Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Viernes de la 17 a. Semana – Ciclo B

“Fue Jesús a su ciudad y se puso a enseñar en la sinagoga. La gente decía admirada: “¿De dónde saca este esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí sus hermanas? Entonces ¿de dónde saca todo eso?” (Mt 13,54-58)

El problema de la verdad no es la verdad misma, sino quién la dice.
El problema del Evangelio no es el Evangelio mismo, sino quién lo anuncia.
Si quien habla es un gran personaje, todos nos quedamos boquiabiertos.
Si quien habla es un desconocido, ¿qué tendrá ese que decirnos?
Si quien habla es una gran figura, todos vamos a escucharle.
Si quien habla es un pobre hombre, no le escucha ni su esposa.
Si quien habla es un político, todos los periódicos lo publican.
Si quien habla es un ciudadano de a pie, no sale ni en avisos económicos.
Si quien habla es un poderoso, debe decir cosas importantes.
Si quien habla es un pobre hombre o mujer, sus palabras las lleva el viento.

Es lo mismo que le pasó a Jesús.
Hasta en eso debió de parecerse a nosotros.
Por una parte, la gente se “admira de sus palabras y sus milagros”.
Pero, la gente de entonces es como la de ahora.
El problema de Jesús:
Ser hijo de un carpintero.
Ser hijo de María, una aldeana más, sin importancia.
Su familia, tampoco tiene mayor prestigio social.

Y de la “admiración” pasan “al desconcierto”.
No pueden negar que en sus palabras hay algo nuevo.
No pueden negar que sus milagros están ahí.
Pero, lo que falla es la “persona”.
No es alguien importante.
No es significativa.
No tiene títulos especiales.

No reconocen su origen divino.
Por tanto, no es ningún representante de Dios.
Saben que habla como nadie.
A lo más, la curiosidad de “dónde lo habrá aprendido” o “¿quién se lo ha enseñado?”
Solo se fijan en su origen humano.
Solo se fijan en su familia humana.
Un carpintero de aldea no resulta demasiado importante y significativo.

Un día un amigo mío tuvo una avería en las cañerías del agua. Cuando vino el “gasfitero” rompió la pared y sacó la cañería rota. Era de aquellas antiguas. Por dentro estaba llena de óxido de hierro. Realmente daba casi asco verla lo destrozada y sucia que estaba. Yo estaba con él.
A mí se me ocurrió tomar un trozo de la misma. Y la guardé.
Luego que el “gasfitero” la cambió por una nueva y más moderna, llamé a mi amigo y le mostré la antigua cañería.
Mi amigo era de los que, constantemente me atacaba diciendo, que no creía porque la Iglesia no vivía el Evangelio, era rica y él conocía a muchos cristianos que comulgaban pero luego eran como todos, y que los curas ya se había demostrado que escondíamos muchas basuras.

Tomé el trozo de cañería y le digo: Bueno, amigo, ¿cuántos años has estado bebiendo el agua que te llegaba por esta tubería? ¿Ves lo sucia que está? Y sin embargo, el agua te llegaba limpia. Y tú saciabas tu sed con esa agua, la de esa tubería.
Pues así es la verdad, amigo mío.
No te fijes en la tubería por donde te llega la verdad del Evangelio.
Puede que esté sucia, y sin embargo, el agua del Evangelio te llega limpia.

Me quedó mirando y me respondió: “eres un j…” un calificativo que no digo pero que empieza con j… y ustedes lo adivinan.
Muchas veces la luz del sol tiene que atravesar las nubes cargadas de “esmog”.
Muchas veces la verdad nos llega a través del “hijo de un carpintero”.
Muchas veces la verdad nos llega a través del hijo de “una madre cualquiera y pobre”.
No te fijes si la voz que te anuncia el Evangelio no es la de Plácido Domingo o Pavarotti.
Acepta la luz, aunque venga a través de las tinieblas.
Acepta la verdad, aunque venga de gente poco significativa.
La verdad del Evangelio no depende de quien la anuncia sino del Evangelio mismo.

Clemente Sobrado C. P.


Archivado en: Ciclo B, Tiempo ordinario Tagged: carpintero, Jesus, maria, profeta
21:58

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