En estos días de madrileño jolgorio color arco iris, uno no va a perder la oportunidad de recordar algunas cosas a sus siempre pacientes lectores.
Lo primero reconocer el hecho de que siempre se han dado casos de hombres y mujeres con tendencias homosexuales, es decir, que se sienten atraídos por personas de su mismo sexo. Eso es un hecho de explicación aún no definitiva, con teorías sobre sus causas muy dispares. Así lo recoge la doctrina de la Iglesia en el catecismo, número 2358: “Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición”.
Sigue el catecismo en su número 2359: “Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana”.
Ante las personas con tendencias homosexuales la Iglesia acoge con respeto, compasión y delicadeza, evitando todo signo de injusta discriminación. La Iglesia con estas personas está llamada a hablarles con sinceridad, animarlos a vivir sus dificultades uniéndolas a la cruz de Cristo, y animándolos a vivir en castidad aferrándose sobre todo a la oración y los sacramentos.
La Iglesia no puede callar ante sus fieles ni ante el mundo el grave desorden que suponen las relaciones íntimas entre personas del mismo sexo. Siguiendo una vez más el catecismo, se hace necesario recordar que la Sagrada Escritura los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Persona humana, 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso.
Muchos católicos, ante la avalancha de imágenes, teorías aprobatorias, justificación legal, con el apoyo de televisiones y medios de comunicación, algunos pagados con dinero de todos, y el beneplácito de nuestros políticos, encantados con el asunto, pueden correr el riesgo de aceptar y acoger con errada misericordia no el hecho de las tendencias homosexuales, sino las mismas relaciones homosexuales y todo tipo de relación íntima fuera del matrimonio como algo que debe tolerarse, señalando incluso a la iglesia como especialmente rigorista con este asunto.
Nada que decir de las tendencias, como bien nos recuerda el catecismo. Cada cual tiene las que tiene. Dicho esto, para un católico las relaciones íntimas entre personas del mismo sexo son inaceptables, como lo son la lujuria, la pornografía y el exhibicionismo, que además une el escándalo a su maldad, ya que todo esto es en público y en horario de medios de comunicación con previsible audiencia infantil.
Acabo con un texto de San Pablo a los Corintios: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios.”
Uno echa en falta en estos días de exaltación de tanta locura, alguna palabra autorizada que deje claro a los católicos lo que realmente se está celebrando. Mi palabra no es nada, pero por si a alguien le sirve ahí queda.
¿Respetar? Siempre. Todos a todos. Libertad de expresión, también para la Iglesia. Recordar la doctrina de la Iglesia, por supuesto. Es lo que hago.
Lo que me daría más tristeza es que este silencio estuviera causado por el miedo al martirio moral.
Publicar un comentario