En esta vida no todo pueden ser alegrías. Hoy me han diagnosticado (sin salir del mismo hospital del que soy capellán) una hernia umbilical. La doctora Mimadre (que está conmigo desde hace varios días) decía que eran gases y quería tenerme a dieta durante toda la semana. De momento, ya dejó de hacerme alcachofas. Después, achacó los dolores a la tensión de acabar la tesis.
En nuestro camino hacia la tumba, este abrigo (al que llamamos cuerpo) cada vez va teniendo más remiendos, descosidos y desgarrones. Yo imaginaba el final de mi vida con una magnífica vejez y una bella cabellera blanca. Pero quizá lo más misericordioso sea acabar rápidamente en las fauces de un ataque feroz y rápido del colesterol.
Todos mis esfuerzos están siendo tan dudosamente recompensados, que estoy pensando en un suicidio lento de varios años a base huevos con chorizo.
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