Al ser los sacramentos los medios de salvación, deben ser comprendidos como instrumentos de unidad. Realizando, restableciendo o reforzando la unión del hombre con Cristo, realizan, restablecen o refuerzan, a su vez, la unión con la comunidad cristiana. Y este segundo aspecto del sacramento, aspecto social, está tan íntimamente unido al primero, que se puede a veces muy bien decir que el cristiano se une a Cristo por su unión a la comunidad.
Tal es la enseñanza constante de la Iglesia, en la práctica poco conocida, y así debemos reconocerlo. Por lo mismo que la Redención y la Revelación, a pesar de alcanzar directamente a cada alma, no son en su principio individuales sino sociales. Así la gracia que producen y que mantienen los sacramentos no establece una relación puramente individualista entre el alma y Dios, sino que cada cual recibe en la medida en que se agrega al único organismo por el que corre la savia fecundante.
Así se ha podido decir que el misterio de la causalidad de los sacramentos no reside tanto en la eficacia paradójica, en el orden sobrenatural de un rito o de un gesto sensible, cuanto en la existencia de una sociedad que, bajo las apariencias de una institución humana, oculta una realidad divina. Todos los sacramentos son por esencia “sacramentos de la Iglesia”, solo en ella producen su pleno efecto, pues solo en ella se participa normalmente del Don del Espíritu.
Henri de Lubac en “Catolicismo”
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