“Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir el lobo y abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa. Yo soy el buen pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre”. (Jn 10, 11-18)
Uno de los títulos más tiernos de Jesús es el que él mismo se da: “buen Pastor”.
La Iglesia tiene un gran símil a rebaño.
No como masificación pasiva.
Sino porque está compuesto de ovejas.
La oveja es débil, pero es tierna, dócil.
El rebaño es indefenso.
Por eso necesita del Pastor.
Lo expresó muy bien el Papa Francisco:“Vuestra presencia -precisó el Papa- no es secundaria, es indispensable.
La pide el pueblo mismo, que quiere ver al propio obispo caminar con él, estar cerca de él.
Lo necesita para vivir y para respirar.
No os cerréis.
Bajad en medio de vuestros fieles, también en las periferias de vuestras diócesis y en todas aquellas ‘periferias existenciales’ donde hay sufrimiento, soledad, degradación humana”.
Y pide algo especial.
Jesús dice que “conoce y le conocen las ovejas”
El Papa invita:
a “seguir el olfato que tiene el Pueblo de Dios para hallar nuevos caminos” y la advertencia para evitar caer “en el espíritu del carrerismo” y de la ambición”.
“En el Evangelio hay un pasaje del Evangelio que “habla del pastor que, cuando vuelve al redil, se da cuenta de que falta una oveja, deja a las 99 y va a buscarla”.
“Va a buscar una”, subrayaba, y exclamaba después llamando en causa a todos los cristianos:
“¡Nosotros tenemos una; nos faltan las 99!
Debemos salir a buscarlas”
“Esta es una gran responsabilidad y debemos pedir al Señor:
la gracia de la generosidad y el valor y la paciencia para salir,
para salir a anunciar el Evangelio.
Ah, esto es difícil.
Es más fácil quedarse en casa, con esa única oveja.
Es más fácil con esa oveja, peinarla, acariciarla… pero nosotros sacerdotes, también vosotros cristianos, todos: el Señor nos quiere pastores, no peinadores de ovejas; ¡pastores!
Y así como un rebaño no pude prescindir de la guía del pastor, un pastor no existe sin una grey a la que pastorear:
“Al final un obispo no es obispo para sí mismo, es para el pueblo;
y un sacerdote no es sacerdote para sí mismo, es para el pueblo:
al servicio de, para hacer crecer, para pastorear al pueblo, precisamente al rebaño, ¿no?
Para defenderlo de los lobos.
¡Es bello pensar esto!
Cuando en este camino el obispo hace eso es una bella relación con el pueblo, como el obispo Pablo hizo con su pueblo, ¿no?
Y cuando el sacerdote tiene esa bella relación con el pueblo, nos da un amor: viene un amor entre ellos, un verdadero amor, y la Iglesia se vuelve unida”. (Misa en la capilla de Santa Marta, 15 de mayo).
Un solo rebaño y un solo pastor.
Muchos pequeños rebaños.
Muchos generosos pastores.
Una Iglesia compuesta de rebaños y pastores.
Clemente Sobrado C. P.
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