12 de julio.

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Homilía para el domingo XV durante el año B

La primera lectura que hemos escuchado del profeta Amós, el más antiguo de los profetas de Israel. Sus actos y sus palabras nos han sido conservados en un libro (aproximadamente diez años antes de Oseas). El breve relato que hemos leído nos revela algo típico de todo verdadero profeta, el hecho de que hablar en nombre del Señor no es una elección personal. Cuando el predica en Betel el sacerdote del lugar se muestra fastidiado por su predicación y le dice que vaya a profetizar a otro lugar, en el Reino de Judá por ejemplo. Amós responde entonces que no ha elegido él esta misión, si no que Dios lo eligió: “Yo no era profeta, ni hijo de profeta; era un pastor y un recogedor de sicómoros. Pero el Señor me ha sacado de detrás del rebaño, y fue él quien me dijo: ‘Ve, tú serás profeta para Israel mi pueblo’”. ¿Qué puede hacer entonces él?

Aquí tenemos una lección para todos. En cuanto discípulos de Cristo y miembros de su Pueblo, nosotros tenemos parte en su misión profética. Debemos ser sus profetas. Solo seremos auténticos profetas solo cuando, viviendo auténticamente según el Evangelio, nuestras vidas sean una expresión del mensaje evangélico y susciten el esfuerzo de otros para seguir a Jesús. Cada vez que decidamos nosotros ser profetas, seremos probablemente uno de los falsos profetas, y podremos aparecer ridículamente ante los otros, menos ante nosotros mismos. Si somos profetas auténticos, probablemente no tendremos una gran popularidad; y podremos ser rechazados como Jesús mismo, y como, mucho tiempo antes que él, Amós y los otros profetas.

Otra lección que podemos sacar del libro de Amós, es que él fue un auténtico profeta ecuménico. Llevó a cumplimiento su misión en una época en la cual el Pueblo de Dios estaba dividido en dos reinos separados y autónomos, cada uno con su culto y su lugar para los sacrificios. Amós era del reino de Judá, en el sur, pero fue enviado por Dios a profetizar en el reino de Israel, al norte. Por esto el sacerdote de Betel, como hemos escuchado, le dice: “Sal del medio con tus visiones, vete al país de Judá…” Pero el permaneció fiel a su misión.

La misma aproximación universalista la encontramos en el Evangelio. Jesús manda a sus discípulos de dos en dos, a través de toda la Galilea y la Judea, para predicar al Buena Noticia, expulsar demonios y curar toda suerte de enfermedad.

Jesús toma la iniciativa de enviar a los doce apóstoles en misión. En efecto, el término “apóstoles” significa precisamente “enviados, mandados”. Su vocación se realizará plenamente después de la resurrección de Cristo, con el don del Espíritu Santo en Pentecostés. Sin embargo, es muy importante que desde el principio Jesús quiere involucrar a los Doce en su acción: es una especie de “aprendizaje” en vista de la gran responsabilidad que les espera. El hecho de que Jesús llame a algunos discípulos a colaborar directamente en su misión, manifiesta un aspecto de su amor: esto es, Él no desdeña la ayuda que otros hombres pueden dar a su obra; conoce sus límites, sus debilidades, pero no los desprecia; es más, les confiere la dignidad de ser sus enviados. Jesús los manda de dos en dos y les da instrucciones, que el evangelista resume en pocas frases. La primera se refiere al espíritu de desprendimiento: los apóstoles no deben estar apegados al dinero ni a la comodidad. Jesús además advierte a los discípulos de que no recibirán siempre una acogida favorable: a veces serán rechazados; incluso puede que hasta sean perseguidos. Pero esto no les tiene que impresionar: deben hablar en nombre de Jesús y predicar el Reino de Dios, sin preocuparse de tener éxito. El éxito se lo dejan a Dios. (Cf. Benedicto XVI, 15 de julio de 2012).

Agradecemos al Señor por todos los humildes profetas que a través de los siglos han conservado vivo su testimonio y pedimos por aquellos que él envía a todas partes del mundo, como sus colaboradores y apóstoles. Le agradecemos por el hecho que hoy su Palabra sigue predicándose en muchos corazones, en todos los continentes, aún en medio de persecuciones.

Podemos nosotros en el alimento eucarístico encontrar la fuerza de ser fieles a nuestra humilde misión profética. Pidamos a María tener la fuerza de confiar hablando en nombre de Jesús y sabiendo que el éxito está en manos de Dios.


12:21
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