Mala cosa encontrarte un comercial que no confía en su producto. Peor un comercial que disfruta como un loco con productos de la competencia.
Nos pasa en la Iglesia. A veces tengo la impresión de que no confiamos en nuestro producto, de que andamos como si lo nuestro fuera algo tolerable, pero en cualquier caso de segunda, tercera o vigésimo sexta calidad. Más aún, como si lo nuestro no solo no fuera bueno, sino que consistiera en un conjunto de axiomas, normas y principios hoy del todo intolerables y que nos da una cierta vergüenza proclamar.
Un ejemplo. Hoy está muy en boga fomentar la sensibilidad hacia esa lacra terrible que es la violencia contra la mujer. Nada que objetar. Me parece un horror la violencia contra la mujer, contra el hombre, contra el niño y la niña, contra el no nacido y el enfermo terminal, contra los pueblos indígenas, contra el cura, la monja, el imán, el pope y el lama tibetano.
Todo esto la Iglesia lo contempla en una cosa llamada quinto mandamiento de la ley de Dios, que prohíbe no matar y que explica perfectamente la cosa esa de la violencia. Por eso no suelo detenerme demasiado en la casuística. Oiga, padre, ¿usted qué piensa de eso de la violencia contra la mujer? Pues mire, yo en eso soy partidario del quinto y bien explicado.
¿Y de la injusticia y la pobreza? ¿Usted cree que la raíz de la pobreza está en la injusticia? Pues no. Pienso, según aprendí en el catecismo, que la raíz de la pobreza y de todos los males está en el pecado, que las cosas se solucionan cuando uno se convierte y que la solución ante la pobreza y la injusticia es que todos cumplan los mandamientos séptimo y décimo. Por eso creo que la mayor lucha contra la pobreza está en explicar los mandamientos y decir a la gente que en cumplirlos está la solución en esta vida y después la vida eterna.
Digo esto porque nos pasamos el día entre jornadas contra la pobreza, gestos frente a la violencia contra las mujeres, círculos de solidaridad con los inmigrantes y disputas sobre ideología de género y sexualidad. Mejor explicar los mandamientos sexto y noveno, digo yo.
Pues no. Nos da vergüenza hablar del sexto mandamiento por si se ríen de nosotros en la tele. No tocamos el quinto por si nos sacuden con las cruzadas y la inquisición. Un poco quizá nos refiramos al séptimo por la cosa de que la solidaridad está de moda, y siempre iuxta modum.
Este próximo domingo es Cristo Rey. Es decir, que el mundo herido por el pecado vuelve a su primitivo ser cuando reconocemos a Cristo como único rey de nuestros corazones y nuestras vidas y decidimos vivir según sus mandatos. Nos da cosa soltarlo. Como si anunciar a Cristo y llamar a la humanidad a la conversión a Cristo, al reconocimiento de su redentor, a darse al que se bajó para dar su vida en rescate por muchos, fuera algo así como faltar al respeto. Por tanto callamos el nombre de Cristo, no hablamos de pecado, gracia, conversión o vida eterna y nos hacemos solidarios de los inmigrantes, las mujeres maltratadas y los indígenas amazónicos a la vez que proclamamos con fuerza eso de nucleares no y atención a la capa de ozono.
La gente nos ha comprendido. Lo importante es el cambio climático y el derribo de las fronteras. Vale. Y ahora a misa van ustedes.
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