“El Reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta… El Reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina y basta para fermentar toda la masa”. (Mt 13,31-35)
Dios hace cosas grandes con cosas pequeñas.
Dios no comienza por lo grande sino por lo pequeño.
Dios no comienza por lo de fuera.
Dios comienza siempre por dentro.
Un grano de mostaza, casi invisible, se hace un gran arbusto.
Una pizca de levadura, fermenta toda una masa.
Dios no se fija en el volumen de las cosas.
Dios se fija en la fuerza interna de lo pequeño.
Alguien me comentaba un día: “No te preocupes de esas pastillas grandes, pero ten miedo a esas chiquitas, son pura dinamita”.
Por eso Dios tampoco se ilusiona mucho con grandes masas.
Pero se ilusiona con uno o dos que están llenos de vida, de energía espiritual.
El mismo se vio rodeado de muchedumbres. Terminaba despidiéndolas.
En cambio consigo llevaba un grupito pequeño de Doce.
El Reino de Dios:
Está llamado a ser un granito de mostaza.
Está llamado a ser una pizca de levadura.
Pero el Reino de Dios está llamado a ser una fuerza:
Capaz de cambiar la humanidad entera.
Capaz de cambiar el mundo entero.
Capaz de fermentar la humanidad entera.
Capaz de fermentar la humanidad entera.
No es, por tanto cuestión de ¿cuántos somos?
El número, el ser “los que más” puede satisfacer nuestra vanidad.
El problema es ¿cómo somos? ¿qué vitalidad y fuerza tenemos?
Podemos ser mil millones de los llamados “bautizados”, “creyentes”.
Y no inquietar a nadie.
Y podemos ser pequeñas comunidades animadas por el Espíritu, capaces de preocupar al mundo entero.
A veces pienso en las “comunidades de Pablo”.
Estoy seguro de que eran comunidades muy pequeñas.
Hoy, muchos se sienten decepcionados, porque ven que la Iglesia va perdiendo fuerza y prestigio.
Ya la preferiría “grano de mostaza”.
Hoy, muchos se sienten preocupados, porque el mundo se va marginando de la Iglesia.
Yo la preferiría “iglesia levadura”.
Hoy, todos vivimos la angustia de la escasez de vocaciones.
Entiendo que hay demasiados campos abandonados y desatendidos.
Sin embargo, ¿será problema de número de vocaciones o no será más bien problema de “calidad de vocaciones”?
La Madre Teresa que yo conocí en 1980 durante todo un mes, era ya viejita, puros huesos forrados de una piel ya gastada. Y hasta ella era chiquita.
Pero la Madre Teresa:
Contagiaba por donde iba.
Despertaba inquietudes por donde pasaba.
Despertaba interés y curiosidad con su simple presencia.
La mostaza es casi invisible.
Pero se multiplica con una rapidez increíble.
La levadura se mezcla en la masa y se hace invisible.
Pero transforma toda la masa.
Estoy pensando:
El alma es invisible.
Y da vida a todo el cuerpo.
La gracia es invisible.
Y es capaz de hacer santos.
La savia se hace invisible, escondida tras la corteza.
Y hace crecer y florecer a los troncos de los árboles.
Un grano de trigo, es bien poca cosa.
Pero el tallo se hace alto y florece en una linda espiga.
Así es el Evangelio, mostaza y levadura.
Así es el Reino de Dios, mostaza y levadura.
Así tiene que ser la Iglesia, mostaza y levadura.
Así tiene que ser el cristiano, mostaza y levadura.
Clemente Sobrado C. P.
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