Ayer por la noche vi un reportaje sobre la rendición de Alemania en la Segunda Guerra Mundial. A mi edad ya es raro ver un documental en el que se digan cosas nuevas sobre esa guerra. Digo esto no porque yo lo sepa todo de esa contienda, sino porque los directores de documentales se empeñan en repetirnos siempre lo mismo, exactamente lo mismo y, la mayor parte de las veces, de la misma manera. Pero esta vez no.
Vi la filmación del general Jodl firmando la rendición que nunca la había visto. La delegación alemana llegó con los generales aliados ya sentados, firmaron y Jodl pidió decir unas últimas palabras, que las dijo en inglés: En esta hora, solo puedo expresar la esperanza de que el vencedor los tratará [a los alemanes] con generosidad.
A esas palabras siguió el silencio de los generales del otro lado de la mesa. Nadie les respondió, nadie les sonrió por cortesía. Ni siquiera unas palabras de despedida. Solo silencio. Impresionante. Qué momento tan impresionante.
La delegación alemana fue conducida a una prisión. Los militares aliados, entonces, brindaron con champán y festejaron la rendición. El cuerpo de Jodl, al año siguiente, colgaría de una horca.
Al ver el documental, no he podido evitar cierta conversación con cierto escritor catalán. Lo tremendo de los sacerdotes es, a veces, tener que aconsejar al que nos pide consejo, y tener que escoger el mal menor entre dos males. No he tenido que aconsejar a muchos generales en medio de una guerra mundial, pero a veces no hay más remedio que escoger entre un mal y otro mal. Eso sí, nadie puede hacer nada intrínsecamente malo, jamás.
¿Da exactamente lo mismo la dictadura represiva y llena de torturas de Pinochet que la de Mao? Evidentemente, no. ¿Prefiere usted vivir bajo la dictadura de Hitler o bajo la dictadura de Stalin? Si en una guerra hubiera que elegir entre unas omisiones o acciones, y con unas ganara Isis y con otras ganara un régimen como el de Breznev, ¿qué sería preferible? Si soy un comisario de policía, puedo dejar que asesinen a Hitler, sabiendo que hay una conjura para que le suceda Goering.
Nunca hay que hacer un solo acto intrínsecamente malo. El problema es que, a veces, sin hacer nada malo, hay que optar.
Muchísimas veces la mejor opción es retirarse, inhibirse, no participar en nada. Pero, otras veces, la conciencia urge a favorecer el mal menor. Cuando están en juego millares de personas torturadas, decenas de miles de personas encarceladas, hay que comprender que inhibirse no siempre es lo mejor.
Una de las grandes decisiones morales que hubo que tomar por parte de la Unión Europea y Estados Unidos fue si dejar al presidente de Siria en el poder o no. Derribarlo del poder hubiera significado una cantidad de males tan impresionante que, hoy día, todos están de acuerdo en que, dadas las complejas circunstancias, lo mejor fue dejarlo en el poder. Pero hubo que pesar en la balanza males frente a males. Fue una decisión muy compleja. Pero incluso inhibirse supuso una decisión.
Aunque estas cosas parezcan episodios del pasado, también ahora, este año, hay personas importantísimas que tienen que tomar decisiones económicas, políticas, sociales, que afectarán a millones de personas y tienen que elegir entre dos males. Este tipo de decisiones si son consultadas a un sacerdote, deben ser abordadas con el mayor cuidado posible, nunca a la ligera.
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