Sábado 24 de Noviembre de 2018
San Andrés Dung-Lac y compañeros mártires.
Memoria. Rojo.
Martirologio Romano: En Hanói, en Tonquín, (en lo que hoy es la mayor parte del norte de Vietnam), pasión de los santos Andrés Dung Lac y Pedro Truong Van Thi, presbíteros y mártires, los cuales, al desoir el mandato de pisotear la cruz, consumaron el martirio con la decapitación. Su memoria se celebra el día veinticuatro de noviembre († 1839).
Fecha de canonización: 19 de junio de 1989, junto a otros 116 mártires vietnamitas, por S.S. Juan Pablo II.
Antífona Cf. Gál 6, 14; 1Cor 1, 18
Sólo nos gloriaremos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. El mensaje de la cruz es fuerza de Dios para nosotros, que hemos sido salvados.
Oración colecta
Señor Dios, fuente y origen de toda paternidad, que otorgaste a los santos mártires Andrés y compañeros permanecer fieles a la cruz de tu Hijo hasta derramar su sangre, concédenos, por su intercesión, que propagando tu amor entre los hermanos podamos llamarnos y ser en verdad hijos tuyos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.
Oración sobre las ofrendas
Recibe, Padre santo, los dones que te presentamos en la memoria de los santos mártires Andrés y compañeros; concédenos serte fieles en las adversidades de la vida y convertirnos en una ofrenda agradable a ti. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Antífona de comunión Mt 5, 10
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los cielos.
Oración después de la comunión
Alimentados con el pan de la vida en esta conmemoración de los santos mártires Andrés y compañeros, te pedimos humildemente, Padre, que permanezcamos unidos en tu amor y alcancemos la recompensa eterna prometida a los que perseveran hasta el fin. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Lectura Apoc 11, 4-12
Lectura del libro del Apocalipsis.
Yo, Juan, oí una voz que me decía: “Estos dos testigos son los dos olivos y los dos candelabros que están delante del Señor de la tierra. Si alguien quiere hacerles daño, saldrá un fuego de su boca que consumirá a sus enemigos: así perecerá el que se atreva a dañarlos. Ellos tienen el poder de cerrar el cielo para impedir que llueva durante los días de su misión profética; y también, tienen poder para cambiar las aguas en sangre y para herir la tierra con toda clase de plagas, todas las veces que quieran. Y cuando hayan acabado de dar testimonio, la Bestia que surge del Abismo les hará la guerra, los vencerá y los matará. Sus cadáveres yacerán en la plaza de la gran ciudad –llamada simbólicamente Sodoma y también Egipto–, allí mismo donde el Señor fue crucificado. Estarán expuestos durante tres días y medio, a la vista de gente de todos los pueblos, familias, lenguas y naciones, y no se permitirá enterrarlos. Los habitantes de la tierra se alegrarán y harán fiesta, y se intercambiarán regalos, porque estos dos profetas los habían atormentado”. Pero después de estos tres días y medio, un soplo de vida de Dios entró en ellos y los hizo poner de pie, y un gran temor se apoderó de los espectadores. Entonces escucharon una voz potente que les decía desde el cielo: “Suban aquí”. Y ellos subieron al cielo en la nube, a la vista de sus enemigos.
Palabra de Dios.
Comentario
Esta visión puede aplicarse a los profetas, a los apóstoles y a todos los que anuncian el Evangelio. Serán combatidos, torturados y martirizados, pero su testimonio seguirá en pie. Y Dios mismo los hará resurgir para la Vida eterna.
Sal 143, 1-2. 9-10
R. ¡Bendito sea el Señor, mi roca!
Bendito sea el Señor, mi roca, el que adiestra mis brazos para el combate y mis manos para la lucha. R.
Él es mi bienhechor y mi fortaleza, mi baluarte y mi libertador; él es el escudo con que me resguardo, y el que somete los pueblos a mis pies. R.
Dios mío, yo quiero cantarte un canto nuevo y tocar para ti con el arpa de diez cuerdas, porque tú das la victoria a los reyes y libras a David, tu servidor R.
Aleluya cf. 2Tim 1, 10
Aleluya. Nuestro Salvador Jesucristo destruyó la muerte e hizo brillar la vida mediante la Buena Noticia. Aleluya.
Evangelio Lc 20, 27-40
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron: “Maestro, Moisés nos ha ordenado: ‘Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda’. Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?”. Jesús les respondió: “En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que son juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casan. Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección. Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor ‘el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob’. Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él”. Tomando la palabra, algunos escribas le dijeron: “Maestro, has hablado bien”. Y ya no se atrevían a preguntarle nada.
Palabra del Señor.
Comentario
La pregunta que hacen los saduceos muestra su torpeza para entender las cosas de Dios. Siguen pensando con un criterio terrenal, sin llegar a abrirse a la vida nueva que Dios promete. Jesús responde a sus preguntas presentando a Dios como el Viviente. Así, nos invita a participar de esa vida plena.
Oración introductoria
Señor, Tú eres un Dios de vivos no de muertos, por eso te pido que me muestres en esta oración cómo puedo aprovechar cada minuto de mi vida para crecer espiritual y apostólicamente, camino seguro para alcanzar la santidad.
Petición
Dios mío, hazme poner toda mi esperanza y esfuerzo en alcanzar el cielo.
Meditación
Hoy, la Palabra de Dios nos habla del tema capital de la resurrección de los muertos. Curiosamente, como los saduceos, también nosotros no nos cansamos de formular preguntas inútiles y fuera de lugar. Queremos solucionar las cosas del más allá con los criterios de aquí abajo, cuando en el mundo que está por venir todo será diferente: «Los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido» (Lc 20,35). Partiendo de criterios equivocados llegamos a conclusiones erróneas.
La resurrección era un tema controvertido entre los judíos. No había un dogma, por eso los saduceos no lo creían. Sin embargo, los fariseos estaban convencidos de esta doctrina. También San Pablo utilizará el argumento de la resurrección para poner a los fariseos de su parte cuando era juzgado por Ananías (Hechos de los apóstoles 23, 6-9).
Creer o no creer en la resurrección da lugar a dos estilos de vida. Los que buscan la felicidad sólo en esta tierra y los que tienen los ojos puestos en la eternidad.
Si nos amáramos más y mejor, no se nos antojaría extraño que en el cielo no haya el exclusivismo del amor que vivimos en la tierra, totalmente comprensible a causa de nuestra limitación, que nos dificulta el poder salir de nuestros círculos más próximos. Pero en el cielo nos amaremos todos y con un corazón puro, sin envidias ni recelos, y no solamente al esposo o a la esposa, a los hijos o a los de nuestra sangre, sino a todo el mundo, sin excepciones ni discriminaciones de lengua, nación, raza o cultura, ya que el «amor verdadero alcanza una gran fuerza» (San Paulino de Nola).
Nos hace un gran bien escuchar estas palabras de la Escritura que salen de los labios de Jesús. Nos hace bien, porque nos podría ocurrir que, agitados por tantas cosas que no nos dejan ni tiempo para pensar e influidos por una cultura ambiental que parece negar la vida eterna, llegáramos a estar tocados por la duda respecto a la resurrección de los muertos. Sí, nos hace un gran bien que el Señor mismo sea el que nos diga que hay un futuro más allá de la destrucción de nuestro cuerpo y de este mundo que pasa: «Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven» (Lc 20,37-38).
Propósito
Buscar la felicidad en esta tierra y tener los ojos puestos en la eternidad.
Diálogo con Cristo
Señor, no permitas que deje pasar mi tiempo de modo infructuoso. Si hoy terminase mi vida, ¿qué podría ofrecerte? Graba en mi alma la conciencia de que a medida que la vida avanza y la eternidad se acerca, sólo tu amor queda y todo lo demás se va a convertir en nada.
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