Me obsesionas, Señor.
¿Qué singular motivo
a mí te acerca?
¿Por qué esta terca
conquista
sobre mi corazón esquivo?
¿Qué buscas siempre en mí?
¿Qué quieres darme?
Dominas mi silenciosa casa.
Te colocas detrás de cada puerta.
Tras los goces atisbas.
Por los cristales me vigilas.
En las noches sin luna,
Un halo de paloma
Se espesa en mi ventana.
¡Y eres tú que me acechas
y te asomas!
Por mi alcoba andas siempre.
Antes
de que mis pies la pisen
ya estás tú en ella
y apenas sí me atrevo a desnudarme.
Años atrás, frente al espejo,
contemplaba mi carne.
mas entonces no estaba
insistiendo
en mi rostro tu mirada
En las noches que no puedo dormir
tú pisas las baldosas,
las bordeas
hasta alcanzar mi cabecera;
cuando sabes
que está vivo el aliento
de mi boca febril.
Y si en la mano
brinca el lapicero
tú miras por encima de mi hombro
para ver lo que escribo
y lo que nombro.
Tú estás alerta entre mi sueño.
Tú me robas
extingues
aminoras
con empeño
mi llamada, mi pálpito;
me robas
el nombre de otro dueño.
¿Por qué te veo, Señor?
¿Por qué casi me tocas
y mi mano
contiene tu caricia?
¿Por qué esta lucha contra ti
si eres mi olfato
mi visión y mi tacto,
tú los rumores
que mi oído escucha?
¿Por qué nunca me dejas
y tus ojos, Señor,
¡siempre tus ojos!
me miran
sin reproche y sin queja?
(Sagrario Torres, Carta a Dios; 1971)
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