Interrumpo mis posts sobre la excursión, sólo para decir algo muy aburrido, tremendamente aburrido, pero que es lo que he estado haciendo al final del día y ya no tengo tiempo de escribir nada más. He hecho una añadidura a mi libro La decadencia de las columnas jónicas. Porque me he dado cuenta de lo útil que resultaría establecer algo paralelo a la línea de sucesión presidencial con el resto de poderes constitucionales de una nación.
Un futuro pretendiente a dictador podría ser el causante de una explosión que acabase con la vida de todos los miembros de un poder constitucional que le estuviese obstruyendo su camino a la tiranía. Para el Poder Ejecutivo resulta relativamente fácil organizar una explosión y después culpar de ello a determinados terroristas. Eso sería la excusa perfecta para endurecer su campaña de represión de libertades.
Para evitar esa posibilidad, debe establecerse algo parecido a la línea de sucesión presidencial con los otros poderes. Por ejemplo, si falleciesen todos los miembros del Tribunal Supremo. De forma automática, sus suplentes deberían tomar posesión de sus puestos en el Tribunal Supremo. Cada miembro de ese Tribunal, al ser elegido, debería, cuanto antes, designar a su suplente.
Lo mismo debería suceder en el Senado o en el Congreso. Cada miembro de uno de los poderes constitucionales debería designar con entera libertad a su suplente en caso de muerte o incapacidad física.
Los nombres de los suplentes de todos los poderes se guardarían en varias localizaciones distintas.
Puede parecer que tantas precauciones son excesivas. Pero el premio para el infractor no es un banco o cien kilos de oro, sino que es toda una nación. Los poderes constitucionales son contrapesos. Una sola explosión puede hacer desaparecer un contrapeso. No habrá problema si en los poderes supervivientes hay buena voluntad. Pero si en los poderes supervivientes no hay buena voluntad, la nación quedará indefensa.
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