(521) Apocalipsis (y IV). Final grandioso: Christus vincit. Con María...

He de confesar que sabía yo muy poco de este libro. Ahora, al menos, sé algo.

–Por cierto: ¿cuánto tiempo lleva usted sin confesar? El Señor le llama al sacramento.

 

–La Ciudad del Diablo, Babilonia, cae vencida por Cristo

El mundo que adora maravillado a la Bestia, potenciada por el Diablo; el mundo que lleva el sello de la Bestia diabólica marcado en la frente y en la mano, es figurado en el Apocalipsis como

 «la Gran Ramera», con la que han fornicado los reyes y moradores de la tierra. Es figurada como una mujer «sentada sobre una Bestia bermeja… Va vestida de púrpura y grana, y adornada de oro y piedras preciosas… Sobre su frente lleva escrito un nombre: Misterio, Babilonia la grande, la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra… Mujer embriagada con la sangre de los mártires de Jesús… Es aquella ciudad grande, que tiene la soberanía sobre todos los reyes de la tierra» (Ap 17).

 Un ángel bajó del cielo con gran poder, y gritó con voz fuerte: «Cayó, cayó la gran Babilonia, y quedó convertida en morada de demonios, guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave horrible y abominable». Y otra voz del cielo clama: «Sal de ella, pueblo mío… Cuanto se envaneció y entregó al lujo, dadle otro tanto de tormento y duelo»…

Llorarán por ella espantados los reyes de la tierra que se le habían sometido, los comerciantes que se habían aprovechado de su efímera prosperidad: «¡Ay, ay de la ciudad grande de Babilonia, la ciudad fuerte, porque en una hora ha venido su juicio!… En una hora quedó devastada tanta riqueza… Un ángel poderoso levantó una grande y la arrojó en el mar, diciendo “con tal ímpetu será arrojada la gran ciudad, y ya no será hallada» (Ap 18).

Tengamos muy en cuenta que San Juan –apóstol, evangelista y profeta– escribe en pasado; pero describiendo sucesos del pasado y del presente, revela acontecimientos que sólo se realizaran plenamente en la Parusía, cuando Cristo vuelva a la tierra glorioso.

 

–El encadenamiento milenario del Dragón

«Vi un ángel que bajaba del cielo y tenía la llave del abismo y una gran cadena en su mano. Capturó al Dragón, la antigua Serpiente, que es el Diablo y Satanás, y la ató por mil años. La arrojó al abismo, la encerró y puso los sellos, para que no extravíe más a las naciones, hasta que se cumplieran los mil años. Después tiene que ser soltada por poco tiempo» (Ap 20,1-3).

Los exegetas coinciden en «señalar la oscuridad más completa del texto en este lugar» (Charlier, II,146). Las interpretaciones del texto, lógicamente, son muy distintas unas de otras; tan diferentes son, que no daré yo ninguna. Me limitaré a citar a Charlier (II, 149-150), que en modo alguno pretende que su interpretación del milenio prevalezca sobre tantas otras diferentes.

«Se pueden reducir a tres los principales tipos de explicación. El primero es cronológico y toma esta duración de diez siglos como una cosa real, aunque sea aproximada; el segundo es eclesiológico y considera este milenario como coextensivo a la vida de la Iglesia, es decir, desde Pentecostés hasta el final de los tiempos; el tercero, finalmente, es futurista e imagina un plazo –mil años simbólicos– entre la Venida de Cristo para el juicio y el establecimiento definitivo del reinado de Dios».

El A.T. no dice nada de un período de mil años, y fuera del Apocalipsis, tampoco el N.T.: «Nadie sabe ni el día ni la hora» (Mc 13,32). Tampoco el Magisterio apostólico ha dado enseñanza positiva sobre el milenio, aunque sí la ha dado negativa, mostrando su reticencia ante el milenarismo mitigado, según el cual «Cristo Señor, antes del juicio final, previa o no la resurrección de muchos justos, ha de venir visiblemente para reinar en la tierra. Respuesta: El sistema del milenarismo mitigado no puede enseñarse con seguridad» (Congregación Fe, 21-VII-1944).

Sigue el texto del Apocalipsis:

«Vi unos tronos, y se sentaron en ellos, y les fue dado el poder de juzgar, y vi las almas de los que habían sido degollados por el testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, y cuantos no habían recibido la marca sobre su frente y sobre su mano. Y vivieron y reinaron con Cristo mil años» (Ap 20,4).

 

La Parusía de Cristo glorioso trae la victoria total del Reino sobre el Mundo

«Y cuando se cumplan esos mil años, Satanás será liberado de su prisión. Saldrá para seducir a los pueblos que están en los cuatro extremos de la tierra, a Gog y Magog, a fin de reunirlos para la batalla. Su número será tan grande como las arenas del mar, y marcharán sobre toda la extensión de la tierra, para rodear el campamento de los santos, la Ciudad muy amada. Pero caerá fuego del cielo y los consumirá. El Diablo, que los había seducido, será arrojado al estanque de azufre ardiente, donde están también la Bestia y el falso profeta. Allí serán torturados día y noche por los siglos de los siglos» (Ap 20,7-10).

-Será una acción sobrehumana del Señor y de sus ángeles –un «fuego bajado del cielo»–, la que luche y venza para siempre al Maligno y a todo Mal, y no una acción organizada por hombres terrenales. Cumplida por el Hijo de Dios la misión recibida del Padre –encarnación, evangelización, pasión y resurrección– «vuelve al Padre» en la ascensión: «viéndolo» los discípulos, «fue arrebatado y una nube lo ocultó a sus ojos», quedando ellos fijos los ojos en el cielo. Hasta que dos varones vestidos de blanco les dijeron: «¿Por qué estáis mirando al cielo? Este Jesús que os ha sido arrebatado al cielo vendrá de la misma manera que le habéis visto subir al cielo» (Hch 1,9-11). Sabemos, pues, que la segunda Venida de Cristo será gloriosa y visible, y que acompañado por los ángeles y los santos, vencerá definitivamente al Diablo y al Mundo, al Pecado y a la Muerte.

«Es preciso que Él reine hasta poner a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo reducido a la nada será la muerte… Y cuando le queden sometidas todas las cosas, entonces el mismo Hijo se sujetará a quien a Él todo se lo sometió, para que Dios sea todo en todas las cosas» (1Cor 15,25-28)

 

-La plena victoria del Reino y la total derrota del Mundo serán inesperadas por los hombres, también por los cristianos mundanizados: «comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, edificaban; pero en cuanto Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre, y acabó con todos. Lo mismo pasará el día en que se revele el Hijo del Hombre» en su segunda venida (Lc 17,28-30; +Mt 24,38-39).

San Pedro recuerda en su segunda carta lo que el mismo Jesús les había anunciado: «Vendrá el día del Señor como un ladrón» en la noche (2Pe 3,10). «De aquel día y de aquella hora nadie sabe, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre. Porque como en los días de Noé, así será la aparición del Hijo del Hombre… Velad, pues, porque no sabéis cuándo llegará vuestro Señor… Vosotros habéis de estar preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre» (Mt 24,36-44).

 

–«Mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo»

Así rezamos cada día en la Misa. Están perdidos aquellos que viven «sin esperanza y sin Dios en el mundo» (Ef 2,12). Por el contrario, Simeón era un anciano «justo y piadoso, que esperaba la consolación de Israel» (Lc 2,25), y también Nicodemo era un hombre de fe, que «esperaba el reino de Dios» (Mc 15,43). Ahora los cristianos, en la plenitud de los tiempos, «alegres en la esperanza» (Rm 12,12), vivimos «esperando la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo». Y ésa es la fe esperanzada que nos identifica. San Pablo contrapone a los que «son enemigos de la cruz de Cristo, que tienen por dios su propio vientre y  ponen su corazón en las cosas terrenas», con los cristianos, que somos «ciudadanos del cielo, de donde esperamos al Salvador y Señor Jesucristo» (Flp 3,19-21).

El Apocalipsis, todo él, entiende siempre la vida cristiana en función de la segunda Venida de Cristo. El fin es lo que determina y explica los medios. Cuando en una Iglesia local no se predica casi nunca la Parusía final de Jesucristo, necesariamente queda la vida cristiana falsificada, mundanizada, esterilizada, secularizada.

«Cristo, ¿vuelve o no vuelve?» Así se titula un libro (1951) del padre Leonardo Castellani, argentino, traductor y comentador de El Apokalipsis de San Juan (1963). Pocos autores del siglo XX hicieron tanto cómo él para reafirmar la fe y la esperanza en la Parusía. Se quejaba con razón de que el segundo Adviento glorioso de Cristo, con su victoria total y definitiva sobre el mundo, estuviera tan olvidado en el pueblo cristiano, tan ausente de la predicación habitual, siendo así que esa fe y esa esperanza han de iluminar toda la vida de la Iglesia y de cada cristiano. «No se puede conocer a Cristo si se borra su Segunda Venida. Así como según San Pablo, si Cristo no resucitó, nuestra fe es vana; así, si Cristo no ha de volver, Cristo fue un fracasado» (Domingueras prédicas, 1965, III dom. Pascua).

Pero antes de seguir con el Apocalipsis, recordemos brevemente que hay muchas esperanzas falsas, y una sola verdadera.

 

–No tienen verdadera esperanza

-aquéllos que diagnostican como leves los males graves del mundo y de la Iglesia. O es­tán ciegos o  prefieren ocultar la verdad. Como les falla la esperanza, niegan la gravedad de los males, pues los consideran irremediables. Y así vienen a estimar más conveniente–más opti­mista– decir «vamos bien».

-Falsa es la esperanza de quienes la ponen en medios humanos, y reconociendo malamente los males que sufrimos, pretenden vencerlos con nuevas fórmulas doctrinales, nuevos planes pastorales, nuevas formas litúrgi­cas, nuevos paradigmas «más avanzados que los de la Iglesia oficial». Sus empeños son vanos. Y por eso vienen a ser desesperantes.

-Los que no esperan de verdad la victoria «próxima» de Cristo Rey –los que ignoran el Apocalipsis–, pactan necesariamente con el mundo, haciéndose sus cómplices. Por ejemplo, muchos políticos «cristianos», sumamente diestros en conducir al pueblo por el camino permanente del «mal menor», por el que sólo alcanzan «grandes males»

-Quienes no creen en la fuerza de la gra­cia del Salvador, no llaman a conversión, porque no tienen esperanza. Y así aprueban, al menos con su silencio, lo que sea: que el pueblo se aleje habitualmente de la eucaristía, que profane normalmente el matrimonio, etc. Ni piensan siquiera en llamar a conversión, porque estiman irremediables los males del mundo y de la Iglesia arraigados en el pueblo cristiano.

 

Tienen verdadera esperanza

-Los cristianos que creen en la victoria final y total de Cristo glorioso no se hacen cómplices ni activos ni pasivos de los males del mundo.

-Los que reconocen los males del mundo y del pueblo descristianizado: se atreven a verlos. y no dicen «vais bien» a los que en realidad «van mal».

-Tienen verdadera esperanza los que predi­can al pueblo el Evangelio de la conver­sión, para que todos pasen de la mentira a la verdad, del pecado a la gracia. Se atre­ven a predicar así el Evangelio por­que creen que Dios, de un montón de esqueletos descarnados, puede hacer un pueblo de hombres vivos (Ez 37), y de las piedras puede sacar hijos de Abraham (Mt 3,9).

 

Un cielo nuevo y una nueva tierra

Los capítulos finales del Apocalipsis, 21 y 22, no nos dicen más que los Evangelios y Epístolas. Confirman «el qué», pero en su lenguaje florido y simbólico no nos manifiestan «el cómo». Están hablando ya de realidades celestiales, y el vidente San Juan no va más allá de lo que había dicho San Pablo: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha preparado para los que lo aman» (1Cor 2,9).

«Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe más. Vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo.  Y oí una voz potente que decía desde el trono: “Esta es la morada de Dios entre los hombres: él habitará con ellos, ellos serán su pueblo, y el mismo Dios estará con ellos. El secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó”. Y el que estaba sentado en el trono dijo: “Yo hago nuevas todas las cosas”. Y agregó: “Escribe que estas palabras son verdaderas y dignas de crédito”» (Ap 21,1-5).

Estas palabras fueron anticipadas proféticamente muchos siglos antes: «Voy a crear cielos nuevos y una tierra nueva» (Is 65,17; +66,22): sin pecado, sin diablo, son en todo puro Reino de Dios, en una renovación «espiritual» indescriptible (2Pe 3,7-13; Rom 8,18-25). La Ciudad santa «desciende del cielo» como maravilloso y gratuito don de Dios.

«¡Hecho está! Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Al que tiene sed, yo le daré de beber gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El vencedor heredará estas cosas, y yo seré su Dios y él será mi hijo. Pero los cobardes, los incrédulos, los depravados, los asesinos, los lujuriosos, los hechiceros, los idólatras y todos los falsos, tendrán su herencia en el estanque de azufre ardiente, que es la segunda muerte» (21,6-8).

Explica San Fulgencio de Ruspe (+410): «Así como hay una primera resurrección, que consiste en la conversión del corazón, así hay también una segunda muerte, que consiste en el castigo eterno… Tome parte ahora en la primera resurrección el que no quiera ser condenado con el castigo eterno de la segunda muerte» (Tratado del perdón de los pecados). La primera muerte es la mala vida del pecado.

 

–La Ciudad santa, Jerusalén

«Luego se acercó uno de los siete Ángeles… y me dijo: “Ven que te mostraré a la novia, a la esposa del Cordero”. Me llevó en espíritu a una montaña de enorme altura, y me mostró la Ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios. La gloria de Dios estaba en ella y resplandecía como la más preciosa de las perlas, como una piedra de jaspe cristalino» (21,9-11).

Sigue una descripción minuciosa de la Ciudad celeste: murallas, doce puertas, diversos materiales y plantas, etc.

«No vi ningún templo en la Ciudad, porque su Templo es el Señor Dios todopoderoso y el Cordero. Y la Ciudad no necesita la luz del sol ni de la luna, ya que la gloria de Dios la ilumina, y su lámpara es el Cordero. Las naciones caminarán a su luz y los reyes de la tierra le ofrecerán sus tesoros. Sus puertas no se cerrarán durante el día y no existirá la noche en ella. Se le entregará la riqueza y el esplendor de las naciones. Nada impuro podrá entrar en ella, ni tampoco entrarán los que hayan practicado la abominación y el engaño. Únicamente podrán entrar los que estén inscritos en el Libro de la Vida del Cordero» (21,22-27).

 

–Final inefablemente grandioso

Fragmentos del capítulo 22. «El trono de Dios y del Cordero estará en la Ciudad, y sus servidores lo adorarán. Ellos contemplarán su rostro y llevarán su Nombre en la frente… y reinarán por los siglos de los siglos. Después me dijo: “Estas palabras son verdaderas y dignas de crédito. El Señor Dios que inspira a los profetas envió a su mensajero para mostrar a sus servidores lo que tiene que suceder pronto. ¡Volveré pronto! Feliz el que cumple las palabras proféticas de este Libro. Soy yo, Juan, el que ha visto y escuchado todo esto».

Dice Jesús: «Pronto regresaré trayendo mi recompensa, para dar a cada uno según sus obras. Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Ultimo, el Principio y el Fin. ¡Felices los que lavan sus vestiduras para tener derecho a participar del árbol de la vida y a entrar por las puertas de la Ciudad! Afuera quedarán los perros y los hechiceros, los lujuriosos, los asesinos, los idólatras y todos aquellos que aman y practican la falsedad. Yo Jesús, he enviado a mi mensajero para dar testimonio de estas cosas a las Iglesias. Yo soy la raíz y la descendencia de David, la Estrella radiante de la mañana».

«El Espíritu y la Esposa dicen: “¡Ven!”, y el que escucha debe decir: “Ven!”. Que venga el que tiene sed, y el que quiera, que beba gratuitamente del agua de la vida… El que garantiza estas cosas afirma: ”¡Sí, volveré pronto!”. ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús! Que la gracia del Señor Jesús permanezca con todos. Amén» (22,3-21).

 

* * *

–María y los apóstoles cristianos en los últimos tiempos

San Luis María Grignion de Montfort (1673-1716), en su Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen –uno de los textos marianos más apreciados en la Iglesia–, trata en su capítulo Iº de la Necesidad de la devoción a la Santísima Virgen. Y en él dedica dos subtítulos a los combates espirituales del final de la historia. Reproduzco algunos fragmentos.

a) Oficio especial de María en los últimos tiempos(nn. 49-54)

«Por medio de María se comenzó la salvación del mundo, y por medio de María se debe consumar. María apenas se dejó ver en la primera Venida de Jesucristo, con el fin de que los hombres… no se separasen de Él, aficionándose demasiado intensa e imperfectamente a Ella… Pero en la segunda Venida de Jesucristo [en la Parusía] María ha de ser conocida y revelada por el Espíritu Santo, a fin de hacer por medio de Ella que los hombres conozcan, amen y sirvan a Jesucristo»… (49)

«Dios quiere, pues, revelar y descubrir a María, la obra maestra de sus manos, en estos últimos tiempos» por varias razones… «1ª.-Porque Ella se ocultó en este mundo y se colocó más abajo que el polvo, por su profunda humildad… 2ª.- Dios quiere ser en Ella glorificado y alabado en la tierra por los mortales. 3ª.-Como Ella es la aurora que precede y descubre al Sol de justicia, Jesucristo, ha de ser conocida y vista a fin de que lo sea Jesucristo. 4ª.-Como es el camino por donde Jesucristo ha venido a nosotros la primera vez, lo será también cuando Éste venga la segunda, aunque de diferente manera… 5ª.-Siendo María el medio seguro y la vía recta e inmaculada para ir a Jesucristo… es necesario que, para llegar al más exacto conocimiento y gloria de la Santísima Trinidad, sea María conocida como nunca. 6ª.-María ha de brillar más que nunca en misericordia, en fuerza y en gracia en estos últimos tiempos… 7ª.-En fin, María ha de ser terrible al demonio y a sus secuaces como un ejército colocado en orden de batalla, principalmente en estos últimos tiempos…» (50).

Profetiza el Señor en el libro del Génesis (3,15) diciendo a Satanás: «Crearé enemistades entre ti y la mujer y entre su descendencia y la suya. Ella misma te aplastará la cabeza, y tú pondrás asechanzas contra su talón» (51).

«Dios no ha hecho ni formado nunca más que una sola enemistad, mas ésta es irreconciliable, que durará y aumentará incluso hasta el fin, y es entre María, su digna Madre, y el diablo; entre los hijos y servidores de la Santísima Virgen y los hijos y secuaces de Lucifer, de suerte que el más terrible de los enemigos que Dios ha creado contra el demonio es María… Primero, porque Satanás, a causa de su orgullo, padece infinitamente más al ser vencido y castigado por una pequeña y humilde esclava de Dios, y la humildad de Ésta lo humilla más que el poder divino. Segundo, porque Dios ha concedido a María un poder tan grande sobre los diablos, que más temen ellos, según muchas veces han declarado a su pesar por la boca de los posesos, un solo suspiro de María en favor de algún alma, que las oraciones de todos los santos, y una sola amenaza suya contra ellos más que todos los otros tormentos» (52).

«Lo que Lucifer perdió por orgullo, lo ganó María por humildad. Lo que Eva condenó y perdió por desobediencia, lo salvó María por su obediencia… María, conservándose perfectamente fiel a Dios, ha salvado con Ella a todos sus hijos y servidores y los ha consagrado a la Majestad divina» (53).

«Los hijos de Belial, los esclavos de Satanás, los amigos del mundo… han perseguido incesantemente y perseguirán todavía más que nunca a quienes pertenezcan a la Santísima Virgen… Pero la humildad de María triunfará siempre del orgulloso demonio; y la victoria será tan grande que llegará hasta aplastarle la cabeza… El poder de María sobre todos los diablos brillará especialmente en los últimos tiempos, en que Satanás pondrá asechanzas a su talón, es decir, a sus humildes esclavos y sus pobres hijos; pequeños y pobres según el mundo… En cambio serán ricos de las gracias de Dios, que María les distribuirá con abundancia, superiores a toda criatura por su celo inflamado y tan fuertemente apoyados en el auxilio divino, que con la humildad de su talón, unidos a María, aplastarán la cabeza del diablo y harán triunfar a Jesucristo» (54).

 

–Los apóstoles de los últimos tiempos (nn. 55-59)

«Dios quiere que su Santísima Madre sea ahora más conocida, amada y honrada que nunca, lo cual se conseguirá, sin duda, si los predestinados entran con la gracia y la luz del Espíritu Santo en la práctica interior y perfecta» de la verdadera devoción a la Virgen María. «Sabrán que Ella es el modo más seguro, el más fácil, el más corto y el más perfecto para ir a Jesucristo, y se entregarán a Ella en cuerpo y alma, sin reservas, para pertenecer igualmente a Jesucristo» (55).

«Pero ¿qué cosa serán estos servidores, esclavos e hijos de María? Serán fuego abrasador, ministros del Señor, que encenderán el fuego del amor divino por todas partes; serán flechas agudas en  la mano de esta Virgen poderosa para atravesar a sus enemigos… Por todas partes serán buen olor de Jesucristo para los pobres y pequeñuelos, mientras serán olor de muerte para los grandes, para los ricos y para los orgullosos mundanos» (56).

«Serán nubes tronadoras que volarán por los aires al menor soplo del Espíritu Santo y que, sin apegarse a nada, ni asombrarse de nada, ni inquietarse por cosa alguna, descargarán la lluvia de la palabra de Dios y de la vida eterna. Tronarán contra el pecado, retumbarán contra el mundo, herirán al diablo y a los suyos y atravesarán de parte a parte, con “la espada de dos filos de la palabra de Dios” [Ef 6,17], a todos aquellos a quienes serán enviados de parte del Altísimo» (57). «Serán los apóstoles verdaderos de los últimos tiempos, a quienes el Señor de las virtudes dará la palabra y la fuerza para obrar maravillas y obtener gloriosos trofeos sobre sus enemigos. Dormirán sin oro ni plata, y lo que es más, sin cuidados en medio de los otros sacerdotes, eclesiásticos y clérigos. Tendrán las alas plateadas de la paloma para ir con la pura intención de la gloria de Dios y de la salvación de las almas a donde los llame el Espíritu Santo, y no dejarán detrás de ellos, donde prediquen, más que el oro de la caridad, que es el cumplimiento de toda ley» (58).

«… He aquí los grandes hombres que han de venir, pero a quienes María formará por orden del Altísimo, para extender su imperio sobre el de los impíos, idólatras y mahometanos. Pero ¿cuándo y cómo será eso?… Sólo Dios lo sabe; y a nosotros sólo toca callar, rogar, suspirar y esperar: expectans expectavi [Yo esperaba con ansia al Señor, Sal 39,2].

José María Iraburu, sacerdote

 

Post post.– Estos fragmentos de la Verdadera devoción los he tomado de las Obras de San Luis María Grgnion de Montfort (BAC 111, Madrid 1953, 974 pgs.), por ser la edición que yo tenía subrayada. Me he ayuado en algún caso con la traducción de San Luis María Grignion de Montfort. Obras (BAC 451, Madrid 1984, 822 pgs.), e incluso con Saint Louis-Marie Grignion de Montfort. Oeuvres complètes (Éditions du Seuil, Paris 1988, 1905 pgs.), que reúne muchas mas obras del Autor, no recogidas en las excelentes ediciones de la BAC. Montfort, autor admirable: Dios quiera que sea calificado pronto como Doctor de la Iglesia. Pocos han tenido que sufrir tanto los males internos de la Iglesia moderna, y pocos han dado al pueblo cristiano tanta luz de Cristo.

 

Índice de Reforma o apostasía

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