cruz de cada día, y tu gracia para poder llevarla con paz, amor y esperanza.
José María Iraburu, sacerdote
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