“El Reino de Dios se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. … Ya veis, un escriba que entiende del Reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo”. (Mt 13,47-53)
Hay una preocupación en el corazón de Jesús.
El problema de los buenos y de los malos.
La religión de la Ley lo tenía muy claro:
Los malos hay que echarlos fuera.
Los buenos deben quedar dentro.
Pero Jesús no es tan radical.
Está bien aceptar a los buenos, pero los buenos no tienen derecho a excluir a los malos.
El único que decidirá la suerte de unos y otros será siempre Dios.
Pero eso, solo al final de los tiempos.
Mientras tanto, todos en el mismo cesto.
Todos en la “misma barca” que dirá el Cardenal Martini.
Primero fue la cizaña con el trigo.
Ahora son los “peces buenos y los malos”.
Siempre la misma imagen de la misma realidad.
Ni todos son santos, ni todos son pecadores.
Coexisten santos y pecadores.
Y esa es la realidad del Reino de Dios hasta “el final”.
Sólo al final, y no ahora, será Dios quien decida la suerte de unos y de otros.
La idea me gusta.
Pues sé que, con ello, también a mí, se me siguen dando oportunidades.
Pues sé que, con ello, también a mí, Dios me sigue manteniendo en su Reino, por más que no siempre responda a lo que El espera de mí, y me sigue ofreciendo posibilidades.
Pues sé que, con ello también yo soy objeto de la esperanza de Dios.
Pues sé que, con ello Dios me acepta y no me excluye.
Y también me ayuda a comprender cada día la verdad y la realidad de la Iglesia.
No escandalizarme de que en la Iglesia haya malos.
No caer en el rigorismo de declararme enemigo de los malos.
No caer en la tentación de sentirme de los buenos.
No caer en la fácil tentación de sentirme más que los demás.
No caer en la fácil tentación de una Iglesia de “santos”.
Sino aceptar que todos vamos por el mismo camino de lograr ser mejores todos.
No caer en la fácil tentación de sea yo el que decida, quiénes son “recogidos en cestos” y quienes son “los malos a los que se tiran”.
Y ¿por qué negarlo?
Me ayuda a comprender mejor el corazón de Dios, abierto a todos.
Me ayuda a comprender mejor el corazón de Dios, que no tiene prisas en excluir a nadie.
Me ayuda a comprender mejor el corazón de Dios, que sabe esperar a los que llegan con retraso e incluso a los que nunca llegarán.
Me ayuda a comprender mejor el corazón de Dios, que ama a unos y a otros, buenos y malos.
Me ayuda a comprender mejor el corazón de Dios, que a todos quiere darnos las mismas oportunidades y posibilidades.
La verdadera decisión solo se dará al final.
Cuando llegue la siega.
Cuando se saquen las redes del mar.
Dios no vive de nuestras prisas.
Dios no vive de nuestros inmediatismos.
Dios nos enseña a vivir siempre de la “espera”.
Es “espera” que a nosotros tanto nos cuesta y que aún apenas sabemos “deletrear”.
Jesús quiere estar seguro de que los suyos han entendido bien esta su mentalidad y actitud. “¿Entendéis bien todo esto?”
Me extraña el optimismo con que responden: “Sí”.
Me inquieta y preocupa: ¿y qué responderíamos nosotros hoy?
Clemente Sobrado C. P.
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