“Vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos y le dijo: “Sígueme”. El se levantó y lo siguió. Y, estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos”. (Mt 9,9-13)
Nunca faltan esos hombres y mujeres que viven sentados.
Que creen que sus vidas ya han llegado hasta la cima.
Que se imaginan que para ellos ya no queda nada más que aspirar.
Mateo se sentó como todas las mañanas a la mesa de los impuestos.
Una mañana sin mayores ilusiones y aspiraciones.
Total tenía la vida resuelta.
Para qué aspirar a más.
Me gusta la reflexión que hace “Evangelio 2013”:
“Tenía la vida resuelta, mas no hecha.
O mejor dicho, hecha demasiado pronto, demasiado deprisa, como que ha cortado de raíz expectativas mayores. Había alcanzado mucho y, sin embargo, era tan pobre que solamente tenía dinero y más dinero”.
Son muchos los que cada día se levantan:
Creyendo que se trata de un día más sin mayores preocupaciones.
Creyendo que se trata de un día más como cualquier día de la semana.
Creyendo que se trata de un día más porque no tiene mayores alicientes.
Total, tenemos la vida solucionada.
Tenemos lo suficiente para vivir.
Tenemos lo suficiente para vivir cómodamente.
Tenemos lo suficiente incluso para irnos de vacaciones.
Tenemos una vida que ha tocado techo y no espera más.
Hay demasiadas vidas que se imaginan han tocado techo.
Ha demasiadas mañanas en las que nos despertamos pensando en repetir el día anterior.
Hay demasiadas mañanas que no tenemos nada que aspirar porque nos imaginamos que nuestras vidas han tocado techo y no tienen más horizonte.
El Evangelio comienza diciendo que “vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos”.
Uno de esos hombres que “tenían solucionada ya la vida”.
Uno de esos hombres que, lo único que les queda, es “seguir viviendo”.
Uno de esos hombres que, lo único que les queda, es “seguir repitiendo los días”.
Uno de esos hombres enfermos con la enfermedad de la falta de crecimiento.
Uno de esos hombres enfermos que no tienen más vida que el dinero y la muerte de todas sus ilusiones y esperanzas.
Y Jesús, al pasar, lo vió.
Como un enfermo del dinero.
Como un enfermo del no querer ser más.
Y trató de curarlo llamándolo: “Sígueme”.
Le abrió un horizonte nuevo en su vida.
Le hizo sentir que no podía quedarse en esa vida achatada.
Le hizo sentir que podía ser más.
Le hizo sentir que su vida no estaba hecha y terminada sino en camino.
Por primera vez, Mateo:
Se levanta de su sillón de cobrador de impuestos.
Se levanta de su satisfacción de lo que era.
Y se pone en camino dejando sillón y mostrador y monedas.
Es la primera vez que Mateo hace una fiesta a la vida.
Es la primera vez que Mateo organiza una cena de celebración de la vida.
¡Qué pena que cada día nos levantemos pensando que es un día como cualquiera!
¡Qué pena que cada día nos levantemos sin mayores ilusiones y esperanzas!
¡Qué pena que cada día nos levantemos dispuestos a repetir el ayer porque no tenemos mañana!
¡Qué pena que cada día pensemos que ya no podemos ser más!
Por eso, todos necesitamos:
Que cada mañana Jesús pase y nos vea.
Que cada mañana Jesús pase y contemple la parálisis de nuestras vidas.
Que cada mañana Jesús pase a nuestro lado y nos ve y nos diga: “Sígueme”.
Que cada mañana dejemos el sillón donde estamos sentados y nos pongamos en camino de lo que Jesús quiere que seamos.
Sé lo que fui hasta hoy.
Señor, muéstrame lo que puedo ser desde hoy.
Señor, quiero invitarte a la fiesta de mi decisión de ser, no lo que soy sino lo que tú mismo quieres que sea,
Clemente Sobrado C. P.
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