Advierto que este post está escrito en forma del esperpento español, y todo parecido con la realidad es pura coincidencia.
Han abierto las puertas de la campaña electoral para elegir democráticamente todo el pueblo de Madrid al nuevo obispo de la diócesis, porque los aires que llegan desde Roma imponen esta manera extraída de una lectura sesgada de la Traditio Apostollica.
En una reunión de la vicaría número 25 están reunidos los curas que la componen, La preside el vicario episcopal correspondiente que fue colocado a dedo por el obispo Rouco, que tiene los días contados en la capital de España.
Los colegas congregados tienen un sólo punto en el orden del día: elegir al candidato de su jurisdicción para presentarlo al pueblo madrileño, quien con sus votos lo elevará a la sede de la calle Bailén.
Tras exponer sus pequeños programas pastorales, dos arciprestes discuten el modo de votación si a mano alzada o en voto secreto metido en urna.
Interrumpe el último que ha llegado a la reunión. Está al frente de la parroquia que fue, pero que dejó de ser, por una decisión dictatorial del obispo ya caducado.
-Hombre, yo hago una enmienda a la totalidad de todo este proceso, porque aquí no está representado todo el pueblo católico de base. Estamos solamente los curas. Nos faltan los laicos comprometidos en el mundo sindical, los miembros de las asociaciones de vecinos, los componentes de las ligas de fútbol juvenil y…
El vicario episcopal lo para en seco. Le dice:
-¿Es que quieres que sean candidatos a obispos gente que no está ordenada de sacerdote?.
El aludido se lanza en plancha, contestando:
-Pues claro, compañero, en el pueblo de Dios no hay distinción entre judio y griego, esclavo y libre, todos somos hijos del mismo Padre Dios.
Uno de los arciprestes candidatos ve mermar su opción de salir elegido y le embiste al parlanchín:
-Oye, pero tú predentes que pueda salir elegido un aspirante que sea mujer. Vamos esto sería el colmo.
El que no calla ni bajo de agua, levanta la voz:
-Pues claro hombre, si vamos a ser valientes para que la democracia entre en la elección del obispo futuro, debemos estar abiertos a que todos los electores podamos ser elegibles y elegir a quien creamos el más apto o apta. En el nuevo pueblo de Dios todos somos iguales. Ya lo he dicho antes.
El vicario episcopal ha perdido la compostura. Como ve que su cargo pende de un hilo democrático, aduce aburrido:
-Bueno, mirad, haced lo que querais. A mí me da igual. Me queda un semestre para jubilarme. Voy a cumplir 75 años. Así que haced lo que os plazca. Yo me voy de la reunión.
Coge su maletín y sale por la puerta. El resto de curas viendo el girigay montado por el más radical, van saliendo mascullando palabras initeligibles.
En este momento, se abre una puerta del salón, entra un monaguillo y dice:
-Don Fulano quien va a hacer el entierro que está en la iglesia. Lleva la familia esperando una hora. O lo van ustedes a votar en la urna igualmente.
La carcajada fue general. La asamblea se disuelve sola y el parlanchín sentencia:
-No teneis arreglo. La democracia no la quereis meter en la iglesia. Sois unos dictadores.
Conclusión
Quien desee ver el transfondo de este esperpento, puede leer un documento colgado en Redes Cristianas.Basta hacer clic aquí
Recomendación
Invito a leer la novela titulada:
El hombre que nunca votó
Prologada por don Juan Manuel de Prada
http://marianojv.awardspace.com/novela.html
Tomás de la Torre Lendínez
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