En el modo en que la gente ve a la Iglesia, hay un antes y un después de los escándalos de Estados Unidos. Los escándalos surgidos en Irlanda y, en mucha menor medida, en otros países reforzaron un daño que de por sí ya era irreparable.
Aunque la gente, en general, en esos países no sabría cuantificar el mal del que hablamos. Lo que quedó fue la percepción general. Tras las noticias, tras el enfado, la gente no recuerda el número y mucho menos lo puede poner en contexto. ¿Ese número es grande o pequeño en relación a todos los sacerdotes de Bélgica o Canadá? Y esta no es una cuestión sin importancia. Si el número no importa, vamos a tener escándalos en todas las naciones del mundo. No considero que sea ilícito, al dar la noticia, poner en contexto ese número. “Si usted quiere contextualizar es que no condena usted la pedofilia”, te vienen a decir. “¿Es que no le dan pena las víctimas?”.
Pero después de Irlanda surgió el escándalo en Chile. Hubo mala gestión por parte de unos obispos. ¿Pero la gente sabe cuántos fueron los obispos que encubrieron casos? ¿Son muchos obispos frente a todos los obispos de esa nación? ¿Son muchos casos en cada diócesis? Lo que queda es la percepción general.
Después se resucitaron mediáticamente los casos de Pensilvania, algo que era ya totalmente pasado. Cuando ya parecía que no podía ocurrir nada peor, los contrarios al Papa Francisco lanzaron la carta de Viganò en el peor momento posible: cuando estaba pidiendo perdón por esos temas a toda una nación, Irlanda. No se podía haber escogido mejor momento para hacer más daño.
Ahora mismo estamos en una situación en la que si apareciera un nuevo escándalo de grandes proporciones en otro país, las consecuencias para la entera Iglesia universal serían gravísimas. En medio de un proceso de apostasía general, después de poner a la opinión general del mundo contra la Iglesia, otro cañonazo serio contra el barco, indudablemente, obligaría a un consistorio general de cardenales o algo similar. La opinión general en la Curia sería que habría que hacer algo.
Que habría que hacer algo sería un clamor; aunque, de hecho, los asuntos de Estados Unidos, Chile o Irlanda son problemas del pasado. Habría que hacer algo, aunque ya se ha hecho algo: por eso, en tales países, los casos son de hace mucho tiempo y no de los últimos años.
¡Hay que purificar a la Iglesia!, claman los católicos que están lanzando cañonazos contra su propio barco. No muy conscientes de que, justo en este campo, ya se purificó la Iglesia en los últimos veinte años. Las medidas que había que tomar ya se tomaron en el pontificado de san Juan Pablo II y del papa Benedicto. Lo repito, el clamor de que “hay que hacer algo” puede ser muy injusto. Incluso el clamor “hay que purificar a la Iglesia” puede ser también muy injusto.
Aun así, sin duda, seguro que quedan bombas en explotar: toda Latinoamérica, toda África, ofrecen grandes posibilidades para encontrar algo; grande o pequeño, pero algo. Los medios se encargarán de que ese “algo” parezca el fin del mundo.
Recapitulemos los últimos posts:
Aquí no se discute que haya que acabar con ese delito oscuro, sino de la medida y proporción de ese delito.
Aquí no se discute que haya que purificar a la Iglesia, la cuestión es si ya se han tomado las medidas; e, incluso, si se tomaron hace mucho.
Aquí no se discute acerca de si los periodistas no tienen que informar de ese escándalo, sino de si se está ofreciendo la noticia de un modo neutral o no.
Os lo aseguro, sim en el plazo de un mes o dos, aparece un escándalo grande (realmente grande o aparentemente grande), vamos a tener un problema muy serio.
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