“Todos se preguntaban: ‘¿Qué llegará a ser este niño?’”



“Todos se preguntaban: ‘¿Qué llegará a ser este niño?’” (Lc 1, 57-66). En recuerdo del milagro que había precedido su concepción y nacimiento –la aparición del ángel a su padre Zacarías y su concepción milagrosa en la vejez de sus padres-, el Evangelio destaca la pregunta que todos se hacían en relación al Bautista: “¿Qué llegará a ser este niño?”.


Es decir, el hecho de que el cielo hubiera concedido estas señales y prodigios en su nacimiento, hacía presagiar que Juan el Bautista sería un hombre de Dios, y no podía ser de otra manera, habida cuenta de que era el cielo mismo el que señalaba su llegada a la tierra. Y el Bautista fue, efectivamente, un hombre de Dios, de tanta grandeza a los ojos de Dios, que mereció ser elogiado por el mismo Jesús: “No hay hombre nacido de mujer más grande que él”. La grandeza del Bautista consistió no tanto en enseñar moral a sus seguidores, sino más bien en señalar a Jesús como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Iluminado por el Espíritu Santo, Juan el Bautista veía en Cristo lo que los demás no veían; mientras los demás veían solamente al “hijo del carpintero”, el Bautista veía al Hijo de Dios encarnado, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. De esta manera, quien escuchaba al Bautista, dirigía inmediatamente su mirada y la atención de su vida a Jesús, puesto que en Jesús estaba la esperanza de su vida, al ser Él su Salvador, Aquel que habría de lavar sus pecados a costa de su Sangre derramada en la Cruz. Esta señalación que el Bautista hace de Jesús, señalándolo y diciendo: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, es tan importante y de tanta trascendencia para la humanidad entera, que la Iglesia ha tomado sus palabras y las ha incorporado a su obra más importante, la renovación incruenta del sacrificio de la Cruz, la Santa Misa, y por este motivo, cuando el sacerdote eleva la Hostia consagrada, repite las palabras de Juan el Bautista, señalando en la Eucaristía al Mesías Cordero que quita los pecados del mundo y diciendo: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”.


Ahora bien, para el Bautista, el anuncio de Jesús como Mesías y Cordero de Dios lejos de ser un hecho secundario en su propia vida, se constituye en aquello que marca no solo su existencia terrena, sino también su muerte y su ingreso en la vida eterna: el anuncio de Jesús como Mesías marca al Bautista su nacimiento, su vida entera, y también su muerte, porque el Bautista sella con su propia vida el testimonio que da de Jesús, al morir decapitado y mártir a manos de Herodes.


“¿Qué llegará a ser este niño?”. Todo cristiano está llamado, en cierto modo, a ser otro Juan Bautista, no solo porque su nacimiento para el cielo ha sido precedido por grandes señales y prodigios, como lo es el Bautismo sacramental, que concede al alma la filiación divina, haciéndola nacer del seno eterno del Padre "entre esplendores sagrados", sino ante todo porque todo cristiano debe anunciar, en el desierto del mundo, que Cristo es Dios, el Mesías que, entregando su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad en el altar de la Cruz, para la salvación de los hombres; todo cristiano está llamado, como Juan el Bautista, a señalar la Eucaristía y decir al mundo, aun al precio de su sangre y de su vida: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”.




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