La liturgia diaria meditada - Los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos (Mt 19, 30-20, 16) 22/08




Miércoles 22 de Agosto de 2018
Santa María, Reina
(MO). Blanco.

La Santisima Virgen María vivió su vida en la sencillez y la cotidianeidad de cualquier mujer de Nazaret, un pequeño pueblito de provincia. No es Reina porque haya dominado sobre nadie. La realeza de María es participación de la realeza de Jesús, Príncipe de la Paz. Celebrar a María Reina es celebrar la dignidad de todas y todos los creyentes, que en el bautismo somos hechos, con Cristo, sacerdotes, profetas y reyes. Esta condición de la realeza la celebramos al rezar el quinto misterio glorioso del Rosario en que contemplamos a María coronada como Reina.

Antífona de entrada         Cf. Sal 44, 10
La Reina está de pie, a tu derecha, con un vestido precioso, rodeada de esplendor.

Oración colecta    
Padre, que nos diste como Madre y Reina nuestra a la Madre de tu Hijo, concédenos en tu bondad que, sostenidos por su intercesión poderosa, alcancemos la gloria de hijos tuyos en el reino de los cielos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.

Oración sobre las ofrendas       
Te ofrecemos, Señor, nuestros dones, al celebrar la memoria de la santísima Virgen María, y te pedimos que nos ayude la bondad de tu Hijo, que en la cruz se ofreció a sí mismo como víctima inmaculada. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión      Cf. Lc 1, 45
Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor.

Oración después de la comunión
Padre, después de recibir el sacramento celestial, te pedimos que quienes celebramos la memoria de la Santísima Virgen María, merezcamos participar del banquete eterno. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Lectura        Ez 34, 1-11
Lectura de la profecía de Ezequiel.
La palabra del Señor me llegó en estos términos: “¡Profetiza, hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel! Tú dirás a esos pastores: Así habla el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿Acaso los pastores no deben apacentar el rebaño? Pero ustedes se alimentan con la leche, se visten con la lana, sacrifican a las ovejas más gordas, y no apacientan el rebaño. No han fortalecido a la oveja débil, no han curado a la enferma, no han vendado a la herida, no han hecho volver a la descarriada, ni han buscado a la que estaba perdida. Al contrario, las han dominado con rigor y crueldad. Ellas se han dispersado por falta de pastor, y se han convertido en presa de todas las bestias salvajes. Mis ovejas se han dispersado, y andan errantes por todas las montañas y por todas las colinas elevadas. ¡Mis ovejas están dispersas por toda la tierra, y nadie se ocupa de ellas ni trata de buscarlas! Por eso, pastores, oigan la palabra del Señor. Lo juro por mi vida –oráculo del Señor–: Porque mis ovejas han sido expuestas a la depredación y se han convertido en presa de todas las fieras salvajes por falta de pastor; porque mis pastores no cuidan a mis ovejas; porque ellos se apacientan a sí mismos, y no a mis ovejas; por eso, pastores, escuchen la palabra del Señor: Así habla el Señor: Aquí estoy yo contra los pastores. Yo buscaré a mis ovejas para quitárselas de sus manos, y no les dejaré apacentar mi rebaño. Así los pastores no se apacentarán más a sí mismos. Arrancaré a las ovejas de su boca, y nunca más ellas serán su presa”. Porque así habla el Señor: “¡Aquí estoy yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él”.
Palabra de Dios.

Comentario
La imagen de esta predicación es tan elocuente como dura y realista: la autoridad que debe cuidar al rebaño, es decir, al pueblo, utiliza al mismo pueblo para alimentar sus ambiciones. Y parece que no hubiera remedio a esta actitud de quienes, en el fondo, se consideran impunes. Pero no es así, sepámoslo: para Dios no existe impunidad.

Sal 22, 1-6
R. ¡El Señor es mi pastor; nada me puede faltar!

El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. Él me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas. R.

Me guía por el recto sendero, por amor de su Nombre. Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza. R.

Tú preparas ante mí una mesa, frente a mis enemigos; unges con óleo mi cabeza y mi copa rebosa. R.

Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida; y habitaré en la Casa del Señor, por muy largo tiempo. R.

Aleluya        Heb 4, 12
Aleluya. La Palabra de Dios es viva y eficaz; discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Aleluya.

Evangelio     Mt 19, 30 - 20, 16
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.
Jesús dijo a sus discípulos: “Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros. 

Porque el reino de los cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña. Trató con ellos un denario por día y los envió a su viña. Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo: ‘Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo’. Y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: ‘¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?’. Ellos les respondieron: ‘Nadie nos ha contratado’. Entonces les dijo: ‘Vayan también ustedes a mi viña’. Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: ‘Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros’. Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario. 

Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario. Y al recibirlo, protestaban contra el propietario, diciendo: ‘Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada’. El propietario respondió a uno de ellos: ‘Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. ¿O no tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?’. 

Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”.
Palabra del Señor.

Comentario
Dios es desconcertante. Nosotros medimos las cosas de la vida con lógica humana: sumamos los puntos para merecer la salvación. Pero, por el contrario, él decide darla como puro derroche. Él tiene una bondad que no deja a nadie afuera. Su reino es comunión de amor, donde no hay “más” o “menos” según los cálculos humanos, sino que para todos hay plenitud.

Oración introductoria
Señor Jesús, Tú sabes que es lo que más me conviene. Cuenta conmigo, llámame, a la hora que quieras, para trabajar en tu viña. Tú eres fiel a tu Palabra y estás más interesado que yo en mi bien espiritual, por eso confío plenamente en Ti. Quiero escuchar tu voz. Habla, Señor, estoy a la escucha.

Petición
Señor, quiero trabajar por Ti, quiero desgastarme por Ti, quiero poner todo lo que soy a tu servicio. Ilumíname para saber cómo y dónde servirte. 

Meditación 

Nos cuesta entender que los caminos del Señor son distintos a los nuestros. Dios se presenta como un amo generoso que no funciona por rentabilidad, sino por amor gratuito e inmerecido. Esta es la buena noticia del evangelio. Pero nosotros insistimos en atribuirle el metro siempre injusto de nuestra humana justicia. En vez de parecernos a él intentamos que él se parezca a nosotros con salarios, tarifas, comisiones intereses y porcentajes. Queremos comerciar con él y que nos pague puntualmente el tiempo que le dedicamos y que prácticamente se reduce al empleado en unos ritos sin compromiso y unas oraciones sin corazón. Con una mentalidad utilitarista, muy propia de nuestro tiempo, preguntamos: ¿Para qué sirve ir a misa, si Dios nos va a querer igual? Así evidenciamos que no hemos tenido la experiencia de que Dios nos quiere y no reaccionamos en consecuencia amándole también más por encima de leyes y medidas. Dios es gratuito. Vemos absurdo y hasta injusto ser queridos todos por igual. ¡A cada uno lo suyo!, decimos como quien da un argumento incontestable con tono de protesta sindical ante Dios. Olvidamos que la gracia ha sustituido a la ley, que la misericordia y el amor es lo único importante para Dios. Imitemos su ejemplo también nosotros.
  
Y Jesús nos quiere enseñar que nuestra relación con Dios no se funda en un contrato laboral sino en un lazo filial, que no somos asalariados, sino hijos y por tanto hermanos. Hijos únicos que ocupamos en el corazón de Dios un hueco que nadie llenar ni reemplazar. Pero no sólo yo. Sino cada uno de mis hermanos. Lo mismo el que trabajó siempre fielmente en la viña del Padre, como el que llega a última hora a trabajar. Lo mismo san Juan, el predilecto del Señor, que San Dimas el buen ladrón. Dios no será nunca injusto con nadie, pero además será infinitamente misericordioso con todos.

Extraña en cuanto que, su bondad, es ilimitada, va contracorriente. Rara en cuanto que su forma de proceder deja, nos deja, desconcertados a todos aquellos que solemos ofrecer o repartir en la medida que nos dan.

¿Cuál es la diferencia entre la ternura de Dios y la humana? La diferencia es  que El es la bondad personificada mientras que, nosotros, miramos primero a las personas y luego cuantificamos y dosificamos el bien que podemos realizar. Aquello de “haz el bien sin mirar a quien” sólo lo lleva hasta su extremo más radical el Señor. Nosotros, al seguir a Jesús, es cuando nos damos cuenta que el criterio que seguimos es muy distinto al utilizado por el Dios que se trasluce en la parábola de este domingo.

Tenemos que dar gracias a Dios por muchísimas razones:

-  Primero: se ha fijado en nosotros. Podría haber pasado perfectamente de largo. Pero, desde el día de nuestro Bautismo, fuimos injertados en El y, desde entonces, intentamos amarle, seguirle y servirle con todas nuestras fuerzas.

-  Segundo: nos ha llamado para algo. Nadie de los que estamos en esta Eucaristía puede decir aquello de “yo no valgo para nada”. Todos podemos hacer algo por ese Alguien que es Jesús. Todos tenemos un puesto, un carisma. 

-  Tercero: nos envía a cuidar lo más sagrado. En tiempos de sequía es cuando, el agua, más se valora. Hay una viña que todos hemos de cuidar con pasión y con interés: la fe. La oración, la escucha de la Palabra de Dios, la caridad… hacen que nuestra viña, la fe, sea rica y fuerte.

Demos gracias a Dios de todo corazón. Porque, a pesar de ser tan especial –a la hora de entender la justicia–, el reparto de su bondad….sabemos que somos unos privilegiados por haber sido tocados, llamados y enviados por El.

Demos gracias a Dios porque llevar una vida según Cristo es difícil, a veces imposible pero merece la pena intentarlo. ¿Cómo? Reduciendo la distancia que existe entre nuestro “yo” y ese lugar en el cual el Señor nos necesita. Nuestra paga, nuestra gratificación  será la satisfacción del deber cumplido y del habernos sentidos elegidos para ser colaboradores e instrumentos del Señor. Lo contrario, el mirar qué hacen o lo dan a los otros, produce pérdida de coraje en nuestro trabajo.

Oración introductoria
Señor Jesús, Tú sabes que es lo que más me conviene. Cuenta conmigo, llámame, a la hora que quieras, para trabajar en tu viña. Tú eres fiel a tu Palabra y estás más interesado que yo en mi bien espiritual, por eso confío plenamente en Ti. Quiero escuchar tu voz. Habla, Señor, estoy a la escucha.

Propósito
Renunciar a los sentimientos de descontento y saber agradecer diariamente a Dios, los talentos que me ha dado. 

Diálogo con Cristo 
Señor, que diferente es tu justicia a la del mundo. Mezquinamente busco la recompensa de lo que hago por el bien de los demás, olvidando que eso que creo que es extraordinario, es simplemente mi obligación. Tú eres infinitamente misericordioso y me colmas con la gratuidad de tus dones. Dame lo único que necesito, la gracia de salir de esta oración decidido a darlo todo por tu causa; a vencer el miedo, la rutina y los cálculos egoístas. 

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