Si usted es un lector que vive en una residencia eclesiástica romana, puede desechar toda esperanza de que enseñando estas recetas, la superiora tenga la tentación de renovar algo el menú.
Todo lo que pase de cocer mejor la masa de la pizza, o hervir algo más la pasta, es una dimensión enteramente desconocida para ella y el resto de banda a cargo de la cocina. Yo me pasé años advirtiendo que las patatas congeladas debían estar, al menos, ligeramente doradas. Sin ningún éxito.
No me extrañaría que el monopolio de monjas indias que gobierna los fogones de Roma, algún día se descubriera que está formado por monjas calvinistas a sueldo de algún grupo protestante radical empeñado en minar la perseverancia del clero católico.
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