“Señor, no soy digno de que entres en mi casa”



“Señor, no soy digno de que entres en mi casa” (Mt 8, 5-11). El centurión, siendo pagano, es ejemplo verdaderamente admirable de caridad, de fe y de humildad. Es ejemplo de caridad porque intercede ante Jesús no por un hijo suyo, ni por un familiar, sino por un sirviente, es decir, por alguien que, al menos, no pertenece a su círculo familiar pero tampoco a su círculo social y tampoco a su raza, porque él es romano, mientras que el sirviente, con toda probabilidad, es hebreo. El centurión ama con caridad cristiana a su sirviente, que está “enfermo de parálisis” y “sufre mucho”.


También conmueve y sorprende –incluso al mismo Jesús- su fe, puesto que cree firmemente en Jesús en cuanto Hombre-Dios –por eso le dice “Señor”, título que se da a la divinidad-, de modo que la petición por su siervo enfermo es una petición firme, sin dudas de ninguna clase en cuanto al poder sanador de Jesús.


Por último, el centurión es ejemplo de humildad, porque no se considera digno de que Jesús “entre en su casa” por lo que ante el ofrecimiento de Jesús de ir Él personalmente a curar a su sirviente, le sugiere que lo haga a distancia, ya sea curándolo Él a distancia o enviando a un ángel para que cure en su nombre y con su poder.


El ejemplo de fe, de caridad y de humildad del centurión maravilla a Jesús y de tal manera, que la Iglesia toma sus palabras para aplicarlas al acto más trascendente que pueda hacer una persona en esta vida terrena, como lo es la comunión eucarística. Luego de que el sacerdote ministerial hace la ostentación eucarística, mostrando la Hostia recién consagrada al Pueblo fiel –“Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor”-, la Iglesia pone en boca de los que van a comulgar –sacerdote y laicos- las palabras ejemplares del centurión, modificándolas ligeramente, porque la petición de la sanación se hace para quien está por recibir la comunión: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”.


Si bien se utilizan las palabras del centurión, hay dos diferencias con respecto al episodio del Evangelio: la diferencia es que mientras el centurión se consideraba indigno de que Jesús entrase en su casa material, en el sentido querido por la Iglesia, “casa” se interpreta, obviamente, como la persona, el alma o el corazón, y la otra diferencia es que, mientras Jesús curó a la distancia al sirviente del centurión, sin entrar en su casa, por la comunión eucarística entra en Persona en el alma del que comulga, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma, su Divinidad, su Amor Eterno.




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