Espero que el tiempo sea propicio y que podamos disfrutar una bonita mañana en aquellas ruinas, llenas de historia y de fe.
Nos uniremos a las generaciones que cada año, hasta el siglo XIX, peregrinaban a la Hermedaña, confiados en la protección de la Virgen, siempre maternal y siempre cercana y más perceptible en esas soledades de la montaña.
Porque también hoy necesitamos esa protección y peregrinar hasta allá nos estimula a confiar en obtenerla.
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