EL PAPA MONTINI, MÁS CERCA DE LOS ALTARES
Al llegar la noticia sobre la aprobación por parte de los médicos de la Congregación de los Santos de un milagro que llevaría al Venerable Papa Pablo VI a la Beatificación -milagro que consistió en la curación de un feto en el seno materno, lo cual no deja de tener especial significado, siendo Pablo VI el gran profeta de la vida humana por su encíclica Humanae Vitae, que tanto le hizo sufrir-, propongo a los lectores un artículo que ya se publicó hace meses en Infocatolica, pero en la sección de Opinion.
Fallecido Pablo VI el día de la fiesta de la Trasfiguración del Señor, 6 de agosto de 1978, precisamente su fiesta preferida según cuentan los que le conocieron, no habían pasado ni dos años cuando el entonces obispo de Brescia, Mons. Luigi Morstabilini, comenzaba a dar los primeros pasos dirigidos hacia la posible Canonización de tan insigne hijo de aquellas tierras. Para ello, pidió consejo al Cardenal Agostino Casaroli, entonces Secretario de Estado del Vaticano, el cual, tras consultar a la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos (que así se llamaba hasta que Juan Pablo II les quitó el apelativo de «sagradas» a las congregaciones vaticanas), respondió en modo totalmente favorable.
El siguiente paso fue consultar al clero de Brescia, a la conferencia de los obispos de Lombardía y a la Conferencia Episcopal Italiana. Todas las respuestas fueron ampliamente positivas y a ellas se unió la petición unánime de la Conferencia Episcopal de Latino América, presidida entonces por el Cardenal Antonio Quarracino. Comenzó así a moverse la maquinaria -entonces más lenta, hoy mucho más ligera- de los pasos previos que llevarían años después al Proceso de Canonización, que conllevó el interrogatorio de numerosos testigos: En Roma 63, en Milán 71 y en Brescia 58, entre ellos gran número de cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos y seglares. Sólo a modo de ilustración, nótese que fueron interrogados bastantes más que en el Proceso de Juan Pablo II.
El Proceso, después de seguir los diferentes pasos que especifica la legislación canónica y cuya descripción nos llevaría lejos del propósito de este artículo, concluyó su primera gran fase con la promulgación en el pasado diciembre del decreto por el que se reconoce la heroicidad de sus virtudes. No fue una sorpresa, se esperaba dicho decreto así como se espera pronto la resolución del estudio de un milagro atribuido a su intercesión y que, de ser positiva, abriría las puertas a una próxima Beatificación. Y sin embargo para algunos ha sido una sorpresa pues Pablo VI ha sido en cierto sentido un gran desconocido.
El que escribe estas líneas reconoce no saber mucho de la vida espiritual y las virtudes por parte de Pablo VI que, por otra parte, falleció cuando yo era pequeño y de lo último que me preocupaba era de las cosas de la Iglesia. Por eso, me he acercado a su Proceso de Canonización para poder aprender algo más sobre este gran Pastor de la Iglesia al que le tocó vivir tiempos difíciles y sobre cuya actuación se oyen cosas para todos los gustos. Precisamente sobre esto último el actual Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, Cardenal Angelo Amato, ha recordado recientemente que el aprobar la heroicidad de las virtudes de Pablo VI no supone aprobar todas y cada una de las acciones de su pontificado, como ocurrió con Juan Pablo II, Juan XXIII, Pío IX o Pío XII, lo cual ya se sabía pero que es bueno recordar para no confundir conceptos.
Y al acercarnos al Proceso de Pablo VI observamos que la heroicidad de sus virtudes ha sido aprobada por los teólogos y los prelados correspondientes con una unanimidad que no obtuvieron en su día otros Pontífices, un consenso casi laudatorio, lo cual se ha debido en gran parte al buen hacer de los Postuladores de la Causa -primero el P. Molinari sj., después el P. Marrazzo cssr- que han allanado el camino planteando todas las posibles dificultades y buscando las respuestas, sin ocultar los problemas, que siempre hay cuando se trata de alguien que se dedicó por tantos años a labores de gobierno y obviamente no siempre contentó a todos.
Pero la imagen más certera de Pablo VI la han transmitido en el Proceso aquellos que mejor lo conocieron, sus más íntimos colaboradores, los cuales hablan de él como un hombre lleno de Dios que tuvo que vivir y gobernar la Iglesia en unos momentos muy difíciles, sea por los cambios internos de la misma, sea por las circunstancias del mundo en aquellos años. Los testigos hablan todos de dichos sufrimientos. Así, por ejemplo, el también Siervo di Dios, cardenal Pironio:
«Creo que ha sido el Papa que más ha sufrido en este siglo. Soy testigo, como predicador de sus ejercicios en 1974 y como colaborador íntimo suyo del 1975 al 1978, de sus sufrimientos morales y espirituales. Las dificultades provenían de dentro de la Iglesia, de miembros de la Curia Romana, pero siempre lo vi firme y confiado, abandonado en las manos de Dios. Pablo VI vivió la ‘gran tribulación’ del postconcilio, pero siempre con serenidad y fortaleza. Creo que sus dos sufrimientos mayores fueron las secularizaciones de sacerdotes y la no comprensión y recta aceptación del Concilio»
Pero, en medio de tanta dificultad, añade el purpurado argentino:
«Su vida y su ministerio manifiestan a un hombre de profunda oración, de particulares experiencias contemplativas, de especial penetración de las Escrituras y los misterios de la Fe. Y lo definiría como un ‘vir contemplativus continuo a Spiritu Sancto ductus’»
Otro de sus grandes colaboradores, el entonces vicario para la diócesis de Roma, cardenal Ugo Poletti, habla en términos parecidos:
«Si hay que subrayar una característica de su pontificado, es el continuo crecimiento de amor y dolor por la Iglesia y por toda la humanidad, alimentado de fe y sabiduría. En el ámbito de la Curia y de la Iglesia, su pontificado fue todo fe, amor, servicio y dolor- Creo poder afirmar que, por lo menos en los últimos diez años de su pontificado, lo vivió todo en una atmósfera espiritual interior que le ayudaba a ver todo ‘sub specie aeternitatis’, con un estilo de oración y ofrecimiento que solamente podían provenir de su íntima unión con Dios»
Sobre la profundidad de su vida espiritual, una dirigida espiritual suya durante muchos años nos habla de su vida de oración:
«Se puede decir, sin sombra de duda, que además de ser un gran maestro de oración, era en su misma vida una oración viviente; era una llama siempre luminosa porqué estaba alimentada con esa relación con Dios que es la oración y quien acudía a él acerca de ella quedaba siempre iluminado y enfervorecido»
Los testigos van desgranando una por una, las virtudes de este gran Pontífice, entre las que destacan su fe indestructible y su caridad pastoral. Muchas serían las anécdotas que podríamos reproducir, pero nos quedamos con ésta de Mons. Rigali:
«Entre los aspectos de su personalidad que siempre he admirado porque los viví en primera persona, sobre todo en las audiencias privadas en las que hacía de intérprete del inglés, puedo afirmar que están su grandísima caridad pastoral y su profunda claridad apostólica. Recuerdo la audiencia privada concedida al obispo anglicano que era el Secretario de la Comunión Anglicana, el cual apoyaba basándose según él en la Sagrada Escritura, el sacerdocio femenino. Pablo VI lo escuchó con paciencia y con actitud caritativa, pero al final reaccionó con firmeza y me pidió traducir al interlocutor estas palabras: ‘Esto no lo puedo aceptar, porque me llamo Pedro, lo cual quiere decir absoluta fidelidad a Jesucristo’. El prelado anglicano salió muy impresionado por la fuerza de las palabras del Papa y me repitió varias veces: ‘¡Qué hombre!, ¡qué hombre!»
El que fue su secretario personal, Mons. Magee, nos habla de las manifestaciones de esa caridad pastoral para con los equivocados e incluso los malintencionados:
«Un día le dije: ‘Santidad, veo que usted perdona siempre’ y él me respondió: ‘Si, tenemos que perdonar a los demás, es lo primero que hay que hacer cuando se ve algo que no es recto, también es los ambientes vaticanos’. Nunca tenía palabras de condena hacia nadie, intentaba buscar justificaciones. Una vez me dijo: ‘Mira, para un sacerdote esta debe ser siempre la primera virtud porque es el dispensador de la misericordia de Dios. Nosotros debemos sentir los primeros la obra del perdón de Dios dentro de nosotros. Yo no debo condenar a nadie, soy ministro del perdón»
Los testigos del Proceso de Canonización de Papa Montini no han omitido el hablar de las críticas que se le dirigían, como nos cuenta un colaborador suyo en Milán, Mons. Pizzagalli:
«las críticas, muy superficiales, que venían de los que no le conocían bien, eran sobre su seriedad y recogimiento, pues raramente sonreía. Cuando partió para el cónclave, le dije a Mons. Macchi: ‘será elegido Papa, pero recomiéndele que sonría un poco más’. Parece una banalidad, pero lo hacía porque me sentaba mal que no se le reconociese su bondad de ánimo, sus sentimientos exquisitos, pues merecía ser alabado por todos. Su aparente seriedad excesiva me dolía porque no correspondía con la realidad»
Sobre su seriedad nos habla también Mons. Macchi:
«Pablo VI, a diferencia de cómo aparecía en los mass-media que lo han querido presentar como un personaje triste, angustiado o parecido a Hamlet, fue en realidad un hombre de gran sencillez, humildad y serenidad interior. No creo que haya perdido nunca la paz. Evidentemente no podía tener siempre la sonrisa en los labios, entre otras cosas porque las dificultades eran tantas que era fácil aparecer serio, pero él sabía que uno es el que siembra y otro el que recoge.»
Hombre sereno, «acostumbrado al sufrimiento», fue criticado por su supuesta debilidad en el gobierno de la Iglesia, sobre todo en ciertos momentos más espinosos, pero en el Proceso de Canonización han salido a la luz sus actuaciones firmes en el Concilio Vaticano II (véase el artículo del blog «Temas de historia de la Iglesia» llamado «Juan concibió el Concilio, Pablo lo dio a luz»), ante el Catecismo Holandés, en la publicación de la Humanae Vitae, etc, a veces en contra de grandes personalidades de la Iglesia, incluso de enteros episcopados y, por supuesto, en contra normalmente de los mass-media. Sin duda en los 15 años de pontificado hubo otras actuaciones menos firmes, pero sus colaboradores han insistido que no fue por debilidad, sino por intentar salvar lo salvable cuando se trataba de personas.
Para concluir –aunque se podría decir mucho más, son tres volúmenes gordos de declaraciones de los testigos– repetir la expresión de Mons. Luigi Giussani cuando le preguntaron sobre la posibilidad de beatificar a Pablo VI. Respondió: «¿Beatificar a Pablo VI? Pues si no le beatifican a él, ¿A quién van a beatificar?». Está claro que alguno no estará de acuerdo. Me cuentan de una comunidad de monjas tradicionalistas en otro país europeo que poco a poco se iban acercando a la Iglesia pero que cuando oyeron la noticia de la declaración de las virtudes heroicas de Pablo VI cortaron radicalmente dicho acercamiento porque la fundadora del monasterio tuvo hace años una visión de Pablo VI en las calderas de Pedro Botero. Para todos los gustos tiene que haber gente, aunque a veces del buen al mal gusto hay poca distancia y de éste al pésimo, hay un solo paso
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