Así veía el Señor a la muchedumbre que se había congregado -corriendo- ante Él, junto al lago: Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma (Mc 6, 34).
¡Qué “morriña” nos ha puesto san Marcos en el alma al no contarnos lo que Jesús les dijo! Se ve que el Espíritu Santo pensó que no nos hacían falta, porque nos basta saber -¡esta es nuestra seguridad y nuestra confianza!- que Jesús nos sigue enseñando…
¡Cómo es el Corazón de Cristo! ¡Grande, grande, grande como no hay otro, ni lo puede haber! Un Corazón que, por ser así, penetra a la perfección nuestros corazones: Él nos conoce a cada uno más y mejor que todo lo que podamos presumir de conocernos a nosotros mismos. Por eso nos dirá en otra ocasión: Venid a Mí todos los que estáis cansados y agobiados y Yo os aliviaré. ¿Ye atreverás a ir a Él? Deberías: ¡no le des esa baza al demonio!
Es exactamente lo que nos muestra este último versículo del Santo Evangelio del próximo domingo. Desde su propio Corazón, Jesús nos ve como somos y como estamos: como ovejas sin pastor. Se sitúa perfectamente. Y, desde ahí mismo, se puso a enseñarles [se pone a enseñarNOS] con calma; es decir, desde el cariño humano y divino que nos tiene; porque el Amor -especialmente SU Amor es paciente-, no tiene prisa jamás cuando está con nosotros, porque nosotros necesitamos tiempo siempre para entender: y nos lo da.
Además, nos da su Gracia junto a su Palabra: cosas que no nos niega nunca; al contrario: nos las da a manos llenas. Jesús siempre espera. Siempre nos espera…, mientras tengamos tiempo, claro. Que no lo tenemos ilimitado, por cierto, sino limitado. Y nunca jamás podemos saber en realidad cuánto es.
Jesús nos enseña con calma. Ayer y hoy..Él no tiene ninguna prisa: nosotros sí debemos tenerla; porque, como nos enseña la Escritura Santa -o sea, Él- caritas Christi urget nos ["el Amor de Cristo nos urge"]: tenemos que tener “prisa” en escucharLe, en acoger su Palabra -siempre verdadera, siempre salvadora, siempre a nuestro favor-, en poner el esfuerzo que nos corresponde por entenderla y, ya con su Gracia, luchar con afán por ponerla en práctica: por vivirla: La Fe sin obras está muerta.
Nadie puede negar, a estas alturas de la historia de las sociedades -especialmente las del primer mundo- y de la historia de la misma Iglesia Católica que, desde mediados del siglo pasado, muchísimos pastores, miembros de la Jerarquía a todos los niveles, se hicieron mercenarios. Alguna excepción hay, pero pocas, muy pocas; tan pocas, que no han sido suficientes: la descristianización es desoladora a más de trágica.
Hoy, por ejemplo, ¡cuánta gente se dice católica y ya no sabe lo que significa eso ni a la hora de ir a Misa; no digamos en lo referente al Matrimonio, a la sexualidad, a la dignidad de la persona humana y su destino eterno, al pecado, la gracia, la Iglesia y el mismo Jesucristo! Las sociedades se han descristianizado porque antes se han corrompido las conciencias. Y se ha hecho a conciencia, activa, pasiva o permisivamente, desde quienes deberían haber sido pastores y han dejado que llegasen los lobos y dispersasen el rebaño, o se han largado al ver venir a los salteadores para, en ambos casos, hacer estragos.
Pero si el evangelista no nos narra lo que les dijo a aquella muchedumbra ansiosa de Jesús que lo busca a la carrera -con prisa-, la Palabra de Dios sí se detiene, también despacio para que se la entienda bien, lo que por boca de Jeremías les dice -les echa en cara, les acusa y les maldice- a los que debiendo haber sido pastores y de los buenos -han tenido al mejor Maestro, a Jesucristo-, se han “reconvertido” en mercenarios y asalariados. Al Espíritu Santo no se le escapa el tema. Ni las personas.
Lo recoje la Primera Lectura de la Misa de este Domingo, de la mano del profeta Jeremías, uno de los grandes Profetas: ¡Hay de los pastores que dispersan y dejan perecer las ovejas de mi rebaño! -oráculo del Señor-. Por eso, así dice el Señor, Dios de Israel: “A los pastores que pastorean mi pueblo: Vosotros dispersasteis mis ovejas, las expulsasteis, no las guardasteis; pues yo os tomaré cuentas, por la maldad de vuestras acciones -oráculo del Señor-". Fuerte. Muy fuerte. Y tan actual que no se pueden ocultar los resultados porque están presentes, bien a la vista..
Pero es que de Dios nadie se burla. Puede parecerlo…, pero no: ¡nadie le gana a Dios! ¡Nadie es más fuerte que Él!, aunque a veces, con nuestras coordenadas de lugar y tiempo, nos pueda parecer lo contrario. Pero ahí está nuestra Fe, que nunca queda defraudada por parte del Señor.
Claro que, como siempre y más en concreto cuando nos tiene que decir algo fuerte -y esto lo es: los pastores traidores, que se venden al mismo enemigo de sus ovejas, y abandonan el redil después de dejar abirta la puerta y haberse llevado los mastines-, nos deja la esperanza y la confianza en Él, para que no nos ataque el “virus” -la tentación- de la derrota, del miedo y, finalmente, de la desesperanza.
Por eso, nos sigue hablando Dios por mano de Jeremías:Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas de todos los países (…), y las volveré a traer a sus dehesas, para que crezcan y se multipliquen. Les pondré pastores que las pastoreen; ya no temerán ni se espantarán, y ninguna se perderá -oráculo del Señor-. Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que suscitaré a David un vástago legítimo: reinará como rey prudente, hará justicia y derecho en la tierra. En sus días se salvará Judá, Israel habitará seguro. Y lo llamarán con este nombre: El-Señor-nuestra-justicia".
Ciertamente: ¡En Él esperaré!
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