La celebración de este Año Mariano me pareció un modo de secundar al Papa, que insistentemente pide oraciones a todos los cristianos por los frutos del próximo Sínodo sobre la Familia, afirma el Prelado del Opus Dei en una reciente entrevista
El prelado del Opus Dei, monseñor Javier Echevarría, abrió el pasado día 17 en Valencia el ciclo Diálogos de Teología Almudí con una conferenciasobre su antecesor al frente del Opus Dei, el beato Álvaro del Portillo(Madrid, 1914-Roma, 1994) y su trabajo durante el Concilio Vaticano II como secretario de la Comisión Conciliar del Clero.
A la ponencia asistió un gran número de sacerdotes no sólo de Valencia, sino también de las diócesis de Segorbe-Castellón, Orihuela-Alicante o Murcia. Religiosas y seglares se dieron también cita en el bellísimo salón Alfonso el Magnánimo del Centro Cultural de La Beneficència, en un acto que fue presidido por el arzobispo de Valencia, el cardenal Antonio Cañizares.
Don Javier, el Opus Dei se encuentra celebrando el Año Mariano por la familia. Al convocarlo, pidió a los miembros de la Obra que rezaran a la Virgen por las familias, uniéndose de este modo a las intenciones del papa Francisco. En este sentido, ¿cuál es la situación actual de la familia, sus principales desafíos? Y en relación al Papa, ¿qué espera usted del próximo Sínodo de la Familia?
La celebración de este Año Mariano me pareció un modo de secundar al Papa, que insistentemente pide oraciones a todos los cristianos por los frutos del próximo Sínodo sobre la Familia. Da alegría comprobar que muchas familias se sienten queridas por Dios y son reflejo del amor trinitario. Con el esfuerzo del padre y la madre, muchas veces heroico, se convierten en “hogares luminosos y alegres”, como decía san Josemaría. Derrochan cariño a toda la sociedad. Pero hay también muchas otras que atraviesan graves dificultades, o en las que impera la frialdad o el egoísmo. Me gustaría, uniéndome a las intenciones del Papa, que el Sínodo fuera un reconocimiento y un agradecimiento para las primeras, y un buen punto de apoyo para una positiva transformación de las segundas. También deseo que sea un momento en el que las familias perciban que son Iglesia y que toda la Iglesia les acompaña en su caminar.
Si en este año de gracia, entre los dos Sínodos, conseguimos −con la ayuda de Dios− provocar una corriente de atención hacia las familias más necesitadas y reducir, aunque sea en una pequeña medida, el número de hogares que encuentran serias dificultades, habremos conseguido ya algo muy importante para la Iglesia, para el conjunto de la sociedad y para el bien de las personas. En esta lógica, aconsejaría que las familias leyeran las animantes catequesis del Papa sobre la figura del padre y la madre, de los abuelos y parientes, de los hermanos y de los hijos.
¿Qué balance hace hasta el momento del Año Mariano por la familia?
Los balances en asuntos espirituales son difíciles de sopesar: la Virgen sabe cómo presentar al Señor la continua e incontable oración, el generoso y abundante ofrecimiento del dolor de los enfermos, tantas penurias −a nivel mundial− ofrecidas por la misma intención, los millares y millares de visitas a santuarios marianos (pienso en tantas personas que aquí en Valencia habrán rezado a la Mare de Déu dels Desamparats por esta intención)… y también tanta catequesis y tanta reflexión sobre la familia, desde todos los ángulos: desde la perspectiva antropológica, filosófica, teológica, pastoral. Yo ruego a los fieles y cooperadores del Opus Dei que ellas y ellos mismos tracen su propio balance personal: que examinen hasta qué punto su profundización en el evangelio de la familia les está conduciendo a amar la fidelidad conyugal y a ser generosos; y también a ayudar a tantos matrimonios que atraviesan especiales dificultades, agudizadas en muchos casos −no hay que olvidarlo− por la crisis económica global.
Su conferencia en Valencia para los ‘Diálogos de Teología Almudí’ abordó la figura de su antecesor al frente del Opus Dei, el beato Álvaro del Portillo, en su papel como secretario de la Comisión Conciliar del Clero. ¿Qué recuerdos guarda de él, qué destacaría de su persona?
Bastaba cruzar dos palabras con don Álvaro para llenarse de paz. Era un hombre, un sacerdote, un obispo de gran humanidad, con una sonrisa y una bondad que, desde el primer momento, rompían las distancias: resultaba imposible no sentirse querido, respetado, comprendido… Pienso que en su carácter había cierta predisposición a esa especial empatía, pero sobre todo quedaba en evidencia que su actitud, limpiamente acogedora, reflejaba el estilo del Evangelio, que había aprendido de Jesús a través también del ejemplo de san Josemaría.
De este modo de ser y actuar del beato Álvaro han dado testimonio muchos padres conciliares que lo trataron, o simplemente se cruzaron con él, durante las sesiones del Vaticano II.
Usted también fue un estrecho colaborador del fundador del Opus Dei. ¿Qué puede decirnos de san Josemaría Escrivá? ¿Cuál es su mensaje más fuerte para los tiempos de hoy?
El decreto de la Santa Sede sobre sus virtudes heroicas lo describe como un “contemplativo itinerante”, un hombre, un sacerdote, que invitaba a todos a buscar a Dios mientras caminamos por la vida de cada día, en las circunstancias más comunes, que no deben ser obstáculo sino ocasión para encontrar al mismo Señor, que tan infinitamente nos ama a cada uno.
Una faceta era evidente para mí: aconsejaba lo que él mismo vivía. He sido testigo, durante muchos años, de su lucha personal por acercarse más y más al Señor, como un enamorado que quiere corresponder con todo su amor a quien le ama: todos los días, en las tareas importantes y en las que parece que no lo son, en lo difícil y en lo fácil, sirviendo a los demás con una alegría contagiosa.
“Santidad es buscar la presencia de Dios −el trato constante con Él− con la oración y con el trabajo, que se funden en un diálogo perseverante con el Señor”, repetía de muchos modos. Su mensaje no se quedaba en primer lugar y solo en una invitación a la acción, a hacer… sino a amar.
Los ‘Diálogos de Teología Almudí’ giran este año en torno al Concilio Vaticano II y el sacerdocio, a los 50 años del Decreto ‘Presbyterorum ordinis’. ¿Cómo percibe el estado actual del sacerdocio, sobre todo en Europa, donde existen problemas como el descenso en el número de vocaciones? ¿Cómo revitalizar la llamada al presbiterado?
Los problemas existen, pero considero que los documentos conciliares y el magisterio de los papas y de muchos obispos están ayudando a las nuevas generaciones a acceder al sacerdocio con afán de santidad y de servicio, aunque todos deseamos que los frutos sean mayores. Es noticia −grata a Dios y a los hombres de buena voluntad− que en no pocos países aumenta el número de sacerdotes y seminaristas.
San Josemaría se preguntaba: “¿Queremos ser más?”, y enseguida respondía: “¡Seamos mejores!”. Si los obispos y los sacerdotes procuramos buscar con más afán la santidad; si el pueblo cristiano reza más por nosotros y por las vocaciones; si tenemos la nobleza y la valentía de proponer a muchas almas la perspectiva del seguimiento de Cristo; si en familias, colegios y otras instancias, especialmente las propias de la pastoral juvenil, se realiza una profunda iniciación cristiana… a pesar de los pesares −el ambiente relativista y hedonista, el materialismo que asalta el mundo−, el Señor de la mies no dejará de enviar obreros a su mies. Lo ha prometido Él, siempre que nosotros se lo pidamos con obras y de verdad.
Aquí mismo, en Valencia, se han preparado tantas y tan abundantes promociones de sacerdotes, que han servido también en otras Iglesias particulares… Esto no deja de ser un signo de esperanza en nuestros tiempos.
En cuanto a los laicos, recordando esa llamada universal a la santidad proclamada en el Evangelio y tan difundida por san Josemaría, ¿debemos avanzar más en una mayor participación de éstos en la vida de la Iglesia, tal como marcó también el Concilio? ¿En qué aspectos? ¿Y cómo conseguirlo?
Como usted sabe, el último Concilio, y asimismo los Romanos Pontífices, tanto los anteriores como el papa Francisco, han insistido con gran vigor en la misión apostólica de los fieles laicos, ya que están llamados a contribuir de manera importantísima en la nueva evangelización. Lógicamente algunos tendrán que colaborar en las instituciones eclesiales, pero la tarea específica de los laicos se realiza allí donde están sus aspiraciones, su trabajo, sus amores, como explicaba san Josemaría; allí está el sitio de su encuentro cotidiano con Dios. Su misión propia, recordó el Concilio, es la vivificación cristiana de las realidades temporales. A los fieles laicos corresponde en primer lugar, por tanto, quizá más que a los sacerdotes o a los religiosos, fomentar el desarrollo de una cultura, de una legislación, etcétera, coherentes con la dignidad de la persona humana.
Desde luego, en ese gran panorama de la animación cristiana de lo temporal se encuentra también el reto de salir al encuentro de la pobreza y de la injusticia, pues, sin perjuicio de la gran labor que hacen en este ámbito tantos sacerdotes y religiosos, constituye una exigencia propia de los laicos, espoleados por su conciencia de la dignidad del hombre y la profesionalidad que les es propia.
Este curso está siendo importante también en el Opus Dei por el hecho de que ha nombrado a un vicario auxiliar para que le ayude en la dirección de la Obra. Cuatro meses después de esa decisión, ¿cuál es su valoración sobre cómo se está desarrollando todo?
La figura del vicario auxiliar ya estaba prevista por san Josemaría, y el pasado diciembre, después de pedir luces a Dios, me pareció que había llegado el momento de ponerla en acto. ¿Que cómo se va desarrollando todo? Doy gracias a Dios por poder contar con la ayuda que significa ahora tener un vicario auxiliar. La Obra trabaja establemente en 69 países y sigue extendiéndose, y aunque me encuentro bien a mi edad, el vicario auxiliar supone un nuevo impulso para seguir toda esa labor. Aun así, estoy muy necesitado de oraciones, como todos los que tenemos este tipo de responsabilidad pastoral. Pido a sus lectores que acompañen con su oración filial a mi hermano y amigo, el Cardenal Arzobispo, y que recen también por mí.
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