El “Poster Divino” del Che Guevara
Por Francisco Muñoz Iturrieta
Reseña del libro Diaz Araujo, Enrique. Ernesto Guevara de la Serna: Aristócrata, Aventurero y Comunista. 2da Edición. Buenos Aires: Ediciones Libertad, 2018.
La imagen que todo el mundo tiene del Che Guevara es aquella del “Che” con su boina negra, con la estrella roja y la amplia cabellera al viento, que fotografiara “Korda” (Alberto Díaz). Aquel Che Guevara que se convirtió en “poster divino” para las generaciones postreras. Pero eso no nos dice nada más que una vida mitificada al máximo, fruto de indocumentadas lucubraciones.
Por eso hay que distinguir entre dos tipos de relatos sobre el Che: Aquel que lo diviniza juvenilmente sin realidad contar quién fue, ocultando la verdad, y aquel relato más serio, el cual acude al Che mismo para que cuente su historia personal en sus propias palabras y la de sus más cercanos compañeros. Éste es el Che verdadero, el que especialmente los argentinos deberíamos conocer, y que es posible gracias al gran y minuciosos trabajo del historiador Díaz Araujo en su libro Ernesto Guevara de la Serna.
La realidad es que Guevara era un soldado del castrismo. Un combatiente marxista-leninista-castrista. Un hombre que deseaba convertir la Argentina y el mundo en otro Vietnam, cubierta de rojo por el baño de sangre derramada en nombre del caos y la revolución. El Che se confesó ateo, inmanentista, marxista e internacionalista definido. Su única bandera era la de la Internacional Comunista, sin patria ni otro objetivo más que ser guerrillero de los planes dictados desde la Unión Soviética para el mundo entero, para crear “una República Internacional de Soviets” (p. 354). Sin embargo, la historia criminal del Che Guevara quedó tapada por la canonización de la Santa Sede cubana, de tal manera que quedó en la memoria de los ignotos como el “Guerrillero Heroico”, aquel del poster divino.
Muchas veces se resalta su espíritu aventurero. Es verdad, era un trotamundos global e irrefrenable, pero que puso ese heroísmo mal encaminado al servicio del marxismo criminal, de su odio a la civilización occidental, a Cristo, y de todo lo que éste significaba:
“Les aseguro que si Cristo se cruzara en mi camino haría lo mismo que Nietzsche: no dudaría en pisotearlo como un gusano baboso”. Y con la suela de su zapato aplastó un imaginario Cristo-gusano sobre la tierra. Nunca olvidaré esa escena porque prefiguraba lo que Ernesto sería más adelante. (Testimonio de Dolores Moyano Martín, amiga de la infancia del Che). (p. 72)
La única fe de Guevara fue la fe marxista comunista, la cual, como toda perversión de la fe, lo hizo abandonar “el camino de la razón” (p. 305), como él mismo afirma, y lo condujo al terror como medio político para alcanzar sus fines, prefiriendo siempre “lo que no es a lo que es” (p. 412).
Es especialmente el lado siniestro el que sobresale en los testimonios sobre Guevara, lo que lleva a su amiga a compararlo con Piort Verkhovenski, el revolucionario endemoniado del libro de Dostoyevsky “Los demonios”. Por eso, Díaz Araujo no oscila en afirmar que el Chefue un partidario decidido del uso de la violencia política, de la más radical y extrema violencia(p. 229), empleando el fusilamiento como solución política idónea.El Che nunca osciló en tomar parte en masacres y fusilamientos carentes de sentencias dictadas en juicios serios, mostrando especial obsesión por matar presos desarmados y muchas veces inocentes sin usar “métodos legales burgueses.” En su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York afirmó: “Fusilamientos, sí, hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario. Nuestra lucha es a muerte” (p. 232).
No era una causa lo que lo motivaba, no le interesaba la “justicia social”, sino más bien la guerra por sí misma, la lucha armada que no conducía a otra cosa que a la muerte, manifestando su desprecio por la vida con palabras escalofriantes: “Teñiré en sangre mi arma y, loco de furia, degollaré a cuanto vencido caiga entre mis manos” (Diarios, p. 231). De su experiencia en Guatemala afirma: “Aquí todo estuvo muy divertido con tiros, bombardeos, discursos y otros matices que cortaron la monotonía en que vivía” (Diarios, p. 231). De fondo, no era más que odio, como lo dijo el mismo Che: “El odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta y fría máquina de matar” (p. 232).
Tampoco hay que olvidarse de que el Che “vivió como hipnotizado frente al poder demagógico y maquiavélico de Fidel Castro” (p. 392), convirtiéndose así en un suicida más de la revolución castrista y eternamente dominado por el fracaso, y finalmente por la traición que lo llevó a la muerte. Es que no contó con que el comunismo asesino que abrazó no tiene piedad ni con sus más fervorosos seguidores. Es más, tarde o temprano éstos terminan víctimas de su propia maldad.
En fin, ésta es una obra altamente recomendada para todo aquel que quiera conocer al verdadero Che, especialmente sus más devotos seguidores que han vivido demasiado tiempo bajo la sombra del engaño marxista. Por eso elegí titular este comentario al gran libro de Díaz Araujo como “poster divino”, porque es el poster la señal de que a Ernesto Guevara no se lo ha conocido de en serio, y es tiempo de conocer al verdadero Che, aquel que con su ejemplo deseo de sangre arrastró a más de una generación a la derrota, a la tortura y a la muerte.
Fuente: ® PabloMunozIturrieta
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