“El Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte… Se le acercó la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición: “Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber? “Lo somos”. Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y los grandes los oprimen. No será así entre vosotros”. (Mt 20,17-28)
El Evangelio de las contradicciones.
El Evangelio de las ansias de poder.
El Evangelio de la mentalidad mundana de ser más que los demás.
Un camino de doble vía:
Jesús está confesando la suerte final que le espera.
Ser apresado por los grandes.
Y ser azotado condenado y crucificado por ellos.
Por la otra vía la Madre y sus dos hijos.
Jesús ha hablado inútilmente, no le han escuchado.
La madre pidiendo los primeros puestos para sus dos hijos.
Pero también ellos están en el mismo plano.
Siguen pensando como los grandes del mundo.
También ellos están de acuerdo con la prebenda de los primeros puestos.
Incluso están dispuestos a lo que sea con tal subir arriba.
“¿Estáis dispuestas a beber el cáliz que yo he de beber?”
“¡Estamos!”.
Las ansias de poder:
Crea siempre luchas internas.
Son las luchas por el poder.
El resto de discípulos se “indignaron contra los dos hermanos”.
El poder, en la mentalidad del mundo, tiene su perfume.
El poder, en la mentalidad del mundo, tiene su precio.
El poder, en la mentalidad del mundo, de la Iglesia, de la familia, crea tensiones y divisiones.
Los riesgos del poder:
Lo menos cristiano es el poder.
Porque la esencia del cristianismo es el amor.
Y la esencia del poder es “dominar, tiranizar, oprimir”.
No es que las personas quieran hacerlo.
Pero el poder que llevan en el corazón actúa de esa manera.
“Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen”.
“No será así entre vosotros”.
El único poder del cristiano es:
El amor.
La comprensión.
La valoración del otro.
El respeto por el otro.
El servir al otro.
El considerar al otro más que a uno mismo.
El no utilizar al otro para su propia utilidad.
Sino el poner nuestras vidas disponibles de los demás.
Jesús no camina a Jerusalén en busca del poder.
Sino de la humillación.
No va a buscar el triunfar.
Sino el hacerse víctima de todos.
De la entrega de su vida en servicio de los demás.
Por eso en la Cruz no hay competencias, ni resentimientos, ni divisiones.
Clemente Sobrado C. P.
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