Qué impresionantes versos de Quevedo escritos en honor al duque de Osuna. Los leí sobre el océano, en mi viaje de Bolivia a España:
Faltar pudo su patria al grande Osuna,
pero no a su defensa sus hazañas;
diéronle muerte y cárcel las Españas,
de quien él hizo esclava la Fortuna.
Los siguientes cuatro versos no son tan admirables, aun así no dejan de ser magistrales:
Lloraron sus invidias una a una
con las proprias naciones las extrañas;
su tumba son de Flandres las campañas,
y su epitafio la sangrienta luna.
Ayer leí un poco más la novela de un joven escritor, una muy buena persona, una bellísima persona. ¿Cómo explicar a un entusiasmado veinteañero que el problema no son los defectos que he hallado en su obra, sino la falta de virtudes? El pensamiento del autor (aunque no lo diga con la boca) siempre será: No me ha comprendido.
Juventud, divino tesoro. Esa edad en la que los artistas piensan que el mundo es suyo. Qué momento de entusiasmo tan irrepetible. Después viene la humildad que da el tiempo. Después vendrá la humillación de la vejez.
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