Bocadillos espirituales para la Pascua: Viernes de la Octava de Pascua

“Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: “Muchachos, ¿tenéis pescado? Ellos contestaron: “No”. El les dice: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis”. “Es el Señor”. Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua…” (Jn 21, 1-14)



No todos los días están iluminados por los éxitos.

Las noches tampoco.

Hay días que anochecen y hay noches que amanecen con demasiados fracasos. No todas las mañanas nuestros pescadores arriban al puerto cargadas sus barcas de peces.

La vida tiene sus éxitos y sus triunfos.

Pero también sus derrotas y fracasos.

Es preciso saber triunfar sin que el humo llene la cocina de nuestro corazón.

Y es preciso saber sufrir la desilusión del fracaso, sin por eso sentirnos derrotados.

Los triunfos ilusionan.

Los fracasos ponen a prueba nuestra resistencia y nuestra constancia.


Los discípulos, aquella noche no habían pescado nada, a lo más el cansancio y el frío del Lago.

Pero no han perdido la esperanza.

Un desconocido les manda echar la red a la derecha, como si ellos no supiesen donde había que echar las redes.

Y sin embargo, tuvieron el humor de seguir sus consejos.

¡Y curioso! “Echaron las redes y no tenían fuerzas para sacarlas por la cantidad de peces”.

Saber escuchar a los demás siempre puede ser útil.

Lo peor puede ser la autosuficiencia que se lo cree saber todo.

Hasta el consejo de un desconocido puede ser principio del éxito.


Aunque la luz del amanecer todavía es demasiado vaga y tenue, alguien siempre ve más que los demás. Juan reconoce en aquel curioso desconocido a Jesús. “Es el Señor”.

Aunque tú no veas, cree al que ve más que tú.

Aunque tú no oigas, escucha al que oye.

Aunque tú no sepas, cree al que sabe.

Aunque tú no llegues, fíate del que ha llegado primero.


Y la gran sorpresa.

No es hora de apariciones, pero Jesús ya ha encendido el fuego en la orilla.

Y como siempre, a Jesús le encantan los encuentros pascuales en torno al fuego y a la mesa, aunque aquí sirva de mesa la hierba de la orilla.


Jesús se manifiesta en las cosas simples y sencillas de la vida.

Cuando están encerrados y con miedo.

Cuando están de camino regreso a casa.

Cuando están de pesca en el mar.

Es que el acontecimiento de la Resurrección no es algo reducido a momentos particulares de la vida. La Resurrección y el Resucitado son realidades llamadas a iluminar nuestra vida entera.

Aquellos momentos agradables de la vida.

Aquellos momentos de desilusión.

Aquellos momentos en los que todo parece carecer de sentido.

Aquellos momentos en los que parece que nada se ve claro.


Es la vida entera la que tiene que estar iluminada por el acontecimiento pascual.

Vivir para el cristiano, es vivir su vida entera, con sus luces y sombras, a la luz del Resucitado que, aunque no lo veamos siempre claro, sigue presente en medio de nosotros.

No hay oscuridad que no pueda ser iluminada aunque sea con un fósforo.

No hay situaciones, por difíciles que sean, que no puedan ser revertidas por la presencia del que está en medio de nosotros.

¿Has fracasado hoy? No te preocupes, mañana puedes triunfar.


Clemente Sobrado C. P.




Archivado en: Ciclo B, Pascua Tagged: aparicion, fe, pesca milagrosa
00:24

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