22 de abril.

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MIÉRCOLES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA

Hechos de los apóstoles 8, 1-8:

“Y Saulo consentía en su muerte. En aquel día se desató una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén, y todos fueron esparcidos por las regiones de Judea y de Samaria, con excepción de los apóstoles. 2 Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban, e hicieron gran lamentación por él. 3 Entonces Saulo asolaba a la iglesia. Entrando de casa en casa, arrastraba tanto a hombres como a mujeres y los entregaba a la cárcel. 4 Entonces, los que fueron esparcidos anduvieron anunciando la palabra. 5 Y Felipe descendió a la ciudad de Samaria y les predicaba a Cristo. 6 Cuando la gente oía y veía las señales que hacía, escuchaba atentamente y de común acuerdo lo que Felipe decía. 7 Porque de muchas personas salían espíritus inmundos, dando grandes gritos, y muchos paralíticos y cojos eran sanados; 8 de modo que había gran regocijo en aquella ciudad.

Salmo responsorial:

65, 1-3a.4-5.6-7ª: 1 Aclamad a Dios con alegría, toda la tierra. 2 Cantad la gloria de su nombre; Poned gloria en su alabanza. 3 Decid a Dios: ¡Cuán asombrosas son tus obras! 4 Toda la tierra te adorará, Y cantará a ti; Cantarán a tu nombre. 5 Venid, y ved las obras de Dios, Temible en hechos sobre los hijos de los hombres. 6 Volvió el mar en seco; Por el río pasaron a pie; Allí en él nos alegramos. 7 El señorea con su poder para siempre; Sus ojos atalayan sobre las naciones;

Evangelio según san Juan 6, 35-40:

“Jesús continuó hablando a la gente: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed. Sin embargo, vosotros, como ya os he dicho, aun viendo lo que habéis visto, no creéis. Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado, a saber: que no se pierda nada de lo que me dio sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”.

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1. a) Empieza la tercera persecución contra los cristianos -de nuevo con la intervención, esta vez más activa, de Saulo-, y la dispersión de parte de la comunidad de Jerusalén, tal vez sus grupos más liberales, los de habla griega. Los apóstoles se quedan.

Parecía que esto iba a ser un golpe mortal para la Iglesia, y no lo fue. La comunidad se hizo más misionera y la fe en Cristo se empezó a extender por Samaría y más lejos: «los prófugos iban difundiendo la Buena Noticia» El día de la Ascensión Jesús les había anunciado que iban a ser sus testigos primero en Jerusalén, luego en toda Judea, en Samaría, y hasta los confines del mundo (Hch 1,8). Ahora lo empiezan a realizar.

Uno de los diáconos helénicos, Felipe, es el que asume la evangelización en Samaría, y «la ciudad se llenó de alegría». Aunque no lo leemos hoy sabemos que la predicación de Felipe atrajo a muchos al Bautismo, y entonces los apóstoles Pedro y Juan bajaron de Jerusalén a completar esta iniciación, imponiendo las manos y dando el Espíritu a los bautizados por Felipe.

b) No habría que asustarse demasiado, con visión histórica, por las dificultades y persecuciones que sufre la comunidad cristiana. Siempre las ha experimentado y siempre ha prevalecido.

Para aquella comunidad de Jerusalén, lo que parecía que iba a ser el principio del final, fue la gran ocasión de la expansión del cristianismo. Así ha sucedido cuando en otras ocasiones cruciales de la historia se han visto cerrar las puertas a la Iglesia en alguna dirección: con las invasiones de los pueblos bárbaros y el hundimiento del imperio romano, o con la pérdida de los Estados Pontificios el siglo pasado. Siempre ha habido otras puertas abiertas y el Espíritu del Señor ha ido conduciendo a la Iglesia de modo que nunca faltara el anuncio de la Buena Noticia y la vida de sus comunidades como testimonio ante el mundo.

Si tenemos fe y una convicción que comunicar, la podremos comunicar, si no es de una manera de otra. Como sucedía en la primera comunidad con los apóstoles y demás discípulos: nadie les logró hacer callar. Si una comunidad cristiana está viva, las persecuciones exteriores no hacen sino estimularla a buscar nuevos modos de evangelizar el mundo. Lo peor es si no son los factores externos, sino su pobreza interior la que hace inerte su testimonio.

Lo que a nosotros nos puede parecer catastrófico -los ataques a la Iglesia y sus pastores, la falta de vocaciones, la progresiva secularización de la sociedad, los momentos de tensión- será seguramente ocasión de bien, de purificación, de discernimiento, de renovado empeño de fe y evangelización por parte de la comunidad cristiana, guiada y animada por el Espíritu. Eso sí, también una llamada a la renovación de nuestros métodos de evangelización. Dios escribe recto con líneas que a nosotros nos pueden parecer torcidas.

2. a) El «discurso del Pan de la vida» que Jesús dirige a sus oyentes el día siguiente a la multiplicación de los panes, en la sinagoga de Cafarnaúm, entra en su desarrollo decisivo. Esta catequesis de Jesús tiene dos partes muy claras: una que habla de la fe en él, y otra de la Eucaristía. En la primera afirma «yo soy el Pan de vida»: en la segunda dirá «yo daré el Pan de vida». Ambas están íntimamente relacionadas, y forman parte de la gran página de catequesis que el evangelista nos ofrece en torno al tema del pan.

Hoy escuchamos la primera. Repetimos la última frase de ayer, el v. 35: «yo soy el pan de vida», que es el inicio de este apartado, que tiene como contenido la fe en Jesús. Se nota en seguida, porque los verbos que emplea son «el que viene a mí», «el que cree en mí», «el que ve al Hijo y cree en él». Se trata de creer en el enviado de Dios. Aquí se llama Pan a Cristo no en un sentido directamente eucarístico, sino más metafórico: a una humanidad hambrienta, Dios le envía a su Hijo como el verdadero Pan que le saciará.

Como también se lo envía como la Luz, o como el Pastor. Luego pasará a una perspectiva más claramente eucarística, con los verbos «comer» y «beber».

El efecto del creer en Jesús es claro: el que crea en él «no pasará hambre», «no se perderá», «lo resucitaré el último día», «tendrá vida eterna».

b) La presentación de Jesús por parte del evangelista también nos está diciendo a nosotros que necesitamos la fe como preparación a la Eucaristía. Somos invitados a creer en él, antes de comerle sacramentalmente.

Ver, venir, creer: para que nuestra Eucaristía sea fructuosa, antes tenemos que entrar en esta dinámica de aceptación de Cristo, de adhesión a su forma de vida Por eso es muy bueno que en cada misa, antes de tomar parte en «la mesa de la Eucaristía», comiendo y bebiendo el Pan y el Vino que Cristo nos ofrece, seamos invitados a recibirle y a comulgar con él en «La mesa de la Palabra», escuchando las lecturas bíblicas y aceptando como criterios de vida los de Dios.

El que nos prepara a «comer» y «beber» con fruto el alimento eucarístico es el mismo Cristo, que se nos da primero como Palabra viviente de Dios, para que «veamos», «vengamos» y «creamos» en él. Así es como tendremos vida en nosotros. Es como cuando los discípulos de Emaús le reconocieron en la fracción del pan, pero reconocieron que ya «ardía su corazón cuando les explicaba las Escrituras».

La Eucaristía tiene pleno sentido cuando se celebra en la fe y desde la fe. A su vez, la fe llega a su sentido pleno cuando desemboca en la Eucaristía. Y ambas deben conducir a la vida según Cristo. Creer en Cristo. Comer a Cristo. Vivir como Cristo.


22:49
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