“Jesús les replicó: “Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de este pan”. Jesús les contestó: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará más hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed”. (Jn 6,24-35)
Los caminos de Dios nunca suelen coincidir con los caminos de los hombres.O mejor dicho, los caminos de los hombres no suelen coincidir con los caminos de Dios.
El modo de actuar de Dios no suele coincidir con el modo de actuar que a nosotros nos gusta.
Nos quedamos con la mano que nos da de comer. Pero nos olvidamos de quien es esa mano. Valoramos el pan que recibimos de los hombres. Y no sabemos reconocer que detrás de ese pan está la mano de Dios.
Queremos que Dios nos regale el pan de cada día.
Pero nos cuesta aceptar que Dios mismo se haga pan por nosotros.
Dios no es de los que nos da cosas.
Dios no es de los que nos da pan.
Dios es de los que Él mismo se hace pan.
Es que siempre es más fácil dar cosas a los otros.
Lo difícil es convertirnos nosotros en pan.
Es que siempre es más fácil dar a los otros de lo que tenemos.
Lo difícil es darles lo que somos.
Y la verdadera originalidad del amor de Dios termina siendo:
Un Dios que se hace pan.
Un Dios que se da El mismo como pan.
Un Dios que se da a sí mismo.
Aceptamos que Jesús multiplique los panes y coman todos hasta saciarse.
Pero nos cuesta aceptar que El mismo se convierta en pan.
Nos cuesta aceptar que, en vez de darnos el pan de los otros, se convierta Él mismo en pan.
Jesús habla del pan que no solo sacia el hambre, sino del pan que “da la vida”.
Jesús no del pan habla que se endurece y nadie lo quiere comer al día siguiente.
Jesús quiere hablarnos del pan que permanece fresco todos los días.
Jesús quiere hablarnos del pan que no se endurece nunca.
Jesús quiere hablarnos del pan que no solo satisface el hambre del estomago.
Jesús quiere hablarnos del pan que nos regala la vida.
Es toda una novedad la que El anuncia.
Es un pan totalmente nuevo el que Él nos ofrece.
Es un pan que no se vende en las panaderías.
Pero es un pan real.
Al fin todos terminan, presas de la curiosidad, más que del hambre.
Y todos terminan reclamándole ese pan nuevo.
El problema surge cuando dice:
“Yo soy el pan de vida”.
“El que viene a mí no pasará hambre”.
“El que cree en mí nunca pasará sed”.
¡Qué difícil nos resulta creer en un Dios así!
Preferimos un “Dios panadero” a un Dios que “se hace pan”.
Preferimos un Dios que nos regale cada mañana el pan fresco de la panadería.
A un Dios que se hace pan en la comunión eucarística.
Preferimos un Dios lejano que, no sabemos donde está.
A un Dios tan simple y sencillo, que cada día se convierte en pan.
Preferimos comer el “pan que compramos”.
A no comer el “pan que es el mismo Dios hecho pan”.
Todavía nuestros gustos están hechos más al pan de las panaderías, que al pan que es Dios mismo.
Y sin embargo:
La Iglesia vive cada día del pan de vida que es la Eucaristía.
Los fieles viven cada día del pan de vida que reciben en la comunión.
Por eso me encantan esos cristianos que me dicen: “Padre, yo no puedo vivir sin la comunión”.
Pero me sigo preguntando: ¿Y sabrán estos fieles que están comiendo a Jesús pan de vida?
Sin ese pan, no hay Iglesia.
Sin ese pan, la Iglesia sufre de anemia.
Sin ese pan, la Iglesia no vive.
Clemente Sobrado C. P.
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