En el texto de un artículo en una revista que incluye el adjetivo de “cristiana” en su presentación, encontré este párrafo que, en líneas generales, quiere seguir una cierta tendencia “cultural” (?), que pretende animar a la “Iglesia” para que acoja la ”presión de la sociedad”, y cambie muchas cosas de la práctica de la vida cristiana.
Quizá el autor de esas líneas no ha tenido en cuenta que la Iglesia a lo largo de sus ya 2.000 años de existencia de peregrinación en la tierra, no ha cedido nunca a ninguna “presión” en ninguna de las verdades que componen el tesoro que el mismo Cristo le ha dejado en heredad; un tesoro de verdades que son la Luz del mundo; y mucho menos, se ha dejado influir en estas cuestiones por ninguna “presión de la sociedad” que nadie sabe exactamente qué es, y que cualquier grupito puede manejar, manipular, etc. a su antojo.
El ejemplo de la prohibición de la “fornicación” -en el significado más real de la palabra, ya en el primer concilio de Jerusalén, es notorio. Y la presión era tan fuerte, y mucho mayor, de la que puede ser ahora.
“En otras cuestiones -dice el párrafo citado- que ya no están tan severamente vistas como el divorcio, la eutanasia, los métodos anticonceptivos o la homosexualidad la Iglesia ha ido cediendo”.
¿En qué ha cedido la Iglesia?
¿Qué “divorcio”, como ruptura del vínculo matrimonial, ha aceptado la Iglesia?- Ninguno. En los nn. 2382-2384 del Catecismo de la Iglesia Católica queda muy claro. Allí se dice, hablando de “la separación de los cónyuges, manteniendo el vínculo matrimonial, que puede ser legítima en algunos casos” se señala que “si el divorcio civil representa la única manera posible de asegurar ciertos derechos legítimos, el cuidado de los hijos o la defensa el patrimonio, puede ser tolerado sin constituir una falta moral”.
Y en el párrafo siguiente, para dejar todo claro se dice expresamente: “El divorcio es una ofensa grave a la ley natural. (…) El divorcio atenta contra la Alianza de salvación de la cual el matrimonio sacramental es un signo”. Que a algún que otro eclesiástico o eclesiástica le gustaría que fuese de otra manera, allá ellos; pero ellos no son la “Iglesia”.
¿Qué eutanasia ha admitido la Iglesia? Ninguna. El Papa Francisco, en un mensaje al Presidente de la Pontificia Academia para la Vida y a los participantes del Encuentro Regional Europeo World Medical Association, que analizó el sentido de la vida, recordó la postura de la Iglesia en relación a la eutanasia al asegurar que “es siempre ilícita porque propone interrumpir la vida procurando la muerte”. Que haya algún que otro eclesiástico que sugiera otras cosas, sin duda; pero ellos no son la “Iglesia”.
¿Qué ´”métodos anticonceptivos” ha dado por aceptables la Iglesia? Ninguno. Las afirmaciones claras y precisas de la “Humanae Vitae” siguen tan en pie como el primer día de su promulgación; las reinterpretaciones que algunos pretenden hacer de sus palabras, carecen hasta de la mínima validez doctrinal.
¿Qué ha cambiado en la Iglesia a propósito de la homosexualidad? Nada. Y otra vez el Papa Francisco ha sido claro.
“Hoy —duele decirlo— se habla de familias «diversificadas»: diferentes tipos de familia. Sí, es verdad que la palabra «familia» es una palabra análoga, porque se habla de la «familia» de las estrellas, de las «familias» de los árboles, de las «familias» de los animales… es una palabra análoga. Pero la familia humana como imagen de Dios, hombre y mujer, es una sola. Es una sola. Puede darse que un hombre y una mujer no sean creyentes: pero si se aman y se unen en matrimonio, son imagen y semejanza de Dios, aunque no crean. Es un misterio: San Pablo lo llama «gran misterio», «sacramento grande» (cf. Efesios 5, 32). (16 junio 2018. Foro Familia en Roma).
Y las palabras de la Iglesia siguen sonando tan claras, precisas y acogedoras como han sido siempre, tanto para la consideración moral de la práctica homosexual, como para que las personas que se encuentren con esas tendencias vivan la castidad a la que estamos llamados todos los cristianos, cada uno en su estado. Conscientes, por otro lado, que nadie nace “persona homosexual”; y que esa “personalidad” se “hace” y se puede “deshacer”, como manifiestan tantos hechos.
“Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2358).
“Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana” (ib. 2359).
La Iglesia, como buena Madre, no engaña nunca a sus hijos. Les recuerda el buen camino, la Verdad; les ayuda a seguirlo; les acoge si lo abandonan, y les da fuerzas -los Sacramentos-, para reponerse y volver a empezar. Así ha vivido siempre, y seguirá viviendo.
religionconfidencial.com
Juan Ramón Domínguez Palacios
http://enlacumbre2028.blogspot.com.es
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