Alguien viene


¡Alguien viene! Siento sus pasos en la hierba.

Saldré a ver.


No hace falta, José, la casa no tiene puertas.

Todo está abierto.

Abierto para el frío de la noche.

Abierto para la luz de las estrellas y la luna.

Abierto para todos aquellos a los que Dios ama.


Son pastores, María, son los pastores.

Son los dueños de esta casa.

Son posiblemente los dueños de la vaca y el buey.

Los dueños del pesebre.


No tengas miedo, José. Serénate. Tranquilízate.

Son los sencillos de corazón.

Son los pobres del espíritu.

Son los que, como nosotros, no tienen nada.

Pero tienen un corazón grande.

Son los que, de noche, piden prestada la luz a las estrellas.

Los que piden permiso a la hierva seca para descansar sobre ella.


Y la cueva se fue llenando de pastores, y de ovejas.

Y se fue llenando de silencio.

Y se fue llenando de rodillas y corazones postrados en adoración.


Y el Niño guardó silencio.

Y el Niño no dijo nada.

Y el Niño abrió su boquita porque tenía hambre.

Y el Niño pintó en sus labios una sonrisa inmaculada.

Y todos sonrieron.

Sonrió María. Y sonrió José.

Y sonrieron todos.

Y sonrió Dios en el cielo, la eterna sonrisa de su amor.

Y desde entonces, cada Año, la Navidad se hace sonrisa de encarnación.

La sonrisa que Dios regala a cada uno en esta Navidad.


¡FELIZ NAVIDAD!


Clemente Sobrado C. P.




Archivado en: Ciclo A, Navidad Tagged: jesus, Navidad, niño, saludo

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