Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a Mi antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, sino que Yo os escogí del mundo, por eso el mundo os odia. Acordaos de la palabra que osdije: “No es el siervo más que su señor". Si a Mí me persiguieron, también a vosotros os perseguirán. Si guardaron mi Palabra, también guardarán la vuestra. […] Pero debía cumplirse la palabra escrita en su Ley: “Me odiaron sin motivo" (Jn 15, 18-25)
Así se expresa Jesús en la Última Cena, en su íntima, excelsa y pública oración sacerdotal ante su Padre y antes sus Apóstoles. Claramente les advierte que no esperen recibir un trato mejor que el que Él mismo -siendo verdadero Dios y verdadero Hombre- recibió. Es el “peaje” que necesariamente han de pagar “los suyos” por ser precisa y verdaderamente “suyos": “La Cruz es la señal del cristiano” enseña el Catecismo, y es un encuentro que no debemos ni podemos soslayar si queremos serle fieles. Quitar el hombro de la Cruz Salvadora es dejarle solo -abandonarle, como tantos y tantos- y renunciar a nuestra verdadera vida: la imitación de Cristo.
El título y el tema vienen a cuento de los mordiscos, de las pedradas, de los linchamientos públicos que emergen -rabiosos, violentos, descarados- desde los cuatro puntos cardinales, y que sufren, inmediatamente, todos los que pretenden seguir manteniendo -alta y visible- la Palabra de Dios, la Doctrina de la Iglesia y la Salvación de las almas. En especial, si los tales pertenecen a la Jerarquía Católica.
El caso del obispo norteamericano, Thomas Paprocki (Springfield. Illinois) al que han bombardeado -nada menos que pidiendo su dimisión, dada su indignidad, claro- porque se ha atrevido a declarar públicamente en una carta pastoral -para ser leída en todas las Misas- entre otras cosas que los actos homosexuales son pecado -lo han sido siempre y lo siguen siendo y lo seguirán siendo-, de modo que todo aquel que, muribundo pero impenitente, pide sacramentos, no se le pueden administrar; y todo aquel homosexs del que consta que ha muerto impenitente, no se le puede “honrar” con pompas fúnebres, ni acoger y dar sepultura en camposanto. Todo normal según la tradición de la Iglesia Católica. Pero no para el mundo y los mundanos. Y menos aún para los “orgullosos", en la acepción más inaceptable, moralmente hablando. Y lo mismo pasa contra Munilla, o contra Reig, o contra los 4 cardenales…
Y NUNCA, NUNCA, NUNCA con tantísimos otros que, seguramente, están muy ocupados con los migrantes, con la amazonia, con el cambio climático, con los galápagos, con el independentismo…, y con vete tú a saber, y no tienen tiempo de entrar a los temas que destrozan la misma Iglesia desde dentro. Que seguro que es casualidad: no hay por qué pensar mal de nadie. Pero vamos: con nombres y apellidos. No digamos con los aplaudidos hasta con los pies por cargarse los Sacramentos, el Matrimonio, la dignidad de la persona, etc., etc.
Teniendo presentes las palabras de Jesús, es muy sencillo saber cómo tener criterio para poder discernir con “olfato católico” y, en consecuencia, para saber cómo debemos actuar, también “en católico".
¿Aplauden los mundanos? Ya están descalificados los aplaudidos y todo lo que han aplaudido. ¿Critican los mundanos? Buena señal para los criticados, y también para saber nosotros a quién escuchar y a quién seguir. ¿Odian a los leales? Amarles nosotros, rezar por ellos, arroparles, darles calor y cariño, también públicamente. ¿Persiguen y calumnian? Bienaventurados son ya los así perseguidos -y lo serán aún más después-, y los que así han padecido por el Señor, que es el mejor pagador.
Todos ellos -los perseguidores, los calumniadores, los insultadores, los escupidores- son “odiadores sin motivo": del mismo Señor en primerísimo lugar, y luego de todos los suyos. Pero los Pastores fieles, recibirán mayor premio. Los “perros mudos” -como los califica el mismo Jesús- y los “aplaudidos” ya han recibido aquí su paga. Y no tendrán otra, porque nadie puede pretender cobrar dos veces por lo mismo.
Bueno, excepto si eres político, sindicalista y/o asimilado. O personificas a Hacienda, claro.
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