Un amigo ha publicado en su muro de facebook esta afirmación que transcribo a continuación y yo le estoy agradecido porque me ha dado pie para hacer mi felicitación de este año:
"Lo de felicitar la Navidad el 18 de diciembre o antes pienso que quizá no sea tan grave. Pero yo creo que Jesucristo se lleva las manos a la cabeza cada vez que en lugar de decir Navidad decís Navidades. En serio".
En un primer momento, la afirmación de mi amigo me convenció. Estamos asistiendo a la secularización de la Navidad, lo cual equivale en muchas casos a su profanación. Se ha vaciado de contenido. La Navidad se disuelve en las navidades, es decir, en el período festivo, vacacional. Quien felicita la Navidad sabe, en principio, lo que está deseando: que la alegría de la Navidad sea una bendición para los seres queridos. Quien, en cambio, felicita las navidades está deseando alegría sin más, esperanza sin motivo, fiestas tradicionales porque sí. No es extraño que los expertos -como he podido informarme- sostengan que la Navidad va con mayúscula y las navidades en minúscula, que en sí misma ya es toda una indicación de dónde se encuentra el motivo de la fiesta y de la felicidad. Hay navidades porque las grandes fiestas no pueden circunscribirse en un solo día: se necesita toda una temporada.
Mi amigo parecía tener razón: si acabas felicitando a tus amigos las navidades corres el peligro de aumentar la sinrazón de un periodo absurdo en el que le gente debe gastar y regalar y se ve obligada a estar feliz, porque es necesario serlo. Por eso encuentro mucha gente que odia las navidades. Son dolorosas porque para ellos no son fiestas.
Pero hay otra razón para felicitar las Navidades en plural y en mayúscula.
¿Para qué ha nacido Jesús en Belén? ¿Por qué se ha hecho carne nuestra, hueso de nuestros huesos?
No porque haya querido ser el primer pionero en el turismo de riesgo y aventuras.
No sólo para vivir una vida humana sin fisuras y dejarnos así un camino trazado, un modelo a seguir.
Jesús se ha hecho hombre para que quienes crean en él (se bauticen) se conviertan en hijos de Dios. La liturgia de este cuarto domingo de Adviento nos deja claro que el signo en el que debemos creer es éste:
«Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: ‘Dios con nosotros’»
Este signo parece estar en la mente de san Juan cuando escribió en su prólogo estas palabras magníficas:
"Vino a los suyos y los suyos no le recibieron. Pero a todos los que le recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; los cuales no nacieron de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre sino que nacieron de Dios. Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros" (Jn 1, 11-14).
Así que yo felicito a todos las Navidades, es decir, la Navidad de Jesús y la de todos cuantos creen que él es realmente el Hijo de Dios. Así sí que hay motivos para celebrar estas fiestas, porque son realmente las fiestas de todos cuantos están dispuestos a nacer de nuevo como criaturas de Dios.
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