El día del Señor: domingo 21º del T.O. (B)

La fidelidad a Dios, que es quien nos ha dado garantías de eternidad, pide que ante esas cosas que Él nos pide no se alce la crítica y le abandonemos moviendo con desaprobación la cabeza: “muchos de sus discípulos se echaron atrás y no volvieron a ir con Él”. Debemos emular la contestación de los israelitas a Josué: “lejos de nosotros abandonar al Señor”; y la de Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”.
Dice Von Hildebrand, que “un hombre cuya fe y amor no se presenta como inconmovible, no creería realmente, ni amaría. Una vivencia auténtica de estas actitudes implica necesariamente la sensación de que nada puede destruirlas. Un amante que dice: Te amo ahora, pero no me atrevo a decir por cuánto tiempo, no ama, porque pertenece a la esencia de la fe, a la esencia de una decisión solemne y profunda, a la verdadera esencia del amor, decir: Nada puede cambiarlo ni modificarlo”.

La amistad que Dios quiere establecer con el hombre, la común unión es tan estrecha, que Jesús la ilustra con esta escandalosa propuesta de comer su carne y beber su sangre. “Entre los tabúes más rigurosos del hebraísmo, recuerda Messori, estaba la abstención de sangre. Precepto que conservan incluso algunos grupos de cristianos de estricta interpretación literal bíblica como los Testigos de Jehová, que, como es sabido, prefieren morir antes de someterse a transfusiones, por considerar esa práctica como un alimentarse de sangre. 
Los Hechos de los Apóstoles cuentan que en el primer concilio de la iglesia naciente, los jefes de la comunidad deciden mantener únicamente las cosas necesarias del hebraísmo; y, entre ellas, precisamente el abstenerse de sangre”. Este es un rasgo más de la sinceridad de los evangelistas al transmitirnos las palabras de Jesús.
La fe y la fidelidad al Señor suponen no sólo creer lo que no se ve sino aceptar sin reservas lo que no se entiende pero estamos ciertos de que Dios lo quiere. “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo, consagrado por Dios”, debemos decir con San Pedro.
En este mundo todo se acaba, todo está sujeto a la ley del envejecer y morir. Jesucristo es lo permanente. ¿No es desconcertante que quien tuvo unos comienzos tan modestos en Belén y luego fracasó en una cruz como un bandido haya galvanizado el corazón de millones de personas y resistido a lo largo de siglos tantos embates? Sería una empresa imposible borrar hoy el nombre de Jesucristo y suprimir el afecto que le profesan tantas almas. Cristo está vivo; y para esta permanencia, única en la Historia, no existe explicación humana. ¡No lo dudemos! El futuro es de los creen que “sólo Él tiene palabras de vida eterna”.
Primera Lectura
Serviremos al Señor, ¡porque él es nuestro Dios!
Lectura del libro de Josué (Jos 24, 1-2. 15-17.18)
En aquellos días, Josué reunió todas las tribus de Israel en Siquén y llamó a los ancianos de Israel, a los jefes, a los jueces y a los magistrados. Y se presentaron ante Dios.
Josué dijo a todo el pueblo:
«Si os resulta duro servir al Señor, elegid hoy a quién queréis servir: si a los dioses a los que sirvieron vuestros padres al otro lado del Río, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país habitáis; que yo y mi casa serviremos al Señor».
El pueblo respondió:
«¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para ir a servir a otros dioses! Porque el Señor nuestro Dios es quien nos sacó, a nosotros y a nuestros padres, de Egipto, de la casa de la esclavitud; y quien hizo ante nuestros ojos aquellos grandes prodigios y nos guardó en todo nuestro peregrinar y entre todos los pueblos por los que atravesamos.
También nosotros serviremos al Señor, ¡porque él es nuestro Dios!».
Palabra del Señor. Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial
Sal 33, 2-3.16-17.18-19.20-21.22-23 (R/. 9)
R/. Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Gustate et videte quoniam suavis est Dóminus.
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.
R/. Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Gustate et videte quoniam suavis est Dóminus.
Los ojos del Señor miran a los justos,
sus oídos escuchan sus gritos;
pero el Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria.
R/. Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Gustate et videte quoniam suavis est Dóminus.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias;
el Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos.
R/. Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Gustate et videte quoniam suavis est Dóminus.
Aunque el justo sufra muchos males,
de todos lo libra el Señor;
él cuida de todos sus huesos,
y ni uno solo se quebrará.
R/. Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Gustate et videte quoniam suavis est Dóminus.
La maldad da muerte al malvado,
los que odian al justo serán castigados.
R/. Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Gustate et videte quoniam suavis est Dóminus.
El Señor redime a sus siervos,
no será castigado quien se acoge a él.
R/. Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Gustate et videte quoniam suavis est Dóminus.
Segunda Lectura
Es éste un gran misterio; y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (Ef 5, 21-32)
Hermanos:
Sed sumisos unos a otros en el temor de Cristo: las mujeres, a sus maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es e salvador del cuerpo. Como la Iglesia se somete a Cristo, as también las mujeres a sus maridos en todo.
Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para presentársela gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son.
Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás he odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo.
«Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre,
y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne».
Es este un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.
Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.
Aclamación antes del Evangelio
Jn 6, 63.68
Aleluya, aleluya, aleluya
Tus palabras, Señor, son espíritu y vida;
tú tienes palabras de vida eterna.
Verba tua, Dómine, spíritus et vita sunt;
verba vitæ æternæ habes.
Aleluya.
Evangelio
¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna
† Lectura del santo Evangelio según san Juan (Jn 6, 60-69)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, muchos de los discípulos de Jesús dijeron:
«Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?».
Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo:
«¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen».
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar.
Y dijo:
«Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede».
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce:
«¿También vosotros queréis marcharos?».
Simón Pedro le contestó:
«Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».
Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
Juan Ramón Domínguez Palacios
http://lacrestadelaola2028.blogspot.com

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