Cuando se habla del aborto


El hecho mismo de que el aborto provocado sea objeto de discusión es ya significativo. Unos y otros, partidarios y detractores, o partidarios y detractores según convenga (plazos, supuestos o demás “argucias”), solo por elevar el asunto a “cuestión disputada” hacen constar que el tema no es, en absoluto, tan obvio como algunos pretenden que sea.


Si nos resultase obvio a todos que jamás se puede matar a un ser humano inocente, el aborto nunca sería legalizado ni despenalizado. Si resultase tan obvio que el embrión humano es meramente una cosa, un simple cúmulo de células o tejidos, tampoco tendría sentido señalar ningún plazo ni ningún supuesto. Se abortaría, sin más, hasta la víspera del nacimiento o hasta el mismo día un par de minutos antes del mismo.


Claro que, si se puede abortar hasta la víspera, surge la duda de por qué no se puede, después del nacimiento, interrumpir la vida del ya nacido, bien sea basándose en plazos o en supuestos, o en lo que sea.


Nadie puede negar, pues, que se trata de un tema complicado. Y para resolver la complicación se convoca a expertos en ciencia, en derecho y en ética. Pero, de por sí, ser experto en algo no significa, sin más, ser una persona de gran talante moral. Uno puede ser experto y ser, a la vez, un indeseable. La condición de experto añade muy poco a la índole moral del experto.


Digo esto no para despreciar el valor de las opiniones aparentemente bien fundadas, sino tras constatar que, en el fondo, los argumentos de los supuestamente “expertos” se exponen con la misma claridad, aunque con menos sutileza, por parte de cualquiera. No siempre por argumentar mejor se razona mejor. En absoluto.


¿Por qué se discute el aborto? A mi modo de ver, por un solo motivo: porque se trata de la eliminación deliberada de un ser humano. Si no se tratase de eso, la discusión sería puramente inútil, bizantina. Nadie, en su sano juicio, plantea un debate parlamentario sobre si es lícito o no usar un insecticida doméstico para librarse de los mosquitos. Matar no es algo que revista connotaciones positivas. Pero un mosquito es solo eso: un mosquito. No se trata de exterminar una especie, o diversas especies. No. Se trata solo de solucionar un problema: un mosquito, en casa, resulta molesto. Se le quita de en medio y punto. Sin más drama.


Pero un embrión humano, un feto humano, un ser no solo vivo, sino humano, no es un mosquito. Y aquí comienzan los problemas. Ante quien contra-argumente diciendo: “ser vivo sí, pero humano, no”, yo preguntaría: ¿si no es humano, qué es? ¿Acaso un animal, acaso una planta?


Claro que, bien visto, un tumor que padece una persona humana también es “humano”, en el sentido de que está compuesto por células humanas. Pero, ¿puede decirse sensatamente que un embrión es un tumor? Yo creo que no. Un tumor no es el inicio, el primer tramo, de una vida humana independiente, sino una anomalía más o menos amenazante. No. Un embrión humano no es un tumor.


Cuando una mujer está embarazada no dice: “Llevo dentro un tumor”, sino que dice: “Estoy esperando a un niño”. Podrá esperarlo con más ilusión o con menos, pero que espera un niño lo sabe ella y los sabemos todos. Máxime desde que el álbum familiar comienza no con las fotos del recién nacido, sino con las ecografías del mismo.


Negar la condición de ser humano a un embrión humano es semejante a entrar en el terreno de la magia: ¿Por arte de qué extraño sortilegio lo que era solo “cosa” pasa a ser “persona”? ¿Cuándo? ¿Cuando tiene tantos meses, cuando ha nacido, cuando ha aprendido a hablar, cuando es ya, definitivamente, autoconsciente, responsable y libre? ¿Quién puede decir “ahora sí” y “antes no”? Es más, bastaría la mínima duda, en caso de que fuese posible, para abstenerse de hacer nada que directamente pudiese perjudicarlo. Todo el proceso embrionario es un continuo en el que las delimitaciones son arriesgadas y arbitrarias.



¿Qué diferencia hay, por ejemplo, entre un embrión ya avanzado y un niño nacido por un parto prematuro? ¿Cómo se puede entender que, quizá en el mismo hospital, se mate a uno y se proteja al otro?


No basta decir que siempre ha habido aborto. También siempre han existido miles de atentados contra los seres humanos. Pero que algo exista no lo convierte, así sin más, en algo que deba ser respaldado por las leyes del Estado.


Ni significa gran cosa señalar que muchos embriones, en sus primeros días, se mueran. Morir nos morimos todos, con un día de existencia, con un año, con cincuenta o con noventa. Una cosa es que nos muramos y otra que nos maten.


No es suficiente, tampoco, aludir a una praxis social. Que en casi toda Europa se tolera el aborto… Bueno, eso no es un argumento. También se toleró, en su día, la esclavitud. Y no por eso la tolerancia de la esclavitud es moralmente universalizable.


Los seres humanos, desde el primer día, tienen el derecho a ser tratados como personas y nosotros tenemos la obligación correspondiente de tratarlos como tales. No nos hace mejores, sino peores, aplicar la ley del más fuerte. Lo que nos humaniza, a quienes tenemos voz y voto, es acoger y proteger a los más débiles: los aún no nacidos, los niños, los enfermos, las personas con discapacidades o los ancianos.


Cuando hablamos de aborto no solo hablamos de aborto. Hablamos de nuestra responsabilidad moral. Hablamos de esa tenue frontera que separa a los bárbaros, aunque refinados, de los seres auténticamente civilizados.


Guillermo Juan Morado.



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