Enredándome en comentar los comentarios. Lo cual, a su vez, provocará otros comentarios.



Estimada Lucía, me escribes este comentario:

Si no hay que ser jueces porque actúa Vd. como un juez implacable con los que no comulgan con su visión eclesiástica.

Mira, ni en mi blog ni en mis conversaciones privadas, hablo mal contra nadie, ni laico ni eclesiástico. Por lo menos, lo intento. Hay una determinada congregación de la Iglesia que tendría que ser reformada de arriba abajo, porque es un foco de mal dentro del Cuerpo Místico. Me he cuidado de decir ni una sola palabra. Jueces tiene la Iglesia. Hay otra congregación de un tradicionalismo, de una rigidez, espantosa, dirigida por visionarios. Lo mismo, no he dicho ni una sola palabra. Mientras esté aprobada, no atacaré lo que mi Madre la Iglesia ha aprobado.

Pero eso no me impide tener ojos en la cara para no poder dejar de ver el mal que está haciendo una congregación y la otra, justamente en las antípodas una de la otra. Eso incluye a los obispos y hasta los papas. Si un obispo o un papa tomara continuas malas decisiones, no lo criticaría, buscaría todo lo bueno posible para hablar bien de él. Pero no podría dejar, en mi interior, de darme cuenta de las cosas.

Me acusas de ser implacable con los que no son de mi bando. Pero, Lucía, date cuenta de que hay gente fiel a los dogmas y gente que no lo es. Hay eclesiásticos que buscan una reforma mundana de la Iglesia y otros que buscan una reforma según el sentir de todos los santos y místicos de la Historia. Unos buscan una reforma que es una ruptura, otros buscan la continuidad según la recta fe y la santidad. Ambos somos católicos, mientras uno no sea expulsado, pero sí, a veces, con toda claridad, hay dos bandos.

Siempre me esfuerzo porque la gente no vea bandos dentro de la Iglesia. Pero, a veces, resulta ineludible no darse cuenta de que los hay.

Querida Lucía, en tu comentario añadías:

Todavía recuerdo el post tan duro contra el Obispo Setién que escribió. No lo entiendo.

Mi norma es no analizar asuntos eclesiásticos concretos salvo que sean figuras históricas, cincuenta años después. Pero monseñor Tarancón merecía un análisis: convenía, era provechoso, era fructífero analizar la política concreta de esa figura.

El caso de monseñor Setién era tan sangrante, tan impresionante, que me pareció adecuado abrir los ojos de algunos a la necesidad de hacer una revisión de su figura, aunque no hubieran pasado cincuenta años. Aunque por ese lado espero muy poco. Muchos han comparado a cierta mentalidad al nazismo: con toda razón, no les faltó ni el derramamiento de sangre. Hasta la comprensión hacia esa mentalidad era culpable.

Si yo escribí ese post sobre monseñor Setién fue por las víctimas. ¡Ellas sí que merecían unas palabras de apoyo, de consuelo!

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05:40

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