“No hay que hacer caso a los que dicen “vox populi, vox Dei!”, porque el desenfreno de la muchedumbre casi siempre acaba en la locura” Alcuino de York.
Es posible que muchos hayamos echado mano en alguna ocasión del dicho latino “vox populi, vox Dei!” asignando a la opinión dominante una especie de sello divino. En desmitificar esa manera de juzgar ya pensaba en el siglo VIII Alcuino de York erudito monje ingles llamado por Carlomagno en 786 para fundar y dirigir la escuela palatina en Francia, una especie de universidad de la corte.
Con esta advertencia Alcuino nos ponía en guardia contra una desviación, a la que los hombres y mujeres modernos somos aún más propensos dada la masificación de nuestra época. Una hábil técnica publicitaria o una sutil operación de propaganda convierte en Evangelio la tesis dominante, en muchos casos elaborada por intereses más o menos inconfesables de diversos centros de poder.
Es lo que podríamos llamar “el consenso de masa” que, en una sociedad de la comunicación como la nuestra, puede extenderse incluso a los valores morales, que resultan armados y orientados como más conviene. Ese dejarse arrastrar por la corriente, convencidos de que se trata del camino más ventajoso, nos exime a aluno de nosotros del trabajo crítico, de la comprobación y, si fuera necesario de un esforzado avanzar a contracorriente.
Como decía otro gran sabio de la antigüedad, el emperador romano Marco Aurelio (siglo II), en sus “Meditaciones”: «Cuánta tranquilidad consigue el que deja de preocuparse por lo que diga, haga o piense su vecino y se dedica sólo a lo que hace él mismo».
Es posible que muchos hayamos echado mano en alguna ocasión del dicho latino “vox populi, vox Dei!” asignando a la opinión dominante una especie de sello divino. En desmitificar esa manera de juzgar ya pensaba en el siglo VIII Alcuino de York erudito monje ingles llamado por Carlomagno en 786 para fundar y dirigir la escuela palatina en Francia, una especie de universidad de la corte.
Con esta advertencia Alcuino nos ponía en guardia contra una desviación, a la que los hombres y mujeres modernos somos aún más propensos dada la masificación de nuestra época. Una hábil técnica publicitaria o una sutil operación de propaganda convierte en Evangelio la tesis dominante, en muchos casos elaborada por intereses más o menos inconfesables de diversos centros de poder.
Es lo que podríamos llamar “el consenso de masa” que, en una sociedad de la comunicación como la nuestra, puede extenderse incluso a los valores morales, que resultan armados y orientados como más conviene. Ese dejarse arrastrar por la corriente, convencidos de que se trata del camino más ventajoso, nos exime a aluno de nosotros del trabajo crítico, de la comprobación y, si fuera necesario de un esforzado avanzar a contracorriente.
Como decía otro gran sabio de la antigüedad, el emperador romano Marco Aurelio (siglo II), en sus “Meditaciones”: «Cuánta tranquilidad consigue el que deja de preocuparse por lo que diga, haga o piense su vecino y se dedica sólo a lo que hace él mismo».
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