Parece ser que con el rey Fernando III, el santo, san Fernando, hubo un lugarteniente llamado Alonso Guadalix y que él solito acabó con cinco moros. De ahí que el escudo del apellido Guadalix vaya orlado con cinco cabezas de moro, las mismas que cortó en su día don Alonso.
Valga esta introducción para que comprendan que quizá en estos temas servidor pudiera ser un tanto drástico, sin duda debido a la carga genética que el bueno de don Alonso nos dejó a sus descendientes.
Dicho esto, a pocos días del atentado de Barcelona, me vienen a la cabeza, así de repente, algunas reflexiones.
Tengo que empezar diciendo que somos un país de ingenuos, que seguimos creyendo eso de que to er mundo é güeno y que los terroristas no son más que una excepcional excepción. En el avance de la población musulmana en Europa y en España hay un telón de fondo que es el de recuperar Al Andalus. No olvidemos que España es la única nación capaz, en toda la historia, de expulsar a los musulmanes de sus territorios, una vez conquistados. Lo están consiguiendo aprovechándose de la bobería nacional. En su tiempo, don Oppas fue el traidor. Aquí y ahora somos una panda de Oppas que abrimos las puertas y regalamos parcelas de soberanía so capa de solidaridad y conmiseración con el débil. Tan Oppas que nos avergonzamos de Santiago y cierra España y hemos convertido a Santiago matamoros en Santiago florido.
Una barbaridad esa teoría de apertura indiscriminada de fronteras sin pararnos a pensar si por ahí nos viene lo mejor de cada casa o los terroristas más fieros. Y como somos del género memo hasta decir basta, a todo el que viene con papeles o son ellos, sin saber de qué van exactamente, le ofrecemos hospitalidad, dinero, ayudas, subvenciones. Quede claro: inmigración sí, con papeles, con criterios, con control.
Creo que se hace imprescindible una ley de reciprocidad con los países islámicos. Es sencillo. Tantas iglesias dejan abrir allá, tangas mezquitas abren acá. Esto responde a la aplicación exacta de una de las obras de misericordia que dice “enseñar al que no sabe”. Lo que no dice es el método de enseñanza, y algunos no comprenden si no es así. Por ejemplo, si una mujer no puede vestir como quiere en un país islámico, una musulmana en España tampoco, entre otras cosas porque quiero saber si debajo de un burka va una amable madre de familia, un sargento de coraceros o el último terrorista suicida.
Hay que señalar con fuerza la existencia del camino de retorno. Es facilito. En España tenemos nuestras costumbres, nuestras tradiciones y nuestra dieta mediterránea. Por tanto, es normal que el hermano musulmán encuentre procesiones, vea Cristos o reciba como comida unas lentejas con chorizo en el colegio. Igual que nuestros niños se pueden encontrar un viernes de cuaresma en el cole con una hamburguesa, y no les pasa nada, tampoco Alá se mostrará especialmente estricto si los suyos se comen unas salchichas. Pero vamos, que si no se encuentran a satisfacción en España, siempre pueden tomar la patera de las cinco y regresar a su tierra.
Finalmente, creo que es deber vigilar imanes y mezquitas, porque curiosamente de estos y estas salen los más serios atentados terroristas. Que sí, que a los curas también. Pero con una diferencia, que este su seguro servidor lo más que puede pedir es que tengamos suficientemente lustrados los candelabros de bronce por si alguien viene a calentarnos las orejas. Los de las mezquitas parecen bastante más expeditivos.
Don Jorge… se ha pasado.
Ni caso, don Jorge, así se habla. Desde la vera del apóstol Santiago, en el cielo, tu tatatatatarabuelo, Alonso Guadalix.
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