Oficio de lecturas - Jueves de la semana XXXII - Tiempo ordinario



OFICIO DE LECTURA - JUEVES DE LA SEMANA XXXII - TIEMPO ORDINARIO
De la Feria.

PRIMERA LECTURA

Año I:

Del libro del profeta Ezequiel     12, 1-16

CON UNA ACCIÓN SIMBÓLICA SE PREDICE LA DEPORTACIÓN DEL PUEBLO

    En aquellos días, el Señor me dirigió la palabra y me dijo:
    «Hijo de hombre, tú vives en la Casa Rebelde: tienen ojos para ver y no ven, tienen oídos para oír y no oyen, pues son Casa Rebelde. Tú, hijo de hombre, prepara tu equipo de desterrado y emigra a la luz del día, a la vista de todos; a la vista de todos, emigra a otro lugar, a ver si lo ven: pues son Casa Rebelde. Saca tu equipo como quien va al destierro, a la luz del día, a la vista de todos; y tú sal al atardecer, a la vista de todos, como quien va deportado. A la vista de todos abre un boquete en el muro y saca por allí tu ajuar. Cárgate al hombro el hatillo, a la vista de todos, sácalo en la oscuridad; cúbrete el rostro, para no ver la tierra, porque hago de ti una señal para la casa de Israel.»
    Yo hice lo que me mandó: saqué mi equipo como quien va al destierro, a la luz del día; al atardecer abrí un boquete en el muro, lo saqué en la oscuridad, y me cargué al hombro el hatillo, a la vista de todos. A la mañana siguiente me vino esta palabra del Señor:
    «Hijo de hombre, ¿no te ha preguntado la casa de Israel, la Casa Rebelde, qué es lo que hacías? Pues respóndeles: "Esto dice el Señor: Este oráculo contra Jerusalén va por el príncipe y por toda la casa de Israel que vive allí."
    Di: "Yo soy un símbolo para vosotros: lo que yo he hecho lo tendrán que hacer ellos. Irán cautivos al destierro. El príncipe que vive entre ellos se cargará al hombro el hatillo, abrirá un boquete en el muro para sacarlo, lo sacará en la oscuridad, y se tapará la cara para que no lo reconozcan. Pero tenderé mi red sobre él y lo cazaré en mi trampa; lo llevaré a Babilonia, país de los caldeos, donde morirá sin poder verla. A su escolta y a su ejército los dispersaré a todos los vientos y los perseguiré con la espada desenvainada. Y sabrán que yo soy el Señor, cuando los desparrame por los pueblos y los disperse por los territorios. Pero dejaré a unos pocos, supervivientes de la espada, del hambre y de la peste, para que cuenten sus abominaciones por los pueblos adonde vayan; y sepan que yo soy el Señor."»


Responsorio     Ez 12, 15; Sal 88, 31. 33

R. Cuando los desparrame por los pueblos y los disperse por los territorios, * entonces sabrán que yo soy el Señor.
V. Si abandonan mi ley y no siguen mis mandamientos, castigaré con la vara sus pecados.
R. Entonces sabrán que yo soy el Señor.


Año II

Del segundo libro de los Macabeos     7, 20-41

MARTIRIO DE LOS SIETE HERMANOS, LA MADRE Y EL HIJO MAS PEQUEÑO

    Admirable y digna de glorioso recuerdo fue la madre, que, viendo morir a sus siete hijos en el espacio de un día, lo soportó con entereza, esperando en el Señor. Con noble actitud, uniendo un temple viril a la ternura femenina, fue animando a cada uno, y les decía en su lengua:
    «Yo no sé cómo aparecisteis en mi seno; yo no os di el aliento ni la vida, ni ordené los elementos de vuestro organismo. Fue el Creador del universo, el que modela la raza humana y determina el origen de todo. E1, con su misericordia, os devolverá el aliento y la vida, si ahora os sacrificáis por su ley.»
    Antíoco creyó que la mujer lo despreciaba, y sospechó que lo estaba insultando. Todavía quedaba el más pequeño, y el rey intentaba persuadirlo no sólo con palabras, sino que le juraba que, si renegaba de sus tradiciones, lo haría rico y feliz, lo tendría por amigo y le daría algún cargo. Pero como el muchacho no hacía el menor caso, el rey llamó a la madre y le rogaba que aconsejase al chiquillo para su bien. Tanto le insistió, que la madre accedió a persuadir al hijo; se inclinó hacia él y, riéndose del cruel tirano, habló así en su idioma:
    «Hijo mío, ten piedad de mí, que te llevé nueve meses en el seno, te amamanté y crié tres años y te he alimentado hasta que te has hecho un joven. Hijo mío, te lo suplico, mira el cielo y la tierra, fíjate en todo lo que contienen y verás que Dios lo creó todo de la nada, y el mismo origen tiene el hombre. No temas a ese verdugo, no desmerezcas de tus hermanos y acepta la muerte. Así, por la misericordia de Dios, te recobraré junto con ellos.»
    Estaba todavía hablando cuando el muchacho dijo:
    «¿Qué esperáis? No me someto al decreto real. Yo obedezco los decretos de la ley dada a nuestros antepasados por medio de Moisés. Pero tú, que has tramado toda clase de crímenes contra los hebreos, no escaparás de las manos de Dios. Pues nosotros sufrimos por nuestros pecados. Y si nuestro Dios y Señor se ha irritado momentáneamente contra nosotros para castigarnos y corregirnos, él se reconciliará de nuevo con sus siervos. Pero tú, impío, el hombre más criminal de todos, no te ensoberbezcas neciamente con vanas esperanzas, mientras alzas la mano contra los siervos de Dios; que todavía no has escapado de la sentencia de Dios, vigilante todopoderoso. Mis hermanos, después de haber soportado una corta pena, beben de la vida perenne bajo la alianza de Dios; en cambio, tú, por sentencia de Dios, pagarás la pena que merece tu soberbia. Yo, lo mismo que mis hermanos, entrego mi cuerpo y mi vida por las leyes de mis padres, suplicando a Dios que se apiade pronto de mi raza, que tú tengas que confesarlo, entre tormentos y azotes, como único Dios, y que la ira del Todopoderoso, que se ha abatido justamente sobre todo mi pueblo, se detenga en mí y en mis hermanos.»
    El rey, exasperado y no aguantando aquel sarcasmo, se ensañó contra éste muchísimo más que contra los otros, y aquel muchacho murió sin mancha, con total confianza en el Señor. La madre murió la última, después de sus hijos.


Responsorio     Cf. 2M 7, 11. 30. 37

R. De Dios recibí estos miembros, y por sus leyes los despreció. * Espero recobrarlos del mismo Dios.
V. Yo obedezco los decretos de la ley y, lo mismo que mis hermanos, entrego mi cuerpo y mi vida, suplicando a Dios.
R. Espero recobrarlos del mismo Dios.


SEGUNDA LECTURA

De la Homilía de un autor del siglo segundo

(Cap. 13, 2-14, 5: Funk 1, 159-161)

LA IGLESIA VIVA ES EL CUERPO DE CRISTO

    Dice el Señor: Todo el día, sin cesar, ultrajan mi nombre en medio de las naciones; y también en otro lugar: ¡Ay de aquel por cuya causa ultrajan mi nombre! ¿Por qué razón ultrajan el nombre de Dios? Porque nuestra conducta no concuerda con lo que nuestros labios proclaman. Los paganos, en efecto, cuando escuchan de nuestros labios la palabra de Dios, quedan admirados de su belleza y sublimidad; pero luego, al contemplar nuestras obras y ver que no concuerdan con nuestras palabras, empiezan a blasfemar, diciendo que todo es fábula y mentira.
    Cuando nos oyen decir que Dios afirma: Si amáis a los que os aman no es grande vuestro mérito, pero grande es vuestra virtud si amáis a vuestros enemigos y a quienes os odian, se llenan de admiración ante la sublimidad de estas palabras; pero luego, al contemplar cómo no amamos a los que nos odian y que ni siquiera sabemos amar a los que nos aman, se ríen de nosotros y con ello el nombre de Dios es blasfemado.
    Así pues, hermanos, si cumplimos la voluntad de Dios, perteneceremos a la Iglesia primera, es decir, a la Iglesia espiritual, que fue creada antes que el sol y la luna; pero, si no cumplimos la voluntad del Señor, seremos de aquellos de quienes afirma la Escritura: Habéis convertido mi templo en una cueva de bandidos. Por tanto, procuremos pertenecer a la Iglesia de la vida, para alcanzar así la salvación.
    Creo que no ignoráis que la Iglesia viva es el cuerpo de Cristo. Dice, en efecto, la Escritura: Creó Dios al hombre, hombre y mujer los creó; el hombre es Cristo, la mujer es la Iglesia; ahora bien, los escritos de los profetas y de los apóstoles nos enseñan también que la Iglesia no es de este tiempo, sino que existe desde el principio; en efecto, la Iglesia era espiritual como espiritual era el Señor Jesús, pero se manifestó visiblemente en los últimos tiempos para llevarnos a la salvación.
    Esta Iglesia que era espiritual se ha hecho visible en la carne de Cristo, mostrándonos con ello que, si nosotros conservamos intacta esta Iglesia por medio de nuestra carne, la recibiremos en el Espíritu Santo, pues nuestra carne es como la imagen del Espíritu y nadie puede gozar del modelo si ha destruido su imagen. Todo esto quiere decir, hermanos, lo siguiente: Conservad con respeto vuestra carne, para que así tengáis parte en el Espíritu. Y, si afirmamos que la carne es la Iglesia y el Espíritu es Cristo, ello significa que quien deshonra la carne deshonra la Iglesia, y este tal no será tampoco partícipe de aquel Espíritu, que es el mismo Cristo Con la ayuda del Espíritu Santo, esta carne, puede, por tanto, llegar á gozar de aquella incorruptibilidad y de aquella vida que es tan sublime, que nadie puede explicar ni describir, pero que Dios ha preparado para sus elegidos.

Responsorio     Jr 7, 3; St 4, 8

R. Así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: «Enmendad vuestra conducta y vuestras acciones, * y habitaré con vosotros en este lugar.»
V. Acercaos a Dios y él se acercará a vosotros; purificad, pecadores, vuestras manos; lavad vuestros corazones.
R. Y habitaré con vosotros en este lugar.

Oración
Dios omnipotente y misericordioso, aparta de nosotros todos los males, para que, con el alma y el cuerpo bien dispuestos, podamos libremente cumplir tu voluntad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

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