“Llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan ni alforjas, ni dinero suelto el faja; que llevasen sandalias, pero no un túnica de repuesto”. Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban”. (Mc 6,7-13)
Está claro que Jesús sabe que no puede ser al único en anunciar el Evangelio.
Inicia su anuncio.
Enseña como anunciarlo.
Pero sabe que otros tendrán que continuar su obra.
Primero los hace testigos de cómo él mismo anuncia el Evangelio.
Y luego los va entrenando, es amando que se ama, y es anunciando que se anuncia.
Y les marca los criterios de proclamación del Reino.
En primer lugar: el envío.
En segundo lugar: el testimonio de dos.
En tercer lugar: se evangeliza con el testimonio del Evangelio vivido.
En cuarto lugar: poder para expulsar espíritus inmundos.
El envío: Jesús mismo se presenta como el enviado del Padre.
No se anuncia el Evangelio por amor al arte.
No se trata de anunciar por propio gusto y libertad.
El anuncio es un envío del Padre.
El enviado no va por cuenta propia, por propio gusto.
Es un enviado del Padre.
Por tanto no va en nombre propio sino que actúa en nombre del Padre.
Tomar conciencia de ser enviados y de actuar en nombre del Padre.
No anunciamos el Evangelio porque nos ha dado por ahí.
Como Jesús anunciamos como enviados del Padre.
“De dos en dos”. Posiblemente como testigos.
Y como testigos de la caridad.
Como testigos de quienes comparten el mismo amor e ideal.
Como quienes testifican legalmente el anuncio.
El Evangelio hay que anunciarlo individualmente.
Pero también comunitariamente.
Se anuncia el Evangelio en el amor fraterno.
“Testimonio de vida”.
No se puede anunciar aquello que no se vive.
No es cuestión de palabras bonitas.
Es cuestión de testimonio de vida.
Más anuncia la vida que la palabra.
Pero ellos mismos tienen que reflejar y manifestar en sus vidas el Evangelio mismo.
En Evangelio se anuncia en la pobreza y desprendimiento evangélico.
El Evangelio no se anuncia con el poder ni la riqueza.
Tampoco se anuncia con grandes capisayos que llamen la atención.
No es la fuerza del poder lo que hace creíble el Evangelio.
No es la fuerza de los medios lo que abre los corazones.
No es la fuerza del tener lo que mueve los corazones.
La riqueza opaca el Evangelio.
La pobreza le hace resplandecer.
Jesús era el primer Evangelio vivo.
Y Jesús estuvo rodeado de pobreza.
Era la fuera del ser y no del tener.
La Madre Teresa era un Evangelio vivo.
“Autoridad para expulsar malos espíritus”.
Jesús comenzó expulsando a los malos espíritus.
Jesús comenzó su predicación limpiando los corazones.
Lo primero es purificar el corazón que impide abrirse a la Palabra de Dios.
Tanto Juan como Jesús comenzaron por una invitación a la conversión.
Al cambio del corazón.
El corazón es el mayor obstáculo y también el mejor camino para abrirse al Evangelio.
Fundamental el que examinemos esos malos espíritus de egoísmo, orgullo, poder, tener y vanidad que todos llevamos dentro.
Miremos cada uno qué es lo que nos cierra a la llamada de Dios.
Cada uno tendremos esos malos espíritus que nos impiden abrirnos a Dios.
Sin un corazón limpio, lleno de malos espíritus, difícilmente nos abriremos a su voz.
Limpiemos primero la casa por dentro y la palabra de Dios brillará.
Clemente Sobrado C. P.
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