“El que escucha y pone en práctica mis palabras es como el que construye sobre roca”



“El que escucha y pone en práctica mis palabras es como el que construye sobre roca” (Mt 7, 21. 24-27). Con la parábola de dos hombres que construyen sus respectivas casas sobre distintos terrenos –uno sobre roca y otro sobre arena-, Jesús nos muestra el estado espiritual de quien escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica, y quien no lo hace.


El que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica es como el que construye en roca firme, porque cuando llegan las tribulaciones, las pruebas, las desolaciones, el alma está firmemente sostenida por Dios. Escuchar y poner en práctica significa para el alma aferrarse y sostenerse en la Cruz de Jesús para recibir desde allí, desde la Cruz, la fuerza invencible del Hombre-Dios; escuchar y poner en práctica la Palabra de Dios significa no solo ser asistidos por Dios, sino tener a Dios en sí mismo, con lo cual se hace realidad lo que dice San Pablo: “Si Dios está conmigo, ¿quién contra mí?” (Rm 8, 13).


¿Qué significa “escuchar la Palabra y ponerla en práctica? Significa que el que escucha que tiene que vivir en gracia, debe empeñar su vida para mantener el estado de gracia y estar dispuesto a perder la vida terrena antes que perder la gracia, tal como lo dice la fórmula del sacramento de la confesión: “…antes querría haber muerto que haberos ofendido”; el que escucha que debe practicar la misericordia para salvarse (Mt 25, 31-40), debe considerar cuál de las catorce obras de misericordia puede hacer según su estado y no pasar la días y días sin obrar ni siquiera una; el que escucha que debe perdonar a su prójimo “setenta veces siete” (Mt 18, 21-22), debe perdonarlo literalmente setenta veces siete, lo cual en la práctica quiere decir “siempre”; el que escucha que debe “amar a su enemigo” (Mt 5, 43-48), debe amar a su enemigo con el Amor con el que Cristo lo amó desde la Cruz, lo cual quiere decir que no debe amar con el simple amor humano, que se guía solo por las apariencias y no ama hasta la Cruz, como sí lo hace el Amor de Cristo; quien escucha que debe “santificar las fiestas”, esto es, principalmente, asistir a Misa los domingos para recibir el Don de Dios Padre, su Hijo Jesús en la Eucaristía, debe poner a la Santa Misa dominical como la actividad más importante a realizar no solo en el día sino en toda la semana, y no dejarla de lado por los vanos atractivos y ocupaciones mundanas.


Sólo quien escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica en su vida cotidiana, permanecerá firmemente anclado en la Roca, Cristo.



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