Lunes 05 de Junio de 2017
Misa a elección:
María Madre de la Iglesia. (ML). Blanco.
San Bonifacio, obispo y mártir. (ML). Rojo.
“Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos. En efecto, con su asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna [...] Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora” (Concilio Vaticano II, Lumen gentium, nro. 62).
Bonifacio nació en el año 673 en Devonshire (Inglaterra). Fue monje de la abadía de Exeter y de Nurslig. El papa Gregorio II lo nombró obispo en el año 722. Dedicó su episcopado a la evangelización de los paganos germanos. Fundó una abadía en Fulda (Alemania) en el año 744. Mientras evangelizaba la Frigia septentrional (hoy Turquía), fue víctima de la violencia de unos frisones, que lo decapitaron.
Antífona de entrada cf. Sal 24, 16. 18
Mírame, Señor, y ten piedad de mí, porque estoy solo y afligido; mira mi pena y mis fatigas, y perdona todos mis pecados.
Oración colecta
Dios nuestro, cuya providencia es infalible en sus designios; te suplicamos que apartes de nosotros lo que nos hace daño y nos concedas todo lo que pueda ayudarnos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.
O bien: de María Madre de la Iglesia
Dios, Padre de misericordia, cuyo Hijo, clavado en la cruz nos entregó a su Madre, santa María Virgen, como Madre nuestra; por su intercesión, concédenos que tu Iglesia sea cada día más fecunda, se alegre por la santidad de sus hijos y atraiga a su seno a todos los pueblos. Por nuestro Señor Jesucristo…
O bien: de san Bonifacio
Te rogamos, Padre, que el mártir san Bonifacio interceda por nosotros, para que conservemos con firmeza y manifestemos con nuestras obras la fe que enseñó con su palabra y selló con su sangre. Por nuestro Señor Jesucristo…
María Madre de la Iglesia. (ML). Blanco.
San Bonifacio, obispo y mártir. (ML). Rojo.
“Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos. En efecto, con su asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna [...] Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora” (Concilio Vaticano II, Lumen gentium, nro. 62).
Bonifacio nació en el año 673 en Devonshire (Inglaterra). Fue monje de la abadía de Exeter y de Nurslig. El papa Gregorio II lo nombró obispo en el año 722. Dedicó su episcopado a la evangelización de los paganos germanos. Fundó una abadía en Fulda (Alemania) en el año 744. Mientras evangelizaba la Frigia septentrional (hoy Turquía), fue víctima de la violencia de unos frisones, que lo decapitaron.
Antífona de entrada cf. Sal 24, 16. 18
Mírame, Señor, y ten piedad de mí, porque estoy solo y afligido; mira mi pena y mis fatigas, y perdona todos mis pecados.
Oración colecta
Dios nuestro, cuya providencia es infalible en sus designios; te suplicamos que apartes de nosotros lo que nos hace daño y nos concedas todo lo que pueda ayudarnos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.
O bien: de María Madre de la Iglesia
Dios, Padre de misericordia, cuyo Hijo, clavado en la cruz nos entregó a su Madre, santa María Virgen, como Madre nuestra; por su intercesión, concédenos que tu Iglesia sea cada día más fecunda, se alegre por la santidad de sus hijos y atraiga a su seno a todos los pueblos. Por nuestro Señor Jesucristo…
O bien: de san Bonifacio
Te rogamos, Padre, que el mártir san Bonifacio interceda por nosotros, para que conservemos con firmeza y manifestemos con nuestras obras la fe que enseñó con su palabra y selló con su sangre. Por nuestro Señor Jesucristo…
Oración sobre las ofrendas
Señor Dios, confiados en tu misericordia traemos estas ofrendas a tu altar, para que, con tu gracia, quedemos purificados por estos misterios que celebramos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Antífona de comunión Sal 16, 6. 8.
Yo te invoco, Dios mío, porque tú me respondes. Inclina tu oído hacia mí y escucha mis palabras.
O bien: cf. Mc 11, 23. 24
Dice el Señor: “Cuando pidan algo en la oración, crean que ya lo tienen, y lo conseguirán”.
Oración después de la comunión
Guía, Señor, por medio de tu Espíritu, a quienes alimentas con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, para que, dando testimonio de ti, no sólo de palabra y con la lengua sino con las obras y de verdad, merezcamos entrar en el reino de los cielos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Lectura Tob 1, 3; 2, 1b-8
Lectura del libro de Tobías.
Yo, Tobit, seguí los caminos de la verdad y de la justicia todos los días de mi vida. Hice muchas limosnas a mis hermanos y a mis compatriotas deportados conmigo a Nínive, en el país de los Asirios. En nuestra fiesta de Pentecostés, que es la santa fiesta de las siete semanas, me prepararon una buena comida y yo me dispuse a comer. Cuando me encontré con la mesa llena de manjares, le dije a mi hijo Tobías: “Hijo mío, ve a buscar entre nuestros hermanos deportados en Nínive a algún pobre que se acuerde de todo corazón del Señor, y tráelo para que comparta mi comida. Yo esperaré hasta que tú vuelvas”. Tobías salió a buscar a un pobre entre nuestros hermanos, pero regresó, diciéndome: “¡Padre!”. Yo le pregunté: “¿Qué pasa, hijo?”. Y él agregó: “Padre, uno de nuestro pueblo ha sido asesinado: lo acaban de estrangular en la plaza del mercado, y su cadáver está tirado allí”. Entonces me levanté rápidamente y, sin probar la comida, fui a retirar el cadáver de la plaza, y lo deposité en una habitación para enterrarlo al atardecer. Al volver, me lavé y me puse a comer muy apenado, recordando las palabras del profeta Amós contra Betel: ‘Sus fiestas se convertirán en duelo y todos sus cantos en lamentaciones’. Y me puse a llorar. A la caída del sol, cavé una fosa y enterré el cadáver. Mis vecinos se burlaban de mí, diciendo: “¡Todavía no ha escarmentado! Por este mismo motivo ya lo buscaron para matarlo. ¡Apenas pudo escapar, y ahora vuelve a enterrar a los muertos!”.
Palabra de Dios.
Comentario
“En medio de una fiesta religiosa (Pentecostés) en la que se servía un abundante banquete, Tobit no se olvida de los pobres. Le pide a su hijo Tobías que busque por las calles a algunos de los hermanos pobres de su raza para compartir la mesa. Tobit no se conforma con dar limosna, su intención es compartir su mesa con sus hermanos más pobres”.
Sal 111, 1-6
R. ¡Feliz el que teme al Señor!
Feliz el hombre que teme al Señor y se complace en sus mandamientos. Su descendencia será fuerte en la tierra: la posteridad de los justos es bendecida. R.
En su casa habrá abundancia y riqueza, su generosidad permanecerá para siempre. Para los buenos brilla una luz en las tinieblas: es el Bondadoso, el Compasivo y el Justo. R.
Dichoso el que se compadece y da prestado, y administra sus negocios con rectitud. El justo no vacilará jamás, su recuerdo permanecerá para siempre. R.
Aleluya cf. Apoc 1, 5ab
Aleluya. Jesucristo, eres el testigo fiel, el primero que resucitó de entre los muertos; nos amaste y nos purificaste de nuestros pecados, por medio de tu sangre. Aleluya.
Evangelio Mc 12, 1-12
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
En aquel tiempo, Jesús comenzó a hablarles en parábolas: «Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores, y se ausentó.
»Envió un siervo a los labradores a su debido tiempo para recibir de ellos una parte de los frutos de la viña. Ellos le agarraron, le golpearon y le despacharon con las manos vacías. De nuevo les envió a otro siervo; también a éste le descalabraron y le insultaron. Y envió a otro y a éste le mataron; y también a otros muchos, hiriendo a unos, matando a otros. Todavía le quedaba un hijo querido; les envió a éste, el último, diciendo: ‘A mi hijo le respetarán’. Pero aquellos labradores dijeron entre sí: ‘Éste es el heredero. Vamos, matémosle, y será nuestra la herencia’. Le agarraron, le mataron y le echaron fuera de la viña.
»¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá y dará muerte a los labradores y entregará la viña a otros. ¿No habéis leído esta Escritura: ‘La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido; fue el Señor quien hizo esto y es maravilloso a nuestros ojos?’».
Trataban de detenerle —pero tuvieron miedo a la gente— porque habían comprendido que la parábola la había dicho por ellos. Y dejándole, se fueron.
Palabra del Señor.
Comentario
Esa viña representa al pueblo que da buenos frutos. Y a unos encargados –los dirigentes políticos y religiosos– que con violencia se adueñan de ese pueblo y sus frutos. La parábola tiene múltiples lecturas. Sin duda una de ellas es aplicable a Jesús y al conflicto con los jefes religiosos de su tiempo. Pero la parábola es también una advertencia para todos los tiempos, y para todos aquellos que tienen autoridad sobre una nación, un grupo o una comunidad.
Oración introductoria
Padre Bueno, gracias por darme y cuidar con tanto esmero mi vida. Hoy me acerco humildemente a esta oración, porque sé que te he fallado al desviarme del camino de la gracia que me puede llevar a la santidad.
Petición
Jesús, transforma mi vida, para que produzca los frutos para los cuales fue creada.
Meditación
Hoy, el Señor nos invita a pasear por su viña: «Un hombre plantó una viña (...) y la arrendó a unos labradores» (Mc 12,1). Todos somos arrendatarios de esa viña. La viña es nuestro propio espíritu, la Iglesia y el mundo entero. Dios quiere frutos de nosotros. Primero, nuestra santidad personal; luego, un constante apostolado entre nuestros amigos, a quienes nuestro ejemplo y nuestra palabra les anime a acercarse cada día más a Cristo; finalmente, el mundo, que se convertirá en un mejor sitio para vivir, si santificamos nuestro trabajo profesional, nuestras relaciones sociales y nuestro deber hacia el bien común.
¿Qué clase de arrendatarios somos? ¿De los que trabajan duro, o de los que se irritan cuando el dueño envía a sus siervos a cobrarnos el alquiler? Podemos oponernos a los que tienen la responsabilidad de ayudarnos a proporcionar los frutos que Dios espera de nosotros. Podemos poner objeciones a las enseñanzas de la Santa Madre Iglesia y del Papa, los obispos, o quizás, más modestamente, de nuestros padres, nuestro director espiritual, o de aquel buen amigo que está tratando de ayudarnos. Podemos, incluso, volvernos agresivos, y tratar de herirles o, hasta “matarlos” mediante nuestra crítica y comentarios negativos. Deberíamos examinarnos a nosotros mismos acerca de los motivos reales de dicha postura. Quizás necesitamos un conocimiento más profundo de nuestra fe; quizás debemos aprender a conocernos mejor, a efectuar un mejor examen de conciencia, para poder descubrir las razones por las que no queremos producir frutos.
En nuestra vida de cristianos por tanto aceptemos con confianza y humildad la misión personal que Cristo nos pide. Misión de predicar y vivir la caridad, defender la vida, promover la oración entre nuestros familiares y amigos etc. Pidamos a Dios nuestro Señor que nos conceda esta confianza y humildad.
Pidamos a Nuestra Madre María su ayuda para que podamos trabajar con amor, bajo la guía del Papa. Todos podemos ser “buenos pastores” y “pescadores” de hombres. «Entonces, vayamos y pidamos al Señor que nos ayude a llevar fruto, un fruto que permanezca. Sólo así este valle de lágrimas se transformará en jardín de Dios». Nosotros podríamos acercar a Jesucristo nuestro espíritu, el de nuestros amigos, o el del mundo entero, si tan sólo leyéramos y meditáramos las enseñanzas del Santo Padre, y tratásemos de ponerlas en práctica.
Propósito
En una visita al Santísimo, rezar un sincero acto de contrición y un propósito de enmienda.
Diálogo con Cristo
Señor, ¿cómo pudieron llegaron a pensar los viñadores que matando al hijo, iban a heredar la viña? El mismo sin sentido tendría el pretender vivir sin tu gracia, el hacer las cosas solamente para fines terrenos, pasajeros. Ayúdame a vivir de acuerdo a mi fe, a mi dignidad de hijo de Dios, llamado a la santidad.

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