Leído para Ud.: "¿Sonarán mañana las campanas?". La islamisación de Francia. Reseña al libro de Philippe de Villiers

(Reseña al libro en francés; por ahora no hay traducción española)

Por la Hna. Marie de la Sagesse Sequeiros, S.J.M.

religiosa en Francia, abogada y autora del libro “Santa Juana de Arco, reina, virgen y mártir”

 

Les cloches sonneront-elles encore demain? Philippe de Villiers, Ed. Albin Michel, 2016. (313 pp.)

 

Con vuestras leyes democráticas nosotros los colonizaremos; con nuestras leyes coránicas los someteremos” (Yousouf al-Quaradawi, dirigente de los Hermanos musulmanes)

 

Buena fuente

Luego de publicar una apasionante serie de novelas históricas sobre el héroe contrarrevolucionario Charette, el rey san Luis y santa Juana de Arco, el conocido político, historiador y novelista, Philippe de Villiers, presentó en Versalles con muchísimo éxito uno de sus últimos libros[1].

Sin embargo, en esta obra no hay nada novelado, más bien pertenece al género apocalíptico pues el autor nos devela nada menos que el proceso de islamización de Francia llevado a cabo por las élites mundialistas con cierto apoyo eclesiástico. “Este libro -nos dice el autor- es un grito de alarma y un canto de amor” ya que en la primera parte describe el via Crucis que su patria está padeciendo y en la segunda propone un camino de luz esperanzador, en caso de reacción.

De Villiers nos confiesa que ha escrito el libro con los informes secretos que los Servicios de Inteligencia le suministraron… dado que el Estado no publicaba nada y todo quedaba en un agujero negro para ser clasificado in aeternum, hubo más de un valiente que le pasó datos de primera mano para que los diera a conocer y así poder tomar conciencia de la gravísima situación política que atraviesa su patria. Al pobre no le quedó mucha elección, a pesar de la oposición familiar y la del mismo editor que, luego de consultar a un abogado, le dijo que le harían: “un juicio por cada página”, se lanzó a la aventura y el libro salió a la luz. La tormenta de críticas y amenazas de muerte llovieron, sin embargo, ni una demanda hasta el día de hoy, pues todo lo que dice está documentado seriamente y el autor conserva los informes.

Sin embargo no es un libro documental o meramente informativo, está muy bien redactado al mejor estilo “policial”, pues de Villiers sabe manejar el suspenso: cada capítulo va in crescendo hacia una situación que se va agravando, sobre todo por el triste papel de la jerarquía eclesiástica que, en su mayoría, vencida de antemano, renuncia al apostolado temiendo caer en “proselitismo”.

Se trata de una obra seria y veraz que descubre la gravedad de una realidad conocida en la historia de Francia, pero encarada a contramano de las soluciones del pasado; pero no todo está perdido: el fundador del “Puy du Fou no cae en la tragedia sin salida, aunque haya que pasar por un gran purgatorio, lo que quita acidez al libro y demuestra una lejana esperanza para continuar con el suspenso… 

 

¡Hacedlas callar!

Como vendeano nato, su infancia estuvo marcada al son de las campanadas del Ángelus que, tres veces al día, le recordaban la unidad alegórica que existe entre los vivos y los muertos. Los campanarios son signos de civilización y parte de la identidad cristiana, “están allí como enormes estatuas que interpelan el paisaje occidental… por eso es necesario destruirlos” (p. 19).

Hoy en día su sonido está amenazado de ser silenciado o peor aún, reemplazado por la voz del muecín[2]. No por nada, en los países islámicos están prohibidas las campanas desde que Mahomadijo: “las campanas son el instrumento de música del diablo”. Aunque en Francia no hace falta citar al profeta para silenciarlas, basta con invocar el dogma de la “laicidad” y punto. Como bien justificó la decisión de construir una iglesia sin campanario el párroco de Sartrouville: “Queremos evitar provocar a la población de los barrios con mayoría musulmana” (p. 20).

Otro tanto sucede con los pesebres. Tres días después de los atentados del 13 de noviembre del 2015, le preguntaron al presidente de la asociación de municipios de Francia, François Baroin, cuál era la solución para terminar con el terrorismo. Respondió ingeniosamente que era urgente neutralizar el espacio ciudadano: “suprimiendo los pesebres de Navidad de toda la esfera pública” (p. 20). Un buen comienzo para darle la bienvenida al islam, ¿no le parece? Pues “para las instituciones de la Unión Europea, la laicidad termina donde comienza el islam” (p. 91).

 

Acción - ¿reacción?

Estamos en vísperas de un shock de identidad entre dos pueblos, de un proceso que viene desde hace más de 40 años, en el que uno de ellos se instala con orgullo y el otro desaparece sin capacidad de reacción, pues como denuncia de Villers: “nuestras élites están bajo hipnosis, encandiladas, asistiendo a una invasión, sin resistencia”, peor aún, cultivando suicidamente “el exotismo de la propia desaparición”.

Veamos algunos ejemplos escalofriantes:

Por un lado tenemos al teólogo islámico Tariq Ramadan quien el 7 de febrero del 2016 en el Gran Palacio de Lille, rodeado de banderas francesas y delante de un público de mujeres con velo y de hombres barbudos llevando el qamis[4], pregonó sentirse como en casa: “Ahora Francia es una cultura musulmana. El islam es una religión francesa. La lengua de Francia es la lengua del islam. Ustedes tienen la capacidad cultural para hacer que la cultura francesa sea considerada como una cultura musulmana entre las culturas musulmanas” (p. 24).

El rector de la Gran Mezquita de París, Boubakeur, tildado de islamista moderado, proclamó el 5 de abril del 2015 frente a un público de 50.000 creyentes: “Tenemos 2200 mezquitas, es necesario duplicarlas de aquí a dos años” (p. 13) y lo logró.

¡Ojo! que para alcanzar el ambicioso objetivo tienen aliados de lujo en una parte del clero francés, como Mons. Michel Dubost, quien declaró estar a favor de que “las iglesias se vuelvan mezquitas antes que restaurantes” (p. 13). A lo que Boubakeur asintió sin quedarse atrás, proponiendo abiertamente “transformar las iglesias vacías en mezquitas”, ya que es una regla matemática: menos iglesias = más mezquitas, dos bienes sustituibles, pues por una parte faltan mezquitas y por otra, las iglesias vacías piden ser llenadas… es simple” ¡Sic! (p. 14).

Continuando en la línea de este “diálogo interreligioso”, el presidente de la Unión de Organizaciones Islámicas de Francia (Uoif), franqueó otra etapa reclamando directamente “la construcción de mezquitas-catedrales” (p. 14). Y su aspiración no parece una utopía. El obispo de Auch, Mons. Maurice Gardès, reservó una parte del diezmo de los católicos franceses para destinarlo a la reconstrucción de la gran mezquita de la ciudad, sin previo aviso de sus feligreses, claro está.

Muchos obispos franceses -advierte Philippe- colaboran en esta causa, como por ejemplo, el Cardenal Barbarin, quien hizo saber, por un comunicado del 10 de julio del 2016, su apoyo entusiasta a la construcción de un ‘Instituto de civilización musulmana’ en Lyon ‘para -agrega el primado- permitir descubrir los aportes de la cultura musulmana’” (p. 140), dicho proyecto ya es un hecho y fue financiado por Arabia Saudita. El instituto está justo al lado de la gran mezquita de Lyon, donde predica el conocido salafista[5] Abdelkader Bouziane.

Frente a ellos está la nada misma. Los franceses no saben ni dónde están parados: han renunciado a sus raíces cristianas haciendo un verdadero “memoricidio” de su historia y reescribiéndola de una manera políticamente correcta: no más victoria de Carlos Martel frente a los sarracenos, ni cruzada de san Luis a Jerusalén, ni voces de Juana de Arco, ni héroes vendeanos, ni colonización de Argelia, etc. Al punto que en el 2007 Nicolás Sarkozy debió crear un ministerio de “Identidad Nacional” nombrando a Éric Besson para un rol del cual ni siquiera estaba convencido pues cuando le preguntaron qué era para él su país, el nuevo ministro contestó impunemente: “Francia no es un pueblo, ni una lengua, ni un territorio, es una aglomeración de pueblos que quieren vivir juntos. No hay francés de origen, solo hay una Francia de mestizaje” (p. 28).

 

Un mundo (in)feliz…

Este largo proceso de “auto-demolición” de las naciones europeas se aceleró el 9 de noviembre de 1989, con la caída del muro de Berlín y la puesta en marcha del plan Monet-Schumann para lograr una Europa sin fronteras ni naciones, controlada por USA. Así, las elites nos hicieron creer que a partir de ese momento, se vendría la “felicidad de la mundialización”, con el fin de la guerra, el fin de la historia, el fin de las ideas y el fin de la religión; y el consiguiente “multiculturalismo” de los estados para un nuevo tipo de hombre cosmopolita, completamente desarraigado, un individuo nómade sin patria ni sexo.

Sin embargo el paraíso prometido se transformó pronto en un infierno terrenal. “La clase política hizo la elección de la ‘apertura’. A sabiendas, expuso nuestro país a una invasión progresiva y continua. Y el precio a pagar hoy día es insoportable” (p. 59). Gracias a la entrada indiscriminada de refugiados por doquier que gozan de la “libre circulación”, se infiltran muchísimos terroristas que en el mercado negro pueden comprarse un “pasaporte sirio” por 750 € y gozar de todos los beneficios sociales.

Así, una mélange incompatible va creciendo cual bola de nieve… El presidente Sarkozy confesaba en el 2004: “Francia se ha vuelto multicultural, multiétnica, multireligiosa… pero no se le ha dicho. El componente musulmán de Francia es una realidad. Es necesario integrarlo. La integración no es una asimilación, pues en este último caso se impone al recién llegado que renuncie a su identidad para ser aceptado” (p. 104). Esto será el paraíso de la diversidad o el infierno multiconflictual, y de Villiers se inclina por la segunda opción.

Ya que la dirigencia francesa no está convencida de ponerle condiciones al recién llegado, se ha vuelto “colaboracionista” con el invasor, haciéndolo sentirse como en casa… musulmana. De hecho, Francia fue una de las primeras en aceptar el plan mágico de “La Gran Sustitución” propuesto por las Naciones Unidas y financiado por George Soros que prevé directamente reemplazar la moribunda población europea -envejecida por su esterilidad demográfica con el aborto, la eutanasia, la homosexualidad, etc.- por la pujante islámica.

Por eso la inmigración no solamente es tolerada, sino que está programada por las élites con el fin de lograr una “migración de reemplazo” completo. Para Francia en particular, la ONU ya ha dispuesto la entrada de “16 millones de inmigrantes entre el 2020 y 2040, es decir, 800.000 personas por año” (p. 77).

Un día, millones de hombres dejarán el hemisferio sur para ir al hemisferio norte. Y no irán como amigos. Irán para conquistarlos. Y los conquistarán poblándolos con sus hijos. Es el vientre de las mujeres que nos dará la victoria” (p. 74). Así se los profetizó en 1974 el presidente de Argelia de ese entonces, Houari Boumediene. Y también lo advirtió en su momento Gadafi: “Hay signos de que Alá garantizará la victoria islámica sin espadas, sin pistolas, sin conquista. No necesitamos terroristas, ni suicidas. Los más de 50 millones de musulmanes que hay en Europa lo convertirán en un continente musulmán en pocas décadas[6].

 

Pronto Eurabia

Al mismo tiempo, los jerarcas de la desaparición de la civilización cristiana, han propuesto a la Unión Europa el plan Eurislam para encontrarles a los musulmanes su lugar en el mundo… occidental, bajo el subtítulo de “acomodo mutuo” (p. 83). Aunque en realidad es lisa y llanamente la imposición de una cultura religiosa importada, una asimilación al revés, pues el manual de adaptación es sólo para los europeos. Al punto que Martin Hirsch, alto funcionario del gobierno, llegó a decir en televisión: “la verdadera integración, será cuando los católicos pongan el nombre de Mohamed a sus hijos” (p. 123). Claro está que él pertenece a ese género de políticos que hipócritamente predican lo que no cumplen pues sus tres hijas se llaman Raphaëlle, Mathilde y Juliette. La integración es más bien de la casa para afuera.

La tapa del informe habla por sí sola… las 12 estrellas marianas con un minarete en el medio y la medialuna islámica. Frente a naciones que han perdido toda transcendencia, el islam aparece como el único proyecto político para Europa, preparando el cambio de civilización.

La Corte Europea está trabajando seriamente en esta línea al otorgar una extraña prioridad a favor del islam en su jurisprudencia: libertad de instalar mezquitas, días feriados islámicos, comercios halal, pausas breves en el trabajo para la oración, derecho a asistir los viernes al oficio religioso, etc. Y en esta carrera por el favoritismo islámico, los expertos de la comisión de cultura del parlamento europeo no se quedaron atrás opinando que: “el matrimonio cristiano tradicional no es más la única institución sobre la cual una familia puede reposar jurídicamente. La poligamia puede aparecer como otra manifestación posible de este tipo de unión y estar tan ligada al derecho europeo de la familia tradicional como el matrimonio homosexual” (p. 89). Como son ideólogos no pueden ver la perfecta incompatibilidad de cualquier proyecto que trate de conformar el Islam con el homosexualismo, como mezclar agua y aceite, está destinado al fracaso absoluto. Aunque seguramente seguirán adelante aplicando el lema stalinista: “peor para la realidad” y haciendo correr muchos ríos de sangre.

De Villiers termina el capítulo, recordándonos que durante el viaje a la isla de Lesbos, el papa Francisco prefirió acoger en Roma a familias musulmanas antes que a las cristianas…: “él también hizo su elección: el Eurislam” (p. 86).

 

Despacito, despacito…

A no engañarse, los musulmanes quieren conquistar el mundo entero. Primero Europa y, sobre todo Francia, “madre de las cruzadas” (p. 48). Por eso el portavoz del Estado Islámico, Mohamed al-Adnani, anunció así su plan de dominación mundial: “Queremos, con la ayuda de Alá, París antes que Roma y Andalucía. Después arruinaremos vuestra vida y haremos saltar vuestra Casa Blanca, el Big-Ben y la torre Eiffel, con la ayuda de Alá… Queremos Kaboul, Karachi, el Cáucaso, Qom, Riyad y Théherán. Queremos Bagdad, Damasco, Jerusalén… Los musulmanes deben tomar el poder en todas partes” (p. 201).

Después de todo, soñar no cuesta tanto. Marwan Muhammad, director del Comité de islamofobia en Francia, lo remarcó muy bien en su desafiante conferencia dada en la gran mezquita de Orly: ¿Quién no tiene derecho a decir que Francia, en 30 o 40 años, será un país musulmán? (…) Nadie en este país tiene derecho a quitarnos eso. Nadie tiene el derecho a prohibirnos este sueño: esperar una sociedad global fiel al islam. Nadie tiene el derecho en este país de definir por nosotros lo que es la identidad francesa” (p. 111).

La estrategia de la infiltración pacífica en una Europa que se ha convertido en la idiota útil” (p. 94) está plasmada en otro engendro que los hermanos musulmanes llaman: “proyecto Tamkine” o “territorialización islámica” (p. 89). Allí está bien desarrollada la primera etapa de la islamización tranquila por “co-inclusión recíproca” avanzando en todos los ámbitos hasta tomar definitivamente el poder. Por más que de “reciprocidad” no tenga nada… es lisa y llanamente un paulatino proceso de descristianización donde Arabia Saudita y Qatar no tienen obligación de recibir siquiera un refugiado sirio (cristianos), y menos aún, otorgar derecho a la construcción de iglesias, siendo los principales estados que financian la construcción de mezquitas en Europa e imponen el imán de turno.

El autor tuvo acceso al texto del proyecto que se está cumpliendo al pie de la letra: “1. Expandir el islam por medio de la construcción de mezquitas. 2. Formar a la juventud en los establecimientos confesionales. 3. Asegurarse que todos los estratos de la sociedad hayan sido infiltrados. 4. Tomar el poder”. Sin duda que la estrategia final de la islamización pasa por “el restablecimiento del califato islámico en las fronteras históricas, comprendidas hasta donde el islam tenía una presencia en Europa” (p. 90).

 

El caballo de Troya

Los musulmanes no están solos en esta nueva cruzada. Amén de ser financiados por Medio Oriente, la misma Unión Europea les ayuda económicamente. Philippe de Villiers muestra con detalle y ejemplos alarmantes cómo el Feder (Fondos europeos para desarrollo regional) utiliza su dinero para la construcción de mezquitas y espacios culturales musulmanes por doquier (pp. 90-95).

Francia no se queda atrás y también colabora activamente con los terroristas; gracias a que su poderosa red de satélites Eutelsat, transmite la señal a todo Medio Oriente, proveyendo a más de mil cadenas de televisión islámicas (muchas radicalizadas como las de los salafistas, yihadistas, hermanos musulmanes, etc.) que con sus emisiones llegan a 250 millones de espectadores; “su cobertura se extiende desde Marruecos hasta el Golfo Pérsico” (p. 181). Cuando de Villiers interpeló al gobierno por esta paradójica situación, la única respuesta que tuvo fueron tres palabras: “razón de Estado”.

Lo peor es que la conquista de Occidente la lograrán con ayuda legal del caballo de Troya europeo: en nombre de los valores republicanos, los Derechos del Hombre, los principios de no discriminación e igualdad jurídica, y demás yerbas que se han convertido en verdaderos dogmas de la nueva religión civil. Son los mismos islamitas que se lo advierten, como ser Yousouf al-Quaradawi, dirigente de los hermanos musulmanes: “Con vuestras leyes democráticas nosotros los colonizaremos; con nuestras leyes coránicas los someteremos” (p. 171), programa que se está cumpliendo rigurosamente al día.

Si ellos avanzan, ustedes retrocedan, pero si retroceden, avancen…” con esta sencilla táctica, los musulmanes van tanteando todos los ámbitos públicos: hospitales, escuelas, playas, empresas, calles, comercio halal, etc. comprobando que no hay mucha capacidad de reacción. “El fin último de esta estrategia es hacer replegar a Francia. Para que el pueblo pida a sus dirigentes encontrar un acuerdo pacífico” (p. 209).

 

El futuro está aquí…

Aunque Philippe no sea ningún profeta, sabe interpretar los signos de los tiempos y sacar las consecuencias de las políticas migratorias que se están aplicando en su país y en todo el continente. Además ha recibido un documento extraordinario titulado “el nuevo edicto de Nantes” (p. 211), plan que están preparando los salafistas con una estrategia bien clara: se trata de obtener parcelas de territorio para practicar el islam, abandonando el principio constitucional de la integridad territorial. Es decir obtener, por concesión de la ley francesa, “zonas liberadas” con estatus legal para que puedan practicar segura y legítimamente el islam integral, aplicando la sharia.

Un edicto, como el otorgado a los protestantes en 1598 cuando, pro bono pacis, el rey les concedió 160 ciudades, pueblos, castillos, etc. para practicar su culto. Lo que se trasformó en Estado dentro de otro Estado, con la gran diferencia de que, al menos, se trataba de la convivencia de dos grupos cristianos que tenían algo en común: la misma civilización.

En este caso sabemos que hay un abismo incompatible entre ambos grupos. No obstante, los dirigentes terminarán firmando “la gran concesión” (p. 213) de una lista de lugares que los islámicos ya tienen preparada, aunque no es exhaustiva sino más bien inclusiva con el correr del tiempo… ciudades en las que, de hecho, ya se aplica la sharia al orden del día: Marsella, Lille, Calais, Avignon, Béziers, Trappes, Roubaix, Chateauneuf-sur-Cher, Artigat, Air Bel, Consolat… También hay enclaves como grandes barrios, el Saint-Denis parisino, o importantes calles, como la “rue Jean-Pierre Timbaud” en París que ya son tierra islámica. Hace poco le gritaron allí a una periodista entrometida: “El año que viene espero verte con el velo diciendo ‘perdóname Alá’” (p. 214).

Será un acuerdo firmado por las autoridades políticas francesas, después de un período de revueltas sangrientas, llevando al pueblo a pedir la paz desesperadamente. “Tendremos que aceptar -nos adelanta el autor- la instauración de tribunales islámicos, prohibición de sonar las campanas, inscripción de la religión en el estado civil, destrucción de calvarios, prohibición de procesiones, transformación de iglesias en mezquitas, autorización de la poligamia con acceso a todas las prestaciones sociales, velo obligatorio y lapidación por adulterio. Más tarde, bastará con unir todas estas cuentas del Rosario: los lugares concedidos se unirán progresivamente y poco a poco Francia conocerá la ‘sumisión’. He aquí lo que nos espera” (p. 215).

Por eso, de Villiers, cual otro Mons. Lefèbvre, levanta su dedo diciendo: “Yo acuso a nuestros dirigentes de ser responsables indirectos de los atentados sufridos y de los que vendrán. Yo los acuso de complicidad objetiva y, a veces, subjetiva. Ellos saben que sus amistades son poco recomendables. Saben que se han vuelto esclavos de sus clientes. Saben que nuestro país está en camino a ser conquistado… ¿Por qué todo esto? ¿Por qué traicionan a Francia? Porque no la aman más. O más bien, aman otras cosas. En otros tiempos, su prevaricato les valía la reprimenda de la nación y la degradación civil. La historia los juzgará. Tienen sangre en las manos. Con este libro, he querido poner en perspectiva lo que ellos hicieron, lo que deshicieron. Y, peor aún, lo que se preparan a hacer. Pues estamos sólo al comienzo” (p. 199).

 

¿Atrapados sin salida?

Como si fuera poco, las élites pretenden integrar a los musulmanes con vacíos valores republicanos, principios fríos que no mueven a nadie ni a nada. Una verdadera utopía… ¿adrede? En el mejor de los casos, se respetarán como el código de tránsito, por más que: “jamás he visto a alguien enamorarse de un cartel de ¡stop!” (p. 226). ¿Qué otra cosa ofrecen? Hedonismo, nihilismo, consumismo… basuras que tampoco les atraen pues los musulmanes saben muy bien que, si Occidente continúa por esa misma pendiente, solito está condenado a muerte.

 Philippe no se queda de brazos cruzados y nos da una llave para salir de esta situación desesperada pues no desea para Francia el final que describe Jean Raspail en Le Camp des Saints (traducido en español como El desembarco), ni tampoco el que imagina Michel Houellebecq en su conocida novela Sumisión, sino más bien todo lo contrario: “debemos hacer prevalecer nuestra civilizaciónpues creo en la superioridad moral de la civilización cristiana sobre el islam”. Empezando por restablecer el derecho inalienable de un país a proteger su memoria: derecho a la continuidad histórica.

Para eso debemos: “encontrar nuevamente el alma de Francia” (p. 218) y concientizar tanto a los de la propia casa como a los extranjeros. Es necesario ir mucho más allá de un código formal, proponiéndoles “la exaltación común de nuestro patrimonio vital”: hablar sin miedo de nuestras gloriosas epopeyas, de nuestros héroes, mostrándoles la historia sacra de Francia con todo lo Bueno, Bello y Verdadero que encarna. Hay que reescribir “un poema nacional” (p. 226) que enamore nuevamente, pues para amar, es necesario un amante.

Siguiendo la divisa de Dostoievski: “La belleza salvará al mundo”, de Villiers se propuso llegar al alma de sus compatriotas e inmigrantes cambiando el ángulo de enfoque, entrando por la puerta de la estética. Así, nuestro autor reescribió un nuevo romance épico, a modo de “ayuda memoria”, y lo llevó al acto… representando en vivo y en directo la gesta de los francos en “Le Puy du Fou”. Un parque temático-histórico donde se canta la memoria viva de Francia mostrando orgullosamente sus raíces cristianas, sus gestas heroicas, sus reyes y santos, sus grandezas olvidadas… Hoy en día se ha convertido en una pequeña patria en pleno corazón vendeano que desde hace más de 40 años resiste al multiculturalismo apátrida, y ha logrado resucitar el alma del pueblo, al punto que cualquier visitante, por desarraigado o ideologizado que sea, saldrá de allí con su “corazoncito francés”. Haga la prueba.

Al fin y al cabo, de Villiers nos devela la historia de su país, como antaño Virgilio supo mostrar a Roma “pulcherrima rerum”, como la más bella de las realidades. “No fue que ellos la amaban porque Roma era grande; sino que Roma fue grande porque ellos la amaban”.

Como decía Platón, “la verdad de una cosa está en sus comienzos” y Francia, como nación, nació cristiana gracias al bautismo de un rey, convirtiéndose en la “Hija mayor de la Iglesia” y no tiene vocación de ser la Cenicienta del islam.

En otro post veremos en concreto qué es el misterioso y poco conocido “Puy du Fou”… para que no te la cuenten.

 

Hna. Marie de la Sagesse Sequeiros, S.J.M.

religiosa en Francia, abogada y autora del libro “Santa Juana de Arco, reina, virgen y mártir”

 

[1] Presentación del libro de Philippe de Villiers el 13 de diciembre del 2016 en Versailles. Las citas que no tienen número de página están sacadas de esta conferencia:

https://www.youtube.com/watch?v=pnuRm2ybJ5g

[2] Miembro de la mezquita encargado de convocar cinco veces al día y de viva voz a la oración desde el minarete.

[3] Tienen una “ficha S” en Francia todas las personas que están bajo sospecha y son investigadas por la Seguridad del Estado, por ej. muchos inmigrantes musulmanes.

[4] Vestido del profeta Mahoma.

[5] El salafismo es un movimiento islámico suní de carácter reformista y radical​ que surgió en la península arábiga durante el siglo XIX y que defiende un retorno a las tradiciones del salaf. El término «salaf» se corresponde con la obra de los principales estudiosos del islam después de la muerte del profeta Mahoma.

Los salafistas hacen una lectura literalista y ortodoxa de los textos fundadores del islam, el Corán y la Sunna, y consideran que su interpretación es la única legítima.

[6] https://www.religionenlibertad.com/noticias/5968/gadafi-ala-garantizara-la-victoria-islamica-en-europa-sin-pistolas-ni.html

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