29 de julio.

Rafael Sanzio. Parábola del tesoro escondido. s.XVI.

Rafael Sanzio. Parábola del tesoro escondido. s.XVI.

MIÉRCOLES DE LA SEMANA 17ª DEL TIEMPO ORDINARIO

1. (Año I) Éxodo 34,29-35

a) Cuando Moisés bajaba del Sinaí, del encuentro con Dios, tenía el rostro radiante.

El relato habla de cuándo se ponía Moisés un velo por la cara y cuándo se lo quitaba.

Por eso, en la iconografía, se le representa muchas veces con dos rayos de luz que le brotan de la frente.

El Éxodo resalta, de modo particular, que Moisés actúa de mediador, que intercede ante Dios por su pueblo y le comunica a éste la palabra de Dios. Es un hombre de Dios y un hombre del pueblo. Cercano a los dos.

Por eso el Salmo dice de él: «Moisés y Aarón con sus sacerdotes… invocaban al Señor y él respondía, Dios les hablaba desde la columna de nube».

b) ¿Nos brilla el rostro después de haber estado orando y celebrando, en la presencia de Dios?

Moisés bajó de los cuarenta días del monte -días de oración, soledad y experiencia religiosa-, y todos se lo notaron. Cuando terminamos Ejercicios espirituales o un retiro mensual o, sencillamente, nuestra celebración de la Eucaristía o de la Oración de las Horas o nuestra meditación, ¿se nos nota? No hace falta que nos brille el rostro y tengamos que cubrirnos con un velo para no deslumbrar. Lo que se nos tendría que notar en la cara es una actitud de fe en Dios, de alegría, de esperanza, de entrega gozosa al trabajo, de optimismo.

No nos quedamos en la montaña de la oración. Bajamos al valle del trabajo y la misión.

Pero lo hacemos conjugando oración y entrega, como Moisés, impregnando de oración el trabajo y llevando el compromiso misionero a nuestra oración. Personas de Dios. Personas entregadas a su trabajo. Todos mediadores, de alguna manera, entre Dios y la humanidad.

A los ministros en la comunidad Pablo nos recuerda que se nos tendría que notar la gloria de Dios, como se le veía a Moisés, y eso que su ministerio era pasajero y el nuestro, ya definitivo, porque es colaboración con Cristo Jesús (cf. 2 Co 3,7 y su comentario el jueves de la semana 10ª). Pero extiende a todos su exhortación: «todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen, cada vez más gloriosos» (2 Co 3,18).

El resplandor de Dios se llama Cristo Jesús, al que en uno de los mejores himnos, le llamamos «Luz gozosa de la santa gloria del Padre». Los que entramos en comunión con él por la oración y, sobre todo, por la Eucaristía, debemos reflejar luego, en nuestro modo de actuar en la vida, esa luz ante los demás.

2. Mateo 13,44-46

a) Dos parábolas más, muy breves, y ambas coincidentes en su intención: la del que encuentra un tesoro escondido bajo tierra y la del comerciante que, entre las perlas, descubre una particularmente preciosa. Los dos venden cuanto tienen, para asegurarse la posesión de lo que sólo ellos saben que vale tanto.

Hoy Jesús hubiera podido añadir ejemplos como el del que juega en bolsa y sabe qué acciones van a subir, para invertir en ellas, o el de un coleccionista que descubre por casualidad un cuadro o una partitura o una moneda de gran valor. Y no digamos, un pozo de petróleo.

b) Es una sabiduría rara -la verdadera sabiduría- la de descubrir cuáles son los valores auténticos en esta vida, y cuáles, no, a pesar de que brillen más o parezcan más atrayentes.

¿Qué es más importante: el dinero, la salud, el éxito, la fuerza, el gozo inmediato? ¿o la felicidad, el amor verdadero, la cultura, la tranquilidad de conciencia?

Pero todavía es más necesaria la verdadera sabiduría cuando se trata de descubrir cuáles son los valores del Reino que Dios más aprecia, cuáles sus planes sobre nosotros, los que nos conducen a la verdadera felicidad. A veces, son verdaderamente un tesoro escondido o una perla única.

Muchos cristianos, jóvenes y mayores, tienen la suerte de poder agradecer a Dios el don de la fe, o de haber descubierto en una determinada vocación el camino que Dios les destinaba, o de haberse encontrado con Cristo Jesús, como Pablo cerca de Damasco, o como Mateo cuando estaba sentado a su mesa de impuestos, o como los pescadores del lago que oyeron la invitación de Jesús.

Y lo han dejado todo y han encontrado la alegría y el pleno sentido de sus vidas. En la vida religiosa. O en el ministerio sacerdotal. O en una vida cristiana comprometida y vivida con coherencia, para bien de los demás.


18:59
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